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JULIO GONZÁLEZ LOZANO
Sábado, 7 de julio 2007, 03:11
El mandato del ex presidente extremeño es todo un tratado de sociología, tanto por su duración como por sus circunstancias, más en relación al entorno ciudadano que por cuestiones personales del propio presidente. Es muy probable que sea motivo de alguna tesis doctoral, porque Ibarra ha sido todo un factor de corrección, de distorsión o de amancebamiento, según quien opine al respecto. Que no hubiese sido posible sin su personalidad, resulta evidente. No obstante, cualquier estudioso del tema, que no conociese nada más que aspectos puntuales del los 25 años de gobierno de Ibarra, sólo podría pensar dos cosas: lo hizo todo bien o Extremadura es una región moribunda intelectual y políticamente, y paralizada a nivel de inquietudes. Sus colaboradores han sido, en un número nada desdeñables de casos, acomodadores que acataron fielmente la voluntad - excepto alguna dimisión narcisista-, como si el dedo índice de Ibarra fuera la voluntad sempiterna del supremo. Todo un monoteísmo radicalizado y una adoración muy extraña. La tradición popular refiere que a los tontos se les da siempre la razón. Conocer al ex presidente nos permite asegurar que no tiene ni un solo pelo de tal minusvalía porque flaco favor le han hecho sus colaboradores al darle siempre la razón en todo lo que planteaba o decía. Tan raro que no sólo era sospechoso, sino que no era ni normal. Imagino que pocas personas en nuestra comunidad se plantearon, en su momento, sobre el cómo y el porqué del corto recorrido de Joaquín Cuello (ex consejero de Presidencia y Trabajo) en el entorno cercano de Rodríguez Ibarra. Caso parecido al de Pilar Blanco-Morales. No sabemos si Ibarra se consideraba autosuficiente para gobernar la región o es que las personas con una acreditada y contrastada formación intelectual y académica resultaban incómodas. Otros, por el contrario, más que adeptos parecían adictos; como si necesitasen consejo de algún profesional para despegarse del lucrativo mundo de la política, siempre 'ayudando' a su presidente a llevar la pesada carga de ser el garante de nuestros intereses. Son el numeroso grupo de 'sin primera profesión conocida', o por mejor decir 'descafeinada', que intuyeron con prontitud dónde hacer carrera sin tener que pasar por la Universidad ni hacer oposiciones de las de antes. Como el caso del administrativo, en funciones de administrador, allá por finales de los años 80, que intuyó que en el buen manejo de los presupuestos de una institución oficial tenía su coartada perfecta para abrirse paso hasta llegar a ser, a día de hoy, el deán y ecónomo de una secta sociniana en el corazón de la Campiña Sur, y aspirante al Nóbel de Economía. A estos pseudopartidos -cada comarca tiene el suyo-, que son la nueva beautiul people terruñera, y al núcleo duro del socialismo extremeño, Ibarra les transmitió un mensaje claro y diáfano a la hora de elegir a 'su' sucesor. Y quien no se diera por aludido es porque quiere reengancharse, que motivos hay muchos. Juan Carlos Rodríguez Ibarra, político que militó en la probidad, ha situado a Extremadura en el mapa y ha aportado suficientes dosis de progreso. Esperemos que la nueva etapa que se inicia, sea la de los responsables políticos que se correspondan por el don de sus conocimientos y menos por el de las 'buenas artes', el oportunismo y las amistades caprichosas.
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