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Sábado, 21 de octubre 2006, 03:43
SIN lo que el artista tiene de transgresor no habría proceso creativo verdadero. Es precisamente la transgresión lo que le da al arte su capacidad de anticiparse, de explorar y de romper. El arte acomodaticio o domesticado en realidad no es arte, porque la creación artística es, ante todo -antes, incluso, que estética-, libertad. Por eso, los que interpretan el arte desde el punto de vista de la norma social, de lo correcto, suelen escandalizarse cuando se enfrentan al arte verdaderamente libre. Son los moralizadores de siempre, los que se creen depositarios de la capacidad para decidir lo que es y lo que no es adecuado, lo que es y lo que no es arte, en función de que la obra artística se atenga, o no, a sus 'cánones morales', olvidándose de que la obra de arte no solo no tiene nada que ver con la moral, sino que es precisamente ésta uno de sus mayores obstáculos.
Viene esto a cuento de la descalificación publicada recientemente en este periódico por un grupo de 'críticos' contra el insigne fotógrafo extremeño José Antonio Moreno Montoya y contra la Universidad de Extremadura, por haber dado cobijo, en forma de libro, a la figura y la obra de este destacado creador. En el más puro estilo de los integristas religiosos -da igual cristianos que islámicos- los firmantes de dicho escrito condenan a la hoguera ideológica -porque a la otra ya no les es posible- a la figura y a la obra global de Montoya, con descalificaciones tan sin posibilidad de matiz como 'cloaca' y lindezas parecidas, lo que prueba la altura intelectual de su crítica.
El falso escándalo de estos moralizadores viene determinado por las imágenes de ciertas colecciones fotográficas del artista extremeño, consideradas por ellos como escatológicas, pornográficas, irreverentes o sacrílegas. Lo único que consiguen, sin embargo, es darnos la medida de la incultura que padecen, pues antecedentes claros de ciertas temáticas tocadas por Montoya-como por otros creadores libres-, son, salvando las distancias estéticas y de concepto de cada época, las escenas igualmente escatológicas, pornográficas o irreverentes de ciertas pinturas rupestres; o las que ilustran determinados monumentos faraónicos; o las que decoran muchos kylix griegos o los murales romanos de Pompeya. Se ve que estos genios de la crítica de arte no han visto las escenas y los tipos que pueblan las portadas, los capiteles y otros elementos decorativos de nuestras catedrales, y que ignoran la obra de El Bosco y ciertas obras de Rembrandt, Velázquez o Goya, sin contar muchísimas pinturas, esculturas, fotografías, etc., de innumerables creadores de los siglos XIX, XX y XXI. Las temáticas de faunos y las escenas eróticas de muchas pinturas de Picasso serán, para ellos, igualmente abominables, como, también 'el gran masturbador' y tantas obras obras transgresoras de Dalí y de tantos otros.
Con todo, la opinión de los cuatro firmantes de la condena social e ideológica de Montoya, sería aceptable si estuviera matizada, si no fuera globalmente descalificadora o si adujera argumentos conceptuales o estéticos. Pero la descalificación está sustentada en razones religiosas, en cuestiones de fe, en defensa de creencias y, ahí, la razón se estrella contra el muro de la irracionalidad. Está muy claro que los firmantes de tal condena no sólo no han sabido apreciar lo que el arte de Montoya tiene de logro técnico y de victoria estética, sino que, lo que es peor, no han entendido nada de lo que el creador expresa. No han percibido ni un átomo de la crítica que el artista manifiesta, ni de su concepto revolucionario de ciertas realidades. Y, de un plumazo -en la ignorancia, otra vez, de quien está considerado uno de los mejores fotógrafos del momento y no sólo en España, con un currículo rebosante de premios internacionales, de exposiciones por todo el mundo, de publicaciones sobre su obra lo mismo en Extremadura que en Zaragoza, Valencia, Barcelona o Berlín- se cargan, como el mejor inquisidor, todo lo que es y todo lo que Montoya ha hecho, lo mismo que hacían sus antepasados intelectuales con los herejes.
No debe, sin embargo, el artista -ni Montoya, ni ninguno de los que están haciendo hoy arte del siglo XXI- desanimarse ante estas descalificaciones que, en realidad, a quien verdaderamente descalifican es a quienes las formulan. En todas las épocas han estado los vigilantes de la moralidad ojo avizor para arremeter contra los creadores y los intelectuales que se saltaban la norma social o moral. Pero el creador que recibe estas críticas ha de saber que éstas dan precisamente la medida de su vanguardismo, su libertad y su valor. El artista transgresor es el que hace futuro con su obra, el que alumbra los nuevos caminos por los que discurrirá la evolución estética de la especie. Por eso hacemos hoy aquí su elogio y su defensa contra los temibles inmovilistas que tanto daño han causado y causan a los seres humanos.
FIRMAN ESTE ESCRITO: José Mª Pagador Otero, escritor y periodista; Gecko Turner, músico; Gene García, músico; Félix Méndez, fotógrafo y director de cine; Manuel Sordo Osuna, galerista; Juana Mª Bonilla García, artista plástico; Francisco de la Cruz Barrero, fotógrafo; Carmen Leo Hinojosa, ATS; Juan García Sánchez, artista plástico; Guillermo Gabardino, fotógrafo; José Mª Valero Blando, fotógrafo y traumatólogo; Emeterio Cano Guerrero, fotógrafo; José Manuel García Regalado, fotógrafo; José María Ballester Olivera, fotógrafo; Luis Mariano Herrero del Río, músico y economista; Julián Pacha Moreno, artista, director y productor de teatro; Antonio José Rodríguez Patios, escritor y artista plástico; Celia Expósito Ares, productora ejecutiva y economista; Tamara Molina Bueno, jefa de producción de teatro; José Manuel Lanzat Delinque, informático analista de sistema y las asociaciones 'Paramnesia teatro' y ' Arsis Lirica'.
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