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¿Qué ha pasado hoy, 24 de abril, en Extremadura?
53ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA LISÍSTRATA

Insípida, inaudible e interminable

El regreso de la versión de Mediero deja una función sin chispa, previsible y con actores poco creíbles

CELESTINO J. VINAGRE

Sábado, 11 de agosto 2007, 03:36

Hay que ver lo agradecido que es nuestro Teatro Romano de Mérida. Sus espectadores, para ser más exactos. Las compañías que llegan a Extremadura para el Festival no se cansan de mostrar su eterno agradecimiento. Normal. En ocasiones, este público ha disfrutado con espectáculos memorables y actores magistrales, pero, otras veces, ha padecido engendros olvidables con una educación exquisita. En realidad, aguanta todo y, cuando llega con la predisposición de intentar pasar un buen rato, lo concreta aunque el producto final no sea aprovechable. Como ocurre con 'Lisístrata', la de 1980, la de Martínez Mediero, la de Antonio Corencia, la que, ahora, liderada por Miriam Díaz-Aroca en lugar de Victoria Vera. El jueves, en su estreno, a pesar de sus carencias, los aplausos se impusieron a unos mínimos silbidos.

Cuentan que, hace 27 años, con la democracia en pañales, resultó un éxito, divirtió, transgredió. Vista ahora por primera vez (servidor tenía en aquella época 8 añitos), la función resulta tan floja como previsible; tan sosa como larga; tan poco trabajada como vulgar en determinados momentos. Es, en suma, una obra, que para ser una comedia, resulta insípida, que en su estreno se topó además con el lastre de que, sin micrófonos, apenas se oyó para la mitad de los 2.700 espectadores que la vieron y, para colmo de males, se alargó por espacio de dos horas y media (con veinte minutos de descanso) sin que el grupo de actores amenizaran la obra con interpretaciones relevantes.

Hace una semana, en el Festival de Teatro de Olite, un colega de la prensa navarra destripó esta 'Lisístrata'. La calificó como un «timo teatral» y se jactaba de que «las mejores interpretaciones» eran «las de un burro y, sobre todo, la de la cabra». Exageraciones. Podía haber dicho simplemente que resulta decepcionante y que no cumple, de lejos, las expectativas creadas. Y es una pena.

Expectativas defraudadas

Porque, especialmente en esta ocasión, se esperaba más de la representación. Jugaba en casa (un dramaturgo extremeño al que el Festival le rinde homenaje por una obra que impactó en 1980); tenía el aliciente de ser una comedia (aunque los quince últimos minutos son una auténtica tragedia) y se presentaba con un reclamo mediático (Miriam Díaz-Aroca). Y, encima, tenía el atrevimiento maravilloso de una interpretación a la antigua usanza, con la voz desnuda sin micrófonos... pero falló el experimento.

La mala premonición llegó a los pocos minutos de empezar la representación. Una ventisca veraniega produjo ruidos molestos en las estructuras de montaje de luz y sonido, además de incordiar al público. Si a eso le sumamos que los actores no derrocharon la suficiente intensidad en sus palabras para ser oídos en todo el recinto y que su interpretación fue poco creíble, el asunto no podía derivar en nada positivo.

Sólo las actuaciones de José Hervás (el viejo Mirón) y de Vicente Cuesta (Floripón) dejaron momentos interesantes, mientras que a una voluntariosa Miriam Díaz-Aroca, en su primera y seria incursión en el teatro, se le notó demasiado su condición de novata.

Ellos, más de medio centenar de actores secundarios y figurantes, ocuparon la escena del Teatro Romano pero con más presencia física que impacto teatral. Demasiado ruido y pocas nueces.

Lo mismo que el texto, que salvo momentos muy, muy puntales (el papel de los dos testículos humanizados de Floripón), no logró encadenar una función tan divertida como se anunciaba. Se abusó de los tacos y de las palabras malsonantes, que, si se dicen un par de veces suena bien, pero, reiteradas, producen indiferencia y puede que hastío. Abundó la reiteración y faltó originalidad. Y sobraron minutos para todo esto.

Algunos espectadores abandonaron las gradas antes de la 1.32 de la madrugada, cuando acabó la función. Los más esperaron a que acabara para, los menos, silbar; otros, mostrar indiferencia y los más aplaudir, eso sí, sin locuras. Es increíble lo agradecido que es el público de Mérida.

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