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Sociedad

La Mostra rinde homenaje a David Lynch, que regala tres horas de oscuro e hipnótico delirio

El director, premiado con el León de Oro a la carrera, destroza la trama y la lógica en 'Inland Empire' con la sola ayuda de su magnético estilo

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ

Jueves, 7 de septiembre 2006, 04:00

El director norteamericano David Lynch, que no ha hecho una película mala, desde 'El hombre elefante' a 'Terciopelo Azul', y fundó la serie televisiva moderna con 'Twin Peaks', recibió ayer el León de Oro a la carrera del festival de Venecia. A cambio, regaló a la Mostra su último trabajo, 'Inland empire' (Imperio interior), un filme que, de forma equivalente, es una especie de culminación apoteósica, desmesurada y excesiva de su peculiar y turbador estilo. 'Inland empire' retoma, en principio, la senda de la magistral 'Mullholland drive', su anterior filme, pero luego va mucho más allá. Lynch no se corta, en todos los sentidos, porque dura tres horas y hace lo que le da la gana.

La primera hora de película es subyugante y aunque se mezclan los planos de casi todas las realidades posibles -sueño, pesadilla, relato, cine, radio, recuerdo, imaginación...- hay un hilo en la oscuridad que permite seguir adelante. Sin embargo, de repente Lynch rompe el hilo, renuncia a encerrar el relato y todo lo que sigue es caída libre. Y son dos horas más.

Pedazos de historia

En medio de una atmósfera sombría e inquietante, en 'Inland empire' se empieza a perder pie y ya no hay donde agarrarse, porque en la pantalla se suceden pedazos de historias con lejanas o confusas relaciones. El cerebro y el corazón empiezan a carburar, buscando una salida y agitándose por las emociones, porque Lynch es un maestro único en tocar resortes escondidos, sin apenas esfuerzo y con una eficacia inmediata, a través de situaciones, sonidos, frases, personajes o música. Un mundo propio, la intensidad de lo que se ve y siente, es lo que sostiene la película, a través de excelentes interpretaciones y del único personaje central, Laura Dern, que parece la última rubia que se le escapó a Hitchcock.

Lynch juega con el espectador, lo coge y lo suelta, se entra y sale de la película, porque hay momentos de distanciamiento, en que uno se pregunta si le están tomando el pelo, pero el muy puñetero es capaz de capturar de nuevo la atención con sólo chasquear los dedos. Es una película hipnótica en el que se corre el riesgo de despertar y no verle a nada ningún sentido. Una formidable experiencia fílmica que, la verdad, no descarrila en ningún momento, pero en la que cabe preguntarse cuándo y cómo va a parar.

Muchos finales

La sensación es que al filme, igual que dura tres horas, podían quitarle una o ponerle otra más. Hay una decena de finales y se supone que Lynch lo termina cuando él quiere, o se cansa. De hecho, se rumorea que la versión proyectada ayer no es la definitiva, porque le vendrían muy bien unos tijeretazos, y que será recortada para hacerla comercialmente digerible. La gente del Lido salió confusa, indignada, burlada, contenta, pensativa, es decir, alterada. Pero todos aguantaron hasta el final y luego discutían sobre la película. También hay quien se aburrió y le parece una basura. En fin, puro David Lynch.

«Cada película es entrar en un mundo nuevo, desconocido. No hay que tener miedo de utilizar la inteligencia y los sentimientos. El cine es un lenguaje muy bello y, como la música, va más allá de las palabras», comentó el cineasta en la rueda de prensa. A quien le pidió una explicación, le contó que había rodado la película sin saber exactamente en qué dirección iba. «Amo los misterios y no saber qué es lo que va a pasar, que se apaguen las luces, se abra el telón y entrar en otro mundo», confesó.

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