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¿Qué ha pasado hoy, 16 de abril, en Extremadura?
Sociedad

Un periodista bien informado

El corresponsal del Chicago Daily Tribune en la guerra civil española conocía bien Extremadura y siempre se sintió influido por las imágenes que le dejó la matanza de Badajoz

TEXTOS

Domingo, 29 de abril 2007, 03:33

El valor de Jay Allen en domingo en domingo Al amanecer del 25 de agosto de 1936, un periodista estadounidense llamado Jay Allen se sentó ante la máquina de escribir en el recogido patio interior de una pequeña pensión de Elvas. Le mantenían despierto el agobiante calor y los sollozos de la mujer que había en la habitación contigua, cuyo marido había sido una de las víctimas de la masacre ocurrida justo al otro lado de la frontera, en Badajoz. Jay acababa de volver del lugar de la carnicería y, al escribir su luego famoso artículo sobre los hechos, trataba de asimilar el horror de lo ocurrido. Una vez publicado, ocasionó considerables daños a la causa del Ejército rebelde de España. Se convirtió en una de las crónicas de la Guerra Civil española más importantes y citadas, y lo convirtió a él en blanco de los improperios de la derecha católica americana.

Allen fue uno de los dos corresponsales mejor informados sobre la situación de España de ambos bandos. Nacido en Seattle el 7 de julio de 1900, formó parte de la llamada «generación perdida» estadounidense. Pasaba con su mujer Ruth una larga estancia en París cuando entabló amistad con Ernest Hemingway, a quien sustituyó en la oficina parisina del Chicago Daily Tribune. Entre 1925 y 1934 informó de los acontecimientos de Francia, Bélgica, España, Italia, Austria, Alemania, Polonia y los Balcanes. En 1930 Jay Allen se trasladó a Madrid, donde conoció una amplia variedad de políticos españoles, desde la izquierda, donde se sentía más cómodo, hasta la extrema derecha, caso de José Antonio Primo de Rivera y José Calvo Sotelo.

A través del artista Luis Quintanilla, íntimo amigo desde sus tiempos en París, Allen trabó amistad con una serie de socialistas destacados entre los que se encontraban el futuro presidente Juan Negrín y algunos partidarios de Largo Caballero como Luis Araquistáin, Julio Álvarez del Vayo y Rodolfo Llopis. Durante la represión que siguió a la insurrección izquierdista de octubre de 1934, Jay Allen ocultó en su casa a Negrín, Araquistáin, Álvarez del Vayo y Llopis y fue detenido como consecuencia de un reportaje sobre la represión en Asturias que había escrito para el Chicago Daily News a base de material sobre las atrocidades de Asturias proporcionado por Indalecio Prieto.

En 1935, tomando por base Torremolinos, todavía una idílica aldea de pescadores, empezó a trabajar en un libro sobre la lucha agraria del sur. Parte de la primavera de 1936 la pasó viajando por Extremadura recopilando materiales sobre el problema agrario. Allen quedó profundamente impresionado por lo que vio y, al regresar a Madrid, se reunió con Negrín para analizarlo.

Fue precisamente a su regreso a Torremolinos cuando tuvo lugar el golpe militar del 18 de julio, por lo que salió inmediatamente hacia Gibraltar. Entre los despachos que luego mandaría, y al mismo nivel que los reportajes de Mario Neves sobre la masacre de Badajoz o George Steer sobre el bombardeo de Guernica, se encuentran tres de los artículos más importantes y citados de los escritos durante la contienda: la entrevista exclusiva con Franco realizada en Tetuán el 27 de julio de 1936, su propia versión de los días posteriores a la toma de Badajoz por parte de los nacionalistas y la última entrevista concedida por José Antonio Primo de Rivera, poco antes de ser ejecutado.

A cualquier precio

La entrevista con Franco fue la primera que concedió el general rebelde a un corresponsal extranjero. Cuando Jay le preguntó durante cuánto tiempo se prolongarían las matanzas ahora que el golpe había fracasado, Franco contestó: "No puede haber ningún acuerdo, ninguna tregua Salvaré a España del marxismo a cualquier precio". Cuando Allen replicó: «¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?», un Franco sonriente respondió: «He dicho a cualquier precio». Como consecuencia del artículo se puso un precio a la cabeza de Jay Allen. A finales de octubre de 1936, cuando unos periodistas anglosajones cruzaron las líneas, los llevaron delante de Franco en Salamanca. Al mirarlos, el Generalísimo dijo: «No, no es él. Él que busco es más alto».

