Secciones
Servicios
Destacamos
MANU MEDIAVILLA
Sábado, 28 de julio 2007, 03:21
El primer balance de la IV Conferencia Internacional sobre Patogénesis, Tratamiento y Prevención del VIH celebrada esta semana en Sidney es agridulce. Frente a las renovadas expectativas terapéuticas, donde se van haciendo realidad nuevas familias de fármacos (inhibidores de la integrasa y antagonistas de la quimiocina o inhibidores del CCR5), el capítulo preventivo arroja más sombras que luces; sólo la circuncisión, que reduce un 60% el riesgo masculino de contagio, deja una esperanza entre las decepciones con medicamentos, lubricantes y diafragmas.
Y todo ello con el persistente trasfondo de 'dos mundos' del sida, uno rico donde la enfermedad se va haciendo crónica, y otro pobre donde escasean los medicamentos (apenas los reciben un tercio de quienes los necesitan) y el personal sanitario que debe ayudar a su eficacia. El ámbito de la salud no es una excepción en la 'fuga de cerebros' que priva a los países en desarrollo de la parte más 'rentable' de sus recursos humanos. Y eso supone una auténtica tragedia en la lucha antisida.
Según Debrework Zewdie, responsable del programa sobre VIH del Banco Mundial, el progresivo aumento del número de pacientes en tratamiento antirretroviral (en 2001 eran 240.000, y ahora rondan los todavía muy insuficientes 2,2 millones) servirá de poco mientras los servicios sanitarios locales sigan siendo escasos y deficientes. Si la ausencia de almacenamiento adecuado hace perder y caducar muchos medicamentos, la falta de personal médico y de enfermería impide coordinar y vigilar todo el proceso terapéutico.
Algo tan elemental como el cumplimiento terapéutico tiene, de hecho, una enorme trascendencia científica. Y así ha quedado de manifiesto en la cita de Sidney, donde varios estudios con resultados descorazonadores no han encontrado otra explicación que el mal seguimiento de los tratamientos. Sucedió con un trabajo con mujeres tanzanas sobre el virus VHS-2, causante del herpes genital y que aumenta la vulnerabilidad a la infección por VIH.
Se trataba de determinar si la supresión de aquel virus con el antiherpético aciclovir podía proteger frente al contagio de éste, pero la hipótesis falló, y el equipo investigador sospecha el motivo: sólo la mitad de participantes tomó el 90% de las dosis.
Es un toque de atención para quienes mantienen grandes esperanzas en los nuevos métodos preventivos que utilizan fármacos o microbicidas, cuya eficacia protectora pasa por su empleo consciente y continuado. De hecho, estudios recientes sobre el uso de diafragmas y lubricantes como posible barrera contra el VIH, no han despejado las dudas: en el primer caso, la utilización constante de tales dispositivos rondó el 70%, y la cifra fue aún menor en varios trabajos sobre microbicidas vaginales. Los datos preocupan aún más por tratarse de métodos que favorecen un mayor protagonismo femenino en la prevención.
La marginación de las mujeres es un enorme lastre en la lucha contra el VIH. Primero, por su condición de víctimas de la pandemia: representan casi la mitad (17,7 millones) de los 40 millones de personas infectadas, son más vulnerables al virus (su riesgo de contagio en relaciones sexuales sin preservativo multiplica por ocho el masculino), y con frecuencia quedan a merced de la enfermedad por la ignorancia y las tradiciones machistas. Pero también porque se desaprovecha su papel de agente sanitaria en su familia y su comunidad.
Circuncisión
Ese rol adquiere mayor relevancia a propósito de la circuncisión, la gran novedad preventiva de la cita científica organizada por la Sociedad Internacional del Sida. El propio epidemiólogo estadounidense Robert Bailey, que consideró en Sidney que esa milenaria técnica quirúrgica «puede hacer retroceder la epidemia camino de su extinción», subrayó que las mujeres del mundo pobre, acostumbradas a lidiar con hombres sin excesiva pasión por el agua y jabón, están «a favor por cuestiones de higiene». Se trataría, pues, de traducir esa visión en un creciente número de circuncisiones y en un adelanto de la edad a la que sus hijos se someten a la operación.
Los posibles beneficios se están calculando ya (estimaciones moderadas creen que se evitarían dos millones de infecciones y 300.000 muertes en 10 años en el África subsahariana, mientras otras más optimistas triplican esas cifras), pero se impone todavía la cautela. Primero, porque el 60% de reducción del riesgo de contagio se refiere sólo a hombres en contactos heterosexuales. Nada se sabe de su posible eficacia preventiva para las mujeres, ni tampoco en las relaciones homosexuales, dos ámbitos en los que apenas se puede adivinar una protección indirecta que deberá ser investigada.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La juzgan por lucrarse de otra marca y vender cocinas de peor calidad
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.