Llamada a los partidos políticos
MARÍA ISABEL NIETO FERNÁNDEZ PROFRESORA DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA. UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
Lunes, 22 de diciembre 2014, 00:22
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MARÍA ISABEL NIETO FERNÁNDEZ PROFRESORA DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA. UNIVERSIDAD CARLOS III DE MADRID
Lunes, 22 de diciembre 2014, 00:22
EL Jefe de Estado, Felipe VI, se sumaba en una reciente intervención al sentir general y alertaba del desprestigio de las instituciones políticas en nuestro país y de la crisis de confianza por parte de la ciudadanía. Llamaba la atención sobre la enorme distancia que separa al pueblo llano y las instituciones que lo representan. Existiendo un consenso generalizado sobre este hecho, quisiera prevenir sobre el trascendente cometido de los partidos políticos -canalizadores de las ideas, valores, e intereses de las sociedades actuales. A mi juicio, son los partidos políticos los que tienen que apechugar, en mayor medida, con este ambiente de crispación, y los primeros que necesitan repensar muy seriamente la forma en que vienen ejerciendo el poder, su falta de democracia interna y el excesivo control que vienen practicando sobre altos cargos de otros órganos políticos, administrativos y judiciales, como el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, la Fiscalía, RTVE... Y a ser posible, mejor hoy que mañana, porque mañana ya puede ser tarde.
Me explico. Partiendo de la base de que en las democracias, la gestión del conflicto, del consenso y del disenso que es, al cabo y a la postre, hacer política, únicamente puede venir de la mano de la participación ciudadana -no exclusivamente de la participación electoral-, que también, sino de una participación efectiva, esto es, que sean tenidas en cuenta los puntos de vista de todos los miembros de la sociedad, los partidos políticos, -principales mediadores entre sociedad e instituciones-, deberían de ser, en palabras de Fernando Carrillo, actual Embajador de Colombia en España, «laboratorios de innovación política», o lo que es lo mismo, vehículos para recuperar la confianza en lo «público» y abandonar su papel de «fantasmas electorales», o maquinarias engrasadas con dinero público preparadas para reaccionar a los sondeos con el único fin de ganar elecciones. Ya no pueden, no podemos permitirnos ese lujo.
Y, esto no es baladí, ya que los desafíos a los que se enfrentan y nos enfrentamos son vitales: preservar la democracia y luchar contra la pobreza y las desigualdades sociales. Pero siempre desde la democracia y no desde fuera de ella.
Por el contrario, es crucial que nuestros partidos aprendan no a reaccionar, sino a canalizar, con un sentido de estado nacido del interés común, cimentado sólidamente en el consenso, y con vistas al futuro, los intereses de la ciudadanía. Lejos de ello, las organizaciones que pretenden representarnos muestran muchas deficiencias, y tienen mucho trabajo por delante para solventarlas (caso de que algún día se decidan a intentarlo):
1. El Parlamento está en crisis, ha sufrido una pérdida de poder frente al ejecutivo y ello en parte se debe a que hemos pasado del «parlamentarismo» a una «democracia de partidos». La separación de poderes entre el legislativo y el ejecutivo en nuestro sistema parlamentario es difusa, y el debate es prácticamente inexistente en la cámara baja. La discusión se ha trasladado a otros foros, como son la opinión pública y los medios de comunicación. Y esto es muy bueno, pero no quita que la Cámara deba recuperar su papel de foro de discusión pública, por excelencia. No es de recibo que se esté hablando por parte de algunos líderes nacionales sobre la reforma constitucional -un día sí y otro también en los medios- y ni siquiera se haya debatido en el Parlamento qué reformar, cómo y su conveniencia.
2. El Parlamento parece estar más bien al servicio de los propios partidos políticos que al servicio del «interés general». Nuestros diputados y senadores ejercen un mandato representativo. Ya en el siglo XVIII, el pensador británico Burke, lo explicaba muy bien: «El parlamento no es un congreso de embajadores que defienden intereses distintos y hostiles, intereses que cada uno de sus miembros debe defender como intérprete y abogado, sino una asamblea deliberante de una nación con un interés, el de la totalidad, donde la guía tiene que ser el objetivo global, no los intereses locales, el bien común que resulta de la razón general del todo. Escoged a un diputado, pero, cuando lo hayáis elegido, no será el diputado por Bristol, sino un miembro del parlamento». El problema es que en las democracias representativas ha disminuido la independencia del diputado y ha aumentado su dependencia del partido. La disciplina de partido es demasiado férrea. Y el mandato representativo entra en colisión con el mandato imperativo que, por otro lado, está prohibido por la Constitución en el caso español.
3. El excesivo control de los partidos políticos provoca, además de una representación muy controvertida, una libertad del diputado bastante mutilada, reducida y, en consecuencia, su independencia queda prácticamente anulada. ¿Dónde queda su autonomía?
4. Deben prosperar maneras más democráticas en las estructuras y organizaciones de los partidos. En la selección de candidatos y en la circulación de sus cuadros, líderes y élites locales, parlamentarias y gubernamentales. Además de las primarias, la democratización es buena para la ocupación de cargos, con celebración de congresos más frecuentes, limitación de mandatos, etcétera.
En definitiva, los partidos tienen un papel decisivo en nuestra vida diaria, en nuestro futuro, en el de la democracia que deben salvaguardar. Deben, debemos empezar a reflexionar sobre su responsabilidad frente a la sociedad, frente a la historia. España no debe, no puede entrar en una vía muerta arrastrada por la inoperancia de unos, la falta de visión de otros, y la pasividad del resto.
Es el momento.
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