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J. R. Alonso de la Torre
Domingo, 13 de noviembre 2016, 00:42
Son andaluces. Han venido desde Sevilla con su dron último modelo. Pretenden grabar un vídeo abarcando el horizonte. Saben lo que hacen. Han escogido el mirador más formidable de Extremadura, el castillo de Puebla de Alcocer: 527 metros de altura y a sus pies la inmensidad, la belleza, el paisaje... La Siberia.
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Dicen en La Raya que Portugal es Lisboa «e o resto é paisagem». Si nos aplicáramos el dicho, Extremadura sería Cáceres y Badajoz y el resto, paisaje. ¡Pero qué paisaje! La torre del homenaje del castillo de Puebla de Alcocer mide 25 metros de altura y desde aquí vemos toda La Siberia: 2.836 kilómetros cuadrados, bastante más grande que la provincia de Vizcaya, 17 municipios, cinco pantanos conformando un mar interior de 300 kilómetros cuadrados, Sierra Morena y los Montes de Toledo entrecruzándose, los bosques, las llanuras, las dehesas... Y una frase de Giner de los Ríos martilleando en la memoria y resumiendo su sueño de redimir el país a partir de su geografía: «¡Ay el día que España esté a la altura de su paisaje!».
Montesquieu dijo una vez algo referido a los españoles, pero que parecía pensado para los extremeños. Aseguraba el filósofo francés que habíamos hecho grandes descubrimientos en América, pero que no conocíamos lo nuestro: «Hay en sus ríos algunas zonas que todavía no han descubierto y en sus montañas, naciones que les son desconocidas».
Los sevillanos del dron están descubriendo La Siberia con su artilugio volador. Nosotros nos disponemos a recorrer de punta a punta con nuestro blog de notas y nuestra cámara fotográfica esta comarca de la que, como ironizaba aquel personaje de Delibes en El disputado voto del señor Cayo, todo el mundo habla, pero tan pocos conocen.
Si decimos, popularmente, que Extremadura es la gran desconocida, La Siberia sería el paradigma del desconocimiento supino. No ya solo en España, sino en la provincia de Cáceres, donde la ignorancia sobre la provincia de Badajoz es extrema, o en la propia provincia pacense, donde no se suelen apreciar por desconocimiento, salvo en casos aislados, los valores de La Siberia.
La gran ventaja de ser la gran desconocida entre las desconocidas es que, en lógica consecuencia, resulta más fácil convertirse en la gran sorpresa de las sorpresas. La Siberia tiene todas las características para ser una sorpresa inolvidable. Al menos eso nos parece desde lo alto de este castillo, donde estamos impresionados ante la comarca que se extiende a nuestros pies.
¿Pero por qué se llama La Siberia? Ese nombre entroncaría con una tradición muy española de caricaturizar la España rural, contada casi siempre por visitantes que la recorren con afanes de explorador o de misionero, nunca descrita ni narrada por los habitantes del lugar, a quienes pretendemos dar voz en este viaje, escucharlos y que nos cuenten su tierra mientras describimos lo que vemos, no lo que nos han querido hacer ver.
La comarca era conocida como Los Montes, pero alboreando el siglo XX, diversos intelectuales se refirieron a ella como una comarca aislada en una especie de desierto, sin caminos casi y a la que los viajantes de comercio llamaban La Siberia, según contaba José Ramón Mélida en El Correo de Madrid y en El Noticiero Extremeño en 1908.
Embajador en Rusia
Juan Antonio Bermejo fue alcalde de Helechosa de los Montes de 1991 a 2003 y es un estudioso de la historia de su pueblo y su comarca. Nos desgrana una curiosa teoría sobre el nombre: «Dicen que un descendiente del vizcondado de Puebla de Alcocer fue embajador en Rusia, le contó al zar que él, en su territorio, también tenía una Siberia y de ahí vendría el nombre».
Apunta el exalcalde que con Primo de Rivera hubo un intento de acabar con el topónimo: «El gobernador civil visita la comarca pueblo a pueblo ordenando a los alcaldes que sancionen a todo aquel que hable de La Siberia extremeña», Pero el topónimo es imparable, se hace popular en periódicos como ABC y La Vanguardia y los propios habitantes de la zona acaban adoptando el término de Siberia.
Aunque la opinión de aquellos viajantes de comercio de principios del siglo XX se haya dulcificado con el tiempo, lo cierto es que en el imaginario colectivo extremeño y nacional, decir Siberia es decir lejanía, frialdad, paisaje espartano, sequedad, pobreza, despoblación, inaccesibilidad... ¿Es así La Siberia extremeña?
Vamos por partes. ¿Es fría? Pues no. Su clima es semejante al del resto de Extremadura: 16 grados de temperatura media anual, enero es el mes más frío con 6-7 grados de media y julio, el más caluroso con 25-27 grados como temperatura media. ¿Es una estepa desértica? Ni de broma. Desde lo alto del castillo de Alcocer se distinguen dehesas inmensas pobladas de encinas y bosques interminables. Si descendemos y recorremos el territorio, la sucesión de tomillo y brezo, de castaños, robles y madroños regala al viajero las sensaciones encontradas del bosque mediterráneo y del otoño septentrional. Y hay lugares, como las 25.000 hectáreas de la Reserva Nacional de Caza de Cíjara, donde la espesura boscosa alcanza caracteres casi lujuriosos con 17.500 hectáreas de pinos.
