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ANA B. HERNÁNDEZ
Lunes, 28 de noviembre 2016, 07:18
Como tantos otros ella también tenía la bucólica idea de tratar con las galerías y dedicarse en cuerpo y alma a su arte. Así lo pensó y quiso mientras se licenció en Bellas Artes en Salamanca, y en ese camino se mantuvo tras terminar el doctorado en Teoría de la Estética, al que dedicó dos años en la capital de España.
Biográficos.
Tiene 46 años y aunque nació en Cáceres por casualidad, se considera extremeña. Es la tierra que eligió para vivir. Hace ya 15 años que reside en Plasencia, está casada y tiene una niña de 12 años.
uAficiones. Además de la pintura, la fotografía, el vídeo, el dibujo... esta artista y profesora tiene también tiempo para sus otras grandes pasiones montar en bici, ir al campo «y sembrar mucho para ver crecer».
uProyecto. Continuar enseñando a los adolescentes creatividad y reflexión a través de la belleza del arte y seguir digiriendo por medio de sus creaciones las vivencias que la marcan.
«Pero la realidad es muy distinta y, entonces, la idea bucólica choca con ella», reconoce María Jesús Manzanares. Por eso ella buscó alternativas a las galerías. Y de Madrid regresó a Extremadura. Eligió Malpartida de Plasencia, lugar de residencia de sus abuelos maternos, y ahí inició una etapa profesional que ya nunca ha abandonado al igual que esta tierra. Es cacereña de nacimiento y extremeña de sentimiento. A pesar de que nació por casualidad en Cáceres hace 46 años porque sus padres, que entonces vivían en Sevilla, estaban de visita.
En Malpartida dio clases de pintura durante un año y después comenzó a opositar. Logró su plaza y pasó por Navalmoral, Moraleja y Jaraíz hasta que hace 15 años se instaló de forma definitiva en Plasencia. Hoy da clases de Dibujo en el Instituto Gabriel y Galán.
«No me arrepiento de haber tomado este camino», de haber elegido la docencia en lugar de las galerías. «Creo, de hecho, que es una suerte poder compaginar, porque doy clase, trato con adolescentes, que me gusta mucho, y hago lo que quiero y me interesa dentro del mundo del arte».
Un mundo en el que comenzó desde que tiene uso de razón. Desde pequeña su vocación estaba clara. «Entonces copiaba los cuadros de pintores famosos, de Velázquez por ejemplo, que me fascina». Y su formación fue avanzando según cumplía años hasta convertirse hoy en profesora de arte y también en una reconocida artista que lleva a sus espaldas decenas de exposiciones individuales y colectivas.
«Aunque aún sigo sin saber si podría vivir del arte». De unas pinturas, más bien creaciones porque es una artista polifacética, a la que le cuesta ponerles precio. «¿Porque cómo pones precio a un sentimiento?», se pregunta.
Puesto que son puro sentimiento todas y cada una de sus obras. «No busco que sean bonitas, sino generar algo en quien las mira», afirma. Quizás por ello reconoce que apenas trabaja con el presente, que lo suyo es el pasado y que sus obras son la forma que tiene en realidad de digerirlo. Vivencias que la marcan, propias o ajenas, y que antes y ahora busca la manera de contarlas. De ahí también que la investigación sea el hilo conductor de su obra.
«Porque al principio todo te fascina, te apropias de hecho de lenguajes de otros con los que empatizas, pero después es el trabajo diario el que marca aciertos y errores y el que va moldeando tu camino en solitario», explica. Siempre con dudas e incertidumbres. «Pero hoy estoy en ese punto en el que tengo definido mi lenguaje, mi forma de expresarme», asegura. «Ahora creo que quien conoce mi obra es capaz de reconocerla». A través del simbolismo femenino que utiliza y los materiales con carga emocional. Todo con el objetivo de hacer pensar, porque en sus creaciones nada es evidente. «El hiperrealismo no me interesa», deja claro.
No persigue el detalle, sino mostrar un sentir que dista de la alegría, a pesar de que ella es una mujer feliz y satisfecha con su vida. Una persona social, acogedora, trabajadora, constante, muy observadora y sensible. Quizás por ello, «porque me duelen las cosas, no puedo pintar flores, porque hay algo dentro que no me deja ver las cosas de color rosa».
Melancolía, tristeza, dolor... son los sentimientos que impregnan una obra, la de María Jesús Manzanares, con la que busca motivar al que se pone frente a ella.
Lo mismo que persigue cuando es ella la que se pone frente a sus alumnos. Son cientos los que han pasado por sus clases «y no pocos los que después se deciden por Bellas Artes, por Cultura Audiovisual,...», dice con satisfacción.
Quizás porque es una docente que educa con el arte. Afirma que su objetivo prioritario es que sus alumnos desarrollen su creatividad, su imaginación... «Y motivarles para subir su autoestima, tengan o no habilidades manuales, porque también eso al igual que la creatividad les será de ayuda en la vida». Sin olvidar su tercer objetivo aunque no menos importante. «Busco hacerles pensar, que reflexionen sobre el mundo, sobre su entorno y que lo hagan, además, con mentalidad crítica».
A María Jesús Manzanares le gusta la docencia, tratar de educar con el arte. Por eso, aunque no sabe si hoy podría o no vivir de sus obras, de las galerías, no le importa. «Me interesa la docencia. Es una decisión personal que tomé hace tiempo y hoy está asumida», zanja.
Porque le permite ir evolucionando en el difícil arte de la enseñanza al mismo tiempo que lo hace en su carrera como artista. En ambas facetas sigue dando pasos, subiendo la montaña que simboliza el sombrero de Joseph Beuys, el artista alemán que la cautivó hace años, y centró uno de sus cuadros. Lo tiene en su casa de Plasencia y es una de sus obras preferidas. «Porque parece que fue una premonición de lo que hoy estoy viendo».
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