Obtener el reportaje elaborado desde Badajoz supuso más valor aún que el que le había costado entrar en la guarida de la bestia que era el cuartel general de Franco. En una ciudad en la que los legionarios y mercenarios moros mataban y torturaban a discreción, recabó información para el extenso artículo que ha superado con creces la prueba del tiempo. Lo que escribió acerca de Badajoz dio pie a que fuera vilipendiado durante los años posteriores. Y lo que es más importante: lo que supo iba a obsesionarle durante el resto de su vida.

Aunque quizá el artículo de Badajoz sea el legado más importante de Allen, también fue notable su actuación al conseguir, el día 3 de octubre de 1936, la última entrevista con el dirigente falangista José Antonio Primo de Rivera. Consiguió entrevistarlo en la prisión de Alicante después de unos encuentros muy tensos con la Comisión de Orden Público local, dominada por los anarquistas. El dirigente falangista le dijo: «Sé que si este Movimiento gana y resulta que no es nada más que reaccionario, entonces me retiraré con la Falange y... volveré a ésta o a otra prisión dentro de muy pocos meses».

Después de estos artículos, Allen perdió su empleo en el Chicago Daily Tribune y pasó a hacer algunos trabajos puntuales para el New York Times, pero, sobre todo, se dedicó a hacer campaña en Washington a favor de la República. En Nueva York, con Herbert Southworth, montó una oficina para dicho trabajo. Se reunía con el ministro de Asuntos Exteriores Cordell Hull y el Ministro de Interior, Harold L. Ickes y a menudo conseguía arreglárselas para ver a Eleanor Roosevelt. En una ocasión llegó incluso a exponer durante media hora la conveniencia del levantamiento del embargo de armas ante el propio Presidente Franklyn D. Roosevelt.

Refugiados

Al final de la Guerra Civil, Jay Allen trabajaba febrilmente en Washington intentando obtener ayuda para los centenares de miles de refugiados que habían llegado a Francia y concienciar al público americano respecto a las amenazas que se cernían sobre los vencidos a causa de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939. Allen quedó desolado por la derrota final de la República. Su hijo Michael recordaba: «La noche en que cayó la República española fue la más triste que recuerdo en mi vida. Mi madre y mi padre estaban inaccesibles, ausentes, sumidos en el dolor o la depresión; y ahora creo que probablemente aquel fuera el principio de la depresión de mi padre».

De todos modos, Allen continuó luchando por la República. En mayo de 1939 actuó como intérprete cuando Negrín realizó unas visitas a políticos estadounidenses y además participó en numerosas reuniones de la Campaña de Ayuda al Refugiado Español para que el gobierno estadounidense proporcionara barcos para sacar a los refugiados de Francia a México.

A finales de 1940, Jay Allen viajó a la Francia ocupada con unas credenciales de corresponsal de la agencia NANA, aunque también con el encargo de dirigir un comité dedicado a ayudar a los intelectuales y artistas antifascistas a escapar de la Francia ocupada. Lo que no sabían ni la NANA ni el Comité Estadounidense de Ayuda de Emergencia era que el Servicio de Inteligencia británico también le había encomendado que contactara con la incipiente clandestinidad francesa para determinar el paradero de los soldados británicos abandonados en Dunquerque. Por otra parte, Allen albergaba esperanzas de reunirse con exiliados españoles y brigadistas internacionales. Como tapadera de sus actividades entrevistaba a los prohombres de la Francia de Vichy, incluido el propio Mariscal Pétain.

La Gestapo

A mediados de marzo de 1941 Jay fue apresado por los alemanes. Había traspasado sin autorización la línea de demarcación y llegado a París, donde se le había visto con algunas personas que estaban bajo la vigilancia de la Gestapo. Entonces, le siguieron cuando regresaba hacia el sur y lo detuvieron mientras trataba de volver a entrar en la Francia de Vichy.

