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ÁLVARO SOTO
MADRID.
Domingo, 25 de marzo 2018, 11:52
El 98% de la vegetación de las islas Mauricio ha sido arrasada para conseguir la madera de ébano, muy apreciada en la fabricación de muebles. Antes, los humanos llevaron las ratas a ese archipiélago, y las ratas se comieron los huevos que ponía una especie única autóctona, el dodo, que quedó extinguida en el siglo XVII. Las islas Mauricio son un gran ejemplo de cómo la acción del hombre ha acabado con uno de los paraísos del mundo. Pero es solo eso, un ejemplo más.
Lo denuncia el asturiano Carlos Magdalena (Gijón, 1972), horticultor botánico en los Jardines Reales de Kew, en Londres, que se ha propuesto concienciar a la sociedad de la importancia del medio ambiente y, en concreto, de las plantas. «De todos los colores que ve el ser humano, el que más matices ofrece es el verde. El mundo es verde y las plantas son el pegamento del planeta», asegura Magdalena, conferenciante internacional, que acaba de publicar el libro 'El mesías de las plantas' (Debate), en el que recorre los rincones más remotos del planeta para mostrar su belleza y recