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Ceclavín es casi una isla. Rodeado por los ríos Tajo, Alagón y Rivera de Fresnedosa, hasta hace cien años, al pueblo se llegaba en barca. Antonio Ponz lo sufrió hacia 1770, cuando recorre la comarca para escribir su 'Viaje de España'. Protesta el abate Ponz por la cantidad de barcas que ha de coger para llegar a Ceclavín y pasar de aquí a Alcántara. Se espanta incluso ante las bruscas formas del barquero de la Burga, que consigue que el remolón caballo de Ponz monte en la barca dándole un puñetazo.
A principios del siglo pasado, a Ceclavín se llegaba desde Cáceres bien cogiendo la barca de Garrovillas a Acehúche, bien cogiendo la barca del concejo de Alcántara. En esa zona, había dos barcas privadas que iban a dehesas importantes con muchos trabajadores. Si de Zarza se venía, una barca cruzaba el Alagón y si el viajero llegaba de Coria, había de cruzar también el Alagón entre Casillas y Pescueza.
Un pueblo que dependía tanto de los ríos y que, por su carácter de isla, era santuario de mercenarios, contrabandistas y huidos, tenía por fuerza una vida fluvial muy intensa, sustanciada no solo en barcas y barqueros, sino también en molinos, aceñas, pescadores e incluso lugares de baños y balnearios pues Ceclavín contaba con las aguas salutíferas de la Huerta de la Barca.
Para acabar de entender esta condición ceclavinera de pueblo isla o, para ser más exactos, de pueblo península, unido por el istmo de Cachorrilla, Pescueza y Portaje a Torrejoncillo, conviene tener en cuenta que en el término municipal se producen las desembocaduras del Alagón y de la Rivera de Fresnedosa en el río Tajo.
Este paraíso fluvial, que ha condicionado la vida, la economía y las costumbres de Ceclavín, es motivo durante este mes de agosto de una necesaria exposición que, con el nombre de Entrambosríos, se celebra en el antiguo silo de la Casa de la Encomienda, situada frente a la bella iglesia parroquial de los siglos XV-XVI, que alberga una de las joyas del Renacimiento español: su magnífico retablo.
Si la exposición permite entender la singularidad de este pueblo-isla, la sala que la cobija permite comprender la importancia de la economía agrícola ceclavinera desde la Edad Media. Esa sala fue bodega, silo o almacén de grano de la Casa de la Encomienda de la Orden de Alcántara. Abovedada y con seis imponentes columnas de granito, es uno de los espacios rurales expositivos más interesantes que conocemos en Extremadura.
Jesús Manuel Montañés Pereira (Ceclavín, 1970) es uno de los promotores de la exposición y se encarga de mostrarla a los visitantes todos los días de agosto de 12 a 14 horas y de 20 a 22 horas. Jesús nos va comentando las fotos, textos y achiperres o utensilios propios de la vida fluvial que se muestran en la exposición. Nos llama la atención un foto donde aparece La Cruz de la Ceclavinera. «Esta historia me la descubrió Juana, la bibliotecaria de Alcántara, cuando me acerqué a ver con ella y con Juan Carlos García Adán, archivero de Hidroeléctrica, algunas fotos para la exposición. En Ceclavín, era una historia absolutamente desconocida», explica Jesús.
Resulta que, en 1891, vino a Alcántara, a decir misa y a pronunciar un sermón, un misionero conocido como Padre Tarín famoso por su oratoria. Una chica de 28 años de Ceclavín, Simona Tomé Chaparro, montó en su burro y marchó a Alcántara decidida a escuchar al famoso misionero. Embarcó con su jumento en la barca de la Burga, cruzó el Tajo, subió a Alcántara por la dehesa de los Recoveros, oyó misa y sermón y regresó camino del embarcadero. Era finales de mayo, que no es tiempo de tormentas, pero sucedió lo imprevisto y se desataron los truenos y los relámpagos con tan mala suerte que un rayo espantó al burro de Simona, ella cayó al suelo y se mató del golpe. Está enterrada en Alcántara y, en el lugar del fatal rayo, una cruz recuerda su tragedia al igual que esta exposición nos recuerda la historia de Ceclavín, el pueblo-isla.
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