Por ello fue acusado de espionaje, condenado a muerte y encarcelado en Chalon-sur-Saône. Tanto la Gestapo como la policía de Vichy lo interrogaron para que reconociera que era un agente británico. El 23 de junio, los alemanes condenaron a Allen a cuatro meses de cárcel y fue trasladado a la durísima cárcel de Dijon. Finalmente, a mediados de julio, se llegó a un acuerdo para realizar un intercambio de prisioneros y fue liberado a finales de agosto de 1941.

África

A su vuelta a Estados Unidos empezó a trabajar en un libro sobre sus experiencias titulado 'My Trouble with Hitler', pero su inveterado perfeccionismo retrasaba continuamente el proyecto. Cuando el domingo 8 de noviembre de 1942 la Operación Antorcha vio cómo las fuerzas aliadas desembarcaban en el norte de África, Jay Allen les acompañaba al frente del Departamento de Guerra Psicológica del Ejército de Estados Unidos en Marruecos.

La experiencia en el norte de África le amargaba, porque cuando descubrió que en los campos de prisioneros de Vichy había militantes de la resistencia francesa y ex brigadistas internacionales percibió que el alto mando estadounidense aceptaba la explicación de los franceses de Vichy de que se trataba de comunistas peligrosos.

En enero de 1943, justo antes de que Roosevelt se reuniese con Churchill en el cumbre de Casablanca, Jay Allen manifestó sin resultado alguno al general Eisenhower su preocupación por las relaciones estadounidenses con los elementos profascistas de Vichy. Frente a la brusca afirmación de éste de que había una guerra que ganar, Allen dimitió de su cargo y regresó a Estados Unidos en febrero de 1943.

El embargo estadounidense impuesto a la República española y la transigencia con los dictadores supusieron otro paso más en la senda hacia la decepción absoluta. La guerra española, iniciada el 18 de julio de 1936, había dejado de ser su guerra.

Fin del combate

En palabras de su hijo: «Había sufrido demasiadas derrotas. Combatió por la justicia y por la paz. Combatió bien. Y le abatieron». Ya sufría las primeras fases de una profunda depresión de la que jamás se recuperaría por entero.

Jay Allen se retiró de la esfera pública. Parece que, a consecuencia de su compromiso con la República, sus trabajos no encontraron salida. Su nombre figuraba en una lista negra. En muchos aspectos, el valiente periodista que fue Jay Allen desapareció. La derrota de la República española, el desgaste sufrido al tratar de alertar a Estados Unidos del peligro del fascismo, su experiencia en una prisión de la Gestapo y la violenta reacción antiizquierdista que emponzoñaba la vida estadounidense a finales de la década de 1940 se coaligaron para agotar su optimismo y su determinación a la hora de continuar luchando por aquello en lo que creía.

Su salud se fue deteriorando poco a poco hasta sufrir varios derrames cerebrales. A pesar de todo, continuó manteniéndose al corriente de lo que se publicaba sobre la guerra de España. Finalmente en otoño de 1972 sufrió un nuevo derrame cerebral y murió justo antes de Navidad.

Sin duda «Slaughter of 4,000 at Badajoz, City of horrors» («Matanza de 4.000 en Badajoz, Ciudad de los horrores»), artículo aparecido el 30 de agosto de 1936 en el Chicago Daily Tribune, constituye una de las crónicas más importantes de la historia del periodismo de guerra.

El trabajo de Allen no fue mejor que los de sus colegas Mario Neves, Marcel Dany, René Brut, Jacques Berthet o John T. Whitaker pero sí tuvo más difusión y trascendencia. Tanta que los justificadores del golpe militar, de la represión y de la guerra civil no han dejado de atacarlo desde entonces hasta hoy mismo. El objetivo: negar lo que tantos vieron y vivieron y tan pocos pudieron contar. Igual pasó con Neves, otro testigo incómodo.

Lo único que nadie ha podido negar son las imágenes de René Brut, cuya existencia, de no ser porque la Casa Pathé engañó al Servicio de Propaganda de Franco y no se desprendió de las imágenes tomadas por Brut durante su viaje a Badajoz, nadie hubiera visto jamás. Si no existiera tal documento aún tendríamos que soportar y que dar por supuesto que en Badajoz ni se mató a la gente en masa ni se incineraron docenas de cadáveres apilados en el cementerio. Con Neves, en una maniobra digna de Goebbels, se ha optado por otra vía: utilizar algunas de sus informaciones, convenientemente sacadas fuera de contexto, para negar la matanza de Badajoz. Y si esto se ha hecho con quien, como testigo presencial, dio a conocer en Portugal lo que pasó en Badajoz a las pocas horas de suceder, podemos imaginar lo ocurrido a quien, llegado a la ciudad diez días después de los hechos, los propagó en toda su crudeza ante la oposición y el escándalo de quienes apoyaban a los golpistas, especialmente la jerarquía católica de los EEUU.

