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De la mesa camilla a la mesa con Wi-Fi
VIVIR EN LA FRONTERA

De la mesa camilla a la mesa con Wi-Fi

Los jóvenes estudiantes extremeños piden que las bibliotecas abran las 24 horas del día los 365 días del año y que los pupitres de estudio sean grandes

J. R. ALONSO DE LA TORRE

Domingo, 23 de septiembre 2007, 04:16

Sala de estudio de la biblioteca universitaria de Badajoz. / HOY. La mesa camilla tenía una faldilla verde que abrigaba las piernas de lo lindo y un brasero de picón que alegraba las cabrillas. El padre veía el Telediario, que comenzaba con la Bola del Mundo girando imponente. La tía Elpidia rezaba el Rosario, salmodiaba jaculatorias, oras pro nobis y misterios gozosos. Dos hermanos pequeños jugaban a los soldaditos: vaqueros de plástico con pistolas, comanches pintarrajeados con un winchester de repetición en miniatura y el frutero de la mesa haciendo de fuerte.

Tu madre le daba la papìlla al más pequeño de la casa, que de pronto prorrumpía en pedorretas bucales y te llenaba los apuntes de Maicena. Una hermana expurgaba lentejas, buscando piedrecitas e inconveniencias. La otra quebraba judías verdes, que tu madre preparaba encebolladas, o con tomate frito, o en pisto, o con mahonesa.

La Lora y la Bureba

Y allí, en medio de las lentejas, los comanches, las jaculatorias, los grumos de la papa y las borrascas de Mariano Medina estabas tú, con el Atlas Político de España Aguilar, con los apuntes que te había dictado don Sebas en el Paideuterion y un cuaderno lleno de ejercicios, estudiando los pueblos de la Lora y la Bureba, traduciendo la «Guerra de las Galias» y memorizando la formulación, los reyes godos y las virtudes teologales.

Así se estudiaba antes. No mucho antes. En casas con seis hijos, los padres y la tía abuela. En comedores con gran mesa camilla donde todo el mundo hacía de todo mientras tú empollabas, razonabas y escribías. En casas donde las habitaciones tenían el espacio justo para tres camas, un armario y una silla donde colgar la ropa. Pero estudiabas y no protestabas porque era lo normal en La Frontera.

Pero todo ha cambiado. La habitación del hijo está hoy equipada para hacer tesis doctorales y sofisticados proyectos de investigación. Está el Larousse, hay una enciclopedia de las ciencias y diccionarios de filosofía, de historia del arte, de literatura y de historia universal. Abundan las novelas, sobran los atlas (geográficos, históricos, botánicos, artísticos), las historias visuales (de la pintura, de los museos, del siglo XXI, de la navegación y de la región). ¿Ah! y los apuntes no están en un cuaderno, sino en unos folios fotocopiados.

Hay un esqueleto, una bola del mundo interactiva, un equipo de música formidable, un flexo de diseño espectacular y una mesa de Ikea que lo mismo sirve para hacer un plano, una maqueta o un power point.

¿Oh, el power point! Por fin ha aparecido el rey de la habitación, el ordenador. Con su impresora, su escáner, sus cables para las máquinas de fotos, de vídeos, de música y de todo. El ordenador como panacea para hacer trabajos, hablar con el mundo entero, acopiar información, ser sabio... El ordenador y la mesa sin camilla, pero con Wi Fi. El hijo en su habitación, toda para él, sin nadie molestándolo, sin nada distrayéndolo.

Pero ¿ay! El hijo dice que no, que en casa no puede estudiar, que se raya. Que mejor en la biblioteca, en grupo, o solo, o con su novia. El hijo que se agobia en la soledad de su alcoba y se marcha. Se va a la biblioteca, pero ni se concentra ni le da tiempo a estudiar por la mañana y precisa de la noche para dominar apuntes. Pero de noche no puede ser porque la biblioteca cierra y el hijo se queja.

Padres viendo el telediario regional, leyendo el periódico y montando en cólera. «Mi hijo es guay. Mi hijo tiene razón. Las bibliotecas cierran por la noche. Es una vergüenza que las bibliotecas no abran las 24 horas de los 365 días del año para que los hijos estudien. Es un escándalo que las mesas sean pequeñas y no puedan estudiar desahogados o en compañía de sus novias». Los partidos políticos entran en materia: «Pobres hijos extremeños, sin bibliotecas nocturnas en septiembre». Y tú te acuerdas de la mesa camilla, de las judías verdes, de los apuntes con Maicena y sonríes.

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