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Testigos de vista desde Serbia

JOSÉ MORENO LOSADA SACERDOTE DE BADAJOZ

Domingo, 30 de agosto 2015, 00:11

PODER compartir una semana de viaje con dos buenos e ilustrados amigos, como son Jesús Salas y Trini Ruiz, no tiene precio alguno. Y si, además, el lugar a conocer es Serbia, entonces podemos hablar de tesoro. Más aún, en esta ocasión, en que nos hemos convertido en testigos de vida de un acontecimiento singular y actual: el paso de inmigrantes sirios, afganos, que huyen de la guerra y el sufrimiento de sus pueblos, buscando dignidad y paz. Desde enero, según la prensa local y como hemos podido comprobar, han llegado entre 60.000 y 90.000 personas a Serbia -actualmente, unos 6.000 diarios-, y en el campamento-jardín de Belgrado hay, cada día, unas 700 personas.

Contemplando su dolor

Hemos visto la realidad de los parques junto a las estaciones de tren, autobús y taxi; allí, en las tiendas de campaña y en su pobreza, hemos hecho nuestro su dolor. Hemos leído sus testimonios de sufrimiento, de soledad, de desamparo. Pero si tenemos que subrayar algo en especial, nos quedamos, sin duda, con lo que está siendo la respuesta del pueblo serbio, tanto a nivel popular como institucional. El primer implicado ha sido abiertamente el primer ministro, Alesander Vuvic, quien, acompañado de los ministros de Trabajo (A. Vulin), de Interior (N. Stefanovic), del alcalde de Belgrado (S. Mali) y de los representantes de la Cruz Roja, visitó el 19 de agosto a los inmigrantes en sus campamentos dentro de la ciudad -el mismo día que lo hicimos nosotros-. Ha querido interesarse personalmente por sus necesidades y, así, mostrarles su apoyo. Allí, manifestó a los acampados que Serbia haría todo lo posible para que se encontrasen mejor y se sintieran a salvo, y siempre serían bienvenidos. A los periodistas, les dijo que los inmigrantes de Siria y de Afganistán habían tenido hospitalidad con su pueblo, como no habían recibido jamás, y son conscientes de lo que pasó su propio pueblo hace sólo dos décadas. Como primera medida, les anunció la creación de un centro de acogida, a la vez que agradeció la ayuda de todas las personas e instituciones civiles que se están movilizando para ayudar a estos inmigrantes.

'Mikser House': el refugio de salvación

Sorprende la cantidad de iniciativas y acciones personales y organizadas que se están llevando a cabo. Entre ellas, una plataforma cultural ciudadana de Belgrado, llamada 'Mikser House', que ha puesto en marcha tandas de ciudadanos voluntarios que traen ropa, agua, alimento, pañales y productos sanitarios, a la vez que escuchan sus necesidades e historias de dolor y preocupación. Esta misma plataforma organiza eventos de sensibilización en los que, en determinadas horas, ofrece té y café a personas que hayan emigrado a Belgrado por razones de guerra. La finalidad es recordar cómo hoy, todavía, hay otras personas que necesitan de esa ayuda. El mismo Ayuntamiento ha establecido servicios especiales para ellos de recogida de basura, suministro de tanques de agua, así como baños portátiles para estos inmigrantes que desean llegar a Europa y que pasan entre dos y siete días por estos caminos serbios. Esta inquietud y compromiso pasa, también, por colectivos profesionales de distinto tipo. A modo de ejemplo, hemos sido testigos de cómo los taxistas se han organizado para ayudarles con traslados gratuitos, y también los médicos, que han establecido turnos en áreas especificas del parque de acampados para recibir pacientes desdelas 10.00 hasta las 17.00 horas.

Más allá de las vallas que condenan

En medio de estos avatares, recuerdo cómo en el avión hablábamos de los distintos modos de viajar e ir a tierras y pueblos lejanos, eso de ser peregrinos o turistas en el camino. Nosotros deseábamos hacer un viaje de descanso y, a la vez, reconstituyente, con su parte de encuentro, conocimiento y descubrimiento de algo nuevo de este pueblo serbio y de su historia centenaria y reciente. Así esta siendo, tanto en Belgrado como en la ciudad de Novi Sad y su provincia, con sus parques y monasterios ortodoxos. Y no, no nos cansamos.En el contacto con la realidad y la inmersión en sus calles, pueblos, campos, rezos y comidas, vamos atisbando la realidad de pueblo que quiere vivir, pensar en futuro, luchar, construir, que sabe de heridas y que no quiere mirar atrás. Sólo vislumbra su historia y su dolor para ser solidario y para ser, con los otros, lo que ellos necesitaron en otro tiempo no lejano. Lo han dicho con claridad: ellos no van a construir vallas de condena y separación, no las quieren. Más bien, desean que sus heridas puedan curar a otros y que nadie sufra lo que ellos sufrieron en su momento.

Un Dios que no abandona

Yo me allegro profundamente de este conocimiento real de este pueblo y de este momento, de su valía y de su mirada a los pueblos vecinos. Me evocan al mandato divino del Éxodo, cuando Dios recuerda a su pueblo que fueron esclavos y extranjeros en Egipto y que eso les debe llevar a tratar con justicia y divinidad a los extranjeros que habitan entre ellos y que llegan de otras tierras. Es, sin duda alguna, el momento para que evitemos una mirada inquisitiva y judicial, de condena, a esta puerta que los pobres y refugiados están abriendo para entrar en Europa. No construyamos vallas, sino lugares de derecho y dignidad, de justicia universal que las hagan inútiles. Este es mi deseo, mi primer mandamiento, y en este lenguaje ha orado mi plegaria desde los monasterios ortodoxos, bombardeados en 1999, del parque nacional de Fruska Gora, en Vojvodina (Serbia). Hoy, una vez más, amanece; y, aunque despierta lloviendo a cántaros, la esperanza grita más alto que las cicatrices del miedo.

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