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J. R. ALONSO DE LA TORRE
Martes, 15 de noviembre 2016, 07:45
He descubierto en La Siberia un producto milagroso que ha cambiado mi vida... Soy muy hipocondriaco. Lo reconozco. Mi madre dice que me parezco a su abuelo Severo, un personaje muy singular, tratante de vinos y de aceite, viajero infatigable, teniente de alcalde en Ceclavín y con una manía de la que nadie lo apeaba: abrigarse mucho en cualquier época del año para no pillar constipados. Cuando mi madre me vio en las fotos de la fiesta Extremeños de HOY, con el abrigo puesto en todo momento, me dijo lo de siempre: «Te pareces a tu bisabuelo Severo».
Y es verdad que me pongo camisetas térmicas a partir del uno de octubre, que me visto con calzoncillos largos si voy al fútbol, que subo a la montaña con un anorak de gore-tex entre octubre y mayo, independientemente de la temperatura que haga, que no bebo agua fría ni el 30 de julio, lo cual desespera a los camareros, que, en cuanto me ven venir, se preparan para bajar al almacén a por un botellín calentón para el pirado ese del agua del tiempo.
Mis compañeras se ríen de mí al verme llegar al trabajo con camiseta de tirantes, polo y rebeca mientras ellas visten una suave camiseta y si se constipan, me vacilan amenazándome con darme los dos besos de rigor matinales traspasándome sus gérmenes (ya he contado alguna vez que en mi trabajo se besa mucho, se besa todos los días y se besa todo el mundo, lo cual es la mejor manera de cogerse un constipado).
En el instituto, hacía exámenes orales de vez en cuando a mis alumnos y, ¡caramba!, siempre me constipaba, hasta que descubrí la solución y me convertí en el único profesor que hace los orales a distancia: colocaba a mis alumnos a dos metros para que los gérmenes no fueran capaces de llegar hasta mí y murieran por el camino.
Pero a pesar de todas estas precauciones, de vez en cuando pillo un constipado. Es más, yo creo que me constipo lo mismo que esas compañeras que visten camisetas ligeras y se besan con media plantilla laboral cada mañana. El proceso de esos resfriados es siempre el mismo: de pronto, empieza a picarme tenuemente la garganta, ese picor va a más de manera imparable, se convierte en dolor, me lacera durante un par de días y luego desaparece dejándome opresión en el pecho, malestar general, nariz atascada, tos insoportable y una tristeza terrible que, dicen, es muy propia de los hombres, pues las mujeres, si se constipan, ni se quejan ni dramatizan.
En cuanto noto el más leve picor de garganta, toco zafarrancho de combate y preparo una batería de remedios caseros que ni Napoleón en Waterloo: sobres de ibuprofeno cada ocho horas, gárgaras de agua oxigenada, pañuelo con alcohol de romero abrigando la garganta (poco alcohol, que quema), zumo de naranja muy azucarado, un preparado de cebolla, equinácea... Pero nada de nada. El constipado triunfa, con mayor o menor virulencia, pero triunfa. Hasta que ha sucedido el milagro de La Siberia.
En uno de mis recorridos por la comarca, reparé en un cartel a la entrada de Herrera del Duque, viniendo de Castilblanco, donde se anunciaban productos apícolas. Me desvié de la carretera y llegué a una casa con tienda. Hablé con una de las responsables del negocio y me convenció de que su propóleo líquido era infalible contra los constipados. Como era barato (6 euros), me traje un bote no sin escepticismo.
Y ha ocurrido el milagro. El pasado jueves, empezó a picarme la garganta y luego a dolerme, me eché gotas del propóleo siberiano directamente en la zona afectada y mano de santo: por primera vez he conseguido frenar el constipado y estoy como una rosa. Sé que hay otros propóleos puros en los herbolarios (11 y 18 euros me han pedido por un bote), pero este de La Siberia, además de ser barato, ha cambiado mi vida: ya puedo besar cada mañana, ir al fútbol sin apreturas, salir de casa sin aislamiento térmico y que mi madre deje de pensar que soy tan maniático como el bisabuelo Severo.
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