El 23 de agosto Jay Allen, sabedor ya de los contactos entre golpistas y nazis y del papel que estaba jugando Portugal, tuvo noticia de la ocupación de Badajoz y partió para Elvas, donde llegó el día 24. Conocía bien Badajoz, donde había estado cuatro veces en el último año recogiendo información sobre la reforma agraria. Sabemos por las notas que dejó que seguía al día las noticias de los corresponsales portugueses, Neves inclusive. Pero su crónica amplía y complementa las de éstos.

Allen, aunque yerre en detalles de segundo orden, no sólo da noticia de la huida de Puigdengolas, del intento falangista de acabar con la vida del gobernador civil Granados, del fatal destino de diversos dirigentes civiles y militares pacenses, del asesinato de los hermanos Pla o del saqueo a que fue sometida la ciudad, sino que confirma la matanza inmediata de cientos de personas, el uso de la plaza de toros como uno de los escenarios de la masacre, la persistencia de la represión tras la marcha de la columna de la muerte y, muy importante por el momento en que fue hecha la denuncia, el inadmisible trato dado por el Gobierno portugués a cientos de refugiados, entregados de inmediato a los fascistas de Badajoz y, por tanto, a una muerte segura.

Habrá -hay a estas alturas- quienes insistan en negar cualquier validez al testimonio de Allen pero parece conveniente traer en su ayuda al terrateniente y ganadero salmantino Lisardo Sánchez, uno de los mayores propietarios de Badajoz. Muy preocupado por el destino de sus hijos y de sus propiedades se dirigió a la ciudad extremeña el mismo día 15 de agosto, en cuanto tuvo noticia de su ocupación, y permaneció allí varios días moviéndose por la ciudad sin cortapisa alguna. En sus escritos contó sin problemas que los bombardeos sufridos por la ciudad desde el día 7 habían sido tan intensos «que en casi todas las calles de Badajoz habían caído bombas». ¿Pero cómo ha quedado Badajoz!, escribió. Además añadió: «Es algo horrible ver a los muertos a montones por la calles. Tres días han tardado tres camiones en limpiar las calles de cadáveres, a pesar de colocarlos en posición vertical para poder transportar más al cementerio, donde eran quemados en imponentes montones». Tres camiones llevando muertos al cementerio durante tres días ¿Cuántas pilas de cadáveres como las que filmó Brut llegaron a formarse entre el 15 y el 17? Menos mal que en este caso la visión dantesca de una ciudad fantasmal sembrada de horror y muerte por los africanistas no vino del comunista Neves o del amigo y defensor de la República que fue Jay Allen.

Fue esa realidad, reconocida en este caso hasta por quien apoyaba el golpe, la que la crónica de Jay Allen dio a conocer al mundo. Da igual que no estuviera el 14 de agosto en Badajoz y que el grueso de su crónica se basase en otras crónicas y testimonios. Sin duda, errores incluidos, es lo mejor que se hizo junto con las de Mario Neves. El estado actual de la investigación, fruto de un considerable esfuerzo, indica que la realidad fue por donde decían Neves, Brut, Allen, Dany, Berthet y Whitaker, y no por donde dijeron los propagandistas favorables a Franco, de cuyos nombres ya no se acuerdan ni los actuales revisionistas.

Y en cuanto a las cifras y nombres de la matanza, aunque sabemos mucho más que antes, debemos seguir investigando y no perder nunca la esperanza de que en algún archivo público o privado aparezca alguno de los informes sobre la ocupación de Badajoz que circularon entre los dirigentes golpistas en aquellos días.

FRANCISCO ESPINOSA. Historiador, autor entre otros libros de 'La columna de la muerte' (2003), que va por la quinta edición y del título 'Contra el olvido' (2006).

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