Los viajeros que han pasado por La Siberia desde el siglo XIX cuentan maravillas sobre su vegetación. El británico Samuel Edward Cook, en su libro Spain and the Spaniards in 1843, habla del «hermoso y sumamente cultivado valle del Guadalema, cuyos lados se hallaban cubiertos con una estupenda cosecha de trigo y otros cereales». Más adelante, en su viaje de Logrosán a Almadén estudiando las posiblidades mineras de la región, cruza un «hermoso tramo del Zújar, río (...) repleto de agua, de un color azul claro profundo (...), que presenta un majestuoso aspecto».
Siglo y medio después, cuando Ramón Carnicer recorre la comarca para escribir Las Américas peninsulares. Viaje por Extremadura, destaca, siguiendo al investigador Juan Pedro Vera Camacho, que, en el triángulo formado por Garbayuela, Herrera y Villarta, se halla la más completa síntesis de la flora europea, con plantas de origen glacial irlandesas y gallegas, y se da el mirto de Brabante, con el que los alemanes hacían ceveza antes de conocerse el lúpulo.
En resumen, ni fría, ni desértica... ¿Pobre? La estadística no certifica este dato pues la renta familiar disponible en La Siberia es similar a la de las comarcas de Mérida y Almendralejo. ¿Será seca cual infinito llano siberiano? En este punto, basta asomarse de nuevo al mirador del castillo de Alcocer para asombrarse ante tamaña creencia y desmntar otro tópico. Sus cinco pantanos convierten La Siberia en la comarca española con más agua embalsada. Son 6.580 hectómetros cúbicos, más de los que hay en toda Castilla la Mancha y el doble de todo el agua acumulada por las regiones de la España rica: Madrid, Valencia, Cataluña y País Vasco.
Pero no caigamos tampoco en complacencias. Una cosa es que nos emocionemos con el paisaje de este mar interior y otra muy distinta que no reconozcamos que, a pesar de regar miles y miles de hectáreas extremeñas, en La Siberia, según el estudio 30 años de economía extremeña, solo hay cinco hectáreas de regadío. Esta situación ya le llamaba la atención al inglés Cook en 1843, cuando cruza el Guadiana en barca a la altura de Casas de Don Pedro y manifiesta así su extrañeza: «El río es aquí una corriente bella y caudalosa, pero las orillas están completamente desiertas en vez de mostrar los cultivos y la fertilidad que deberían ostentar en un clima como este». Si Mister Cook levantara la cabeza y se diera una vuelta por donde él cruzó, comprobaría que la situación no ha cambiado mucho.
Cuando Javier de Burgos fijó la división provincial de España en 1833, estableció que el pueblo más alejado de su capital de provincia no podía estar a más de un día de viaje de la capital con los medios de locomoción de principios del siglo XIX. Atendiendo a esta exigencia, La Siberia sería una anomalía porque es una comarca muy lejana, tanto que Helechosa de los Montes es el municipio español más distanciado de su capital de provincia: a 235 km de Badajoz.
El padre de Juan Antonio Bermejo tuvo el primer autobús de línea de Helechosa. Iba a Villanueva de la Serena y lo llamaban La Milagrosa porque, con aquellas carreteras y aquellos motores, llegaba de milagro. Era un Dedian Bouton francés de 22 plazas con techo de madera y volante a la derecha, que tardaba seis horas en hacer el trayecto. Al llegar a Villanueva, los viajeros cogían el tren hacia Badajoz.
Viajar en La Viajera
En Casas de Don Pedro, donde empieza La Siberia, a 160 kilómetros de Badajoz y a 75 de Helechosa, el autobús de línea se llama popularmente La Viajera, pero allí tienen más suerte, no solo porque el viaje a la capital era y es menos cansado, sino porque hasta ahí, muchos portes desde Badajoz son gratis. «Si pasan de ese pueblo y entran en La Siberia, ya te cobran, pero no como si vinieran desde Casas de Don Pedro, sino como si vinieran desde Badajoz. Yo abrí una pastelería en Valdecaballeros, pero tuve que cerrar porque los portes de las mercancías me arruinaban», resume Victoria Abril, emprendedora ya jubilada, los problemas de estar tan lejos.
La demografía y la distancia serían las rémoras históricas de La Siberia. Según el censo de 2015, en los 17 municipios de la comarca viven 20.525 habitantes. Para entender la situación, baste decir que son prácticamente los mismos que en 1591. Entonces, había 19.261. El índice demográfico es de 7.2 habitantes por kilómetro cuadrado, semejante al de Laponia, aunque más del doble que el de la Siberia auténtica, la rusa, donde el índice baja a 3.
Todo esto se ve desde lo alto del castillo de Puebla de Alcocer: el paisaje, los pueblos, el agua, los bosques... Acceder a todo ello es fácil porque las carreteras que llevan a La Siberia son amplias y están bien asfaltadas, aunque claman por la Autovía de Levante. Una vez allí, desde este mirador de Alcocer, desde el de Puerto Peña o desde cualquier recodo del camino, el paisaje espera dispuesto a asombrar.
Y las carreteras, ya sean nacionales o comarcales, discurren por parajes que aturden por bellos e inesperados. Iremos de Valdecaballeros a Talarrubias y a Herrera del Duque, y de aquí a Siruela y a Helechosa, comiendo justo encima del agua, paseando por playas fluviales, cruzando islas asombrosas, descubriendo aves y venados, charlando con bomberas, queseros y mieleras, conociendo la singular historia de la comarca y un presente lleno de ocio atractivo, armonía y gastronomía. Vamos a descubrir La Siberia.
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