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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Domingo, 11 de junio 2006, 02:00
Quizá se haya convertido en un tópico, pero cada día se me antoja más cierto aquello de que cada libro reclama su entorno. Si miramos en nuestro fuero interno, hay siempre una determinada música o unos precisos versos indisolublemente unidos a un instante específico, insoslayablemente enlazados con ese recuerdo peculiar o con esa particular vivencia. Si digo esto ahora es porque recupero aquellas palabras que el inolvidable Jesús Delgado Valhondo anteponía al que siempre -y a pesar suyo- fue poemario de referencia de Jaime Álvarez Buiza, Tarde de siempre; las rescato porque presentan el entorno ideal donde este Presagio del silencio se llena de sentido: «esta misma tarde pesada, brumosa, densa, enfermiza, plagada de silencios y lejanías». Más de veinticinco años entre una y otra entrega; toda una trayectoria poética, que, fiel a la obligación de todo edificio que crece, cada vez se asienta más y ahonda en las dudas y las imágenes de siempre.
Aparentemente pocas novedades hay en estos nuevos poemas de Jaime; como si el tiempo no hubiera transcurrido, el mismo formato (la proverbial fidelidad editorial del poeta sólo se ha roto en su trayectoria una vez... y media), la ilustración de José Antonio Castro -marca de la casa-, de nuevo un tan cálido como brillante heptasílabo en el título sin ningún verbo que lo acelere y sólo, sí, la ausencia de la tradicional fotografía en la contraportada: una desaparición física que contrasta (de ahí lo que dije al principio de aparentemente) con los versos más estrictamente personales de su autor. Ya dijo Nietzsche -y se encargó de recordarlo Ángel Sánchez Pascual en el prólogo de la anterior entrega de Jaime, Desconsolada espera- «Los poetas carecen de pudor respecto a sus vivencias: las explotan"; los dos últimos poemarios de nuestro poeta eran sostenidos por una voz que, en tercera persona, hacía hablar a un genérico "el hombre», trasunto claro de la voz del sujeto lírico. Pero en estos poemas de hoy Jaime abandona el subterfugio y es su propia voz, en omnipresente primera persona, la que surge, crece y se acerca a susurrarnos.
Todo en este poemario es, pues, intensificación gozosa de su sólida trayectoria. El veterano lector de nuestro poeta volverá a encontrar la tarde de siempre, la espera inacabada y desconsolada tras esas horas que huyen. Sólo que ahora parece todavía un poco más tarde; las primeras horas de la noche, la oscuridad casi, en suma, se adueñan de las palabras y las reflexiones. Diez años ha tardado Jaime en ofrecer una nueva entrega, como si fuera depurando las palabras ante la constatación de que sólo cabe ahondar en lo que tantas veces hemos ido verificando que se produce hasta que deja de hacerlo. Dos partes diferenciadas pero unidas en el poemario; una primera donde el poeta recuerda a los seres queridos que ya no están: vidas en las que vivió y ahora le faltan ("dolor de no se sabe / amor de tantos muertos"), que le ayudan a comprender ese necesario tránsito que la voz poética no rehuye ("Añoro lo que viene, / ese paso que duerme / suspendido / en el regazo del silencio"); y una segunda parte en la que el poeta se rodea de los suyos, haciéndolos copartícipes, cómplices de su derrotero. Un somero vistazo a las dedicatorias nos explica la necesidad de las mismas: son sus hijos, su mujer, sus más íntimos amigos, y no sobran sus nombres en la singladura que el poeta ha atravesado y atraviesa; ellos son testigos de la necesidad de los inventarios, del aferrarse a la breve luz que poco a poco va escapándose, ellos la pared donde rebotar las dudas, el cálido colchón donde descansar del proceso perpetuo de rebuscarse en sí mismo
Mucho es lo que Álvarez Buiza ha crecido y madurado desde sus últimos poemas porque mucho también es lo que han ido acumulando sus vivencias, cada vez más soterradas, más dolidas, más taciturnas y calladas. Es el poeta, por definición, el hombre que contempla y sus palabras el alcance de su introspección. Quizás en estos momentos en que comprendemos más que nunca la necesidad del silencio, se conviertan los versos de Jaime, porque vienen a compartir lo mismo, en el bálsamo que nos redima de nuestra particular desolación.
Jaime Álvarez Buiza, Presagio del silencio, Badajoz, Universitas editorial, 2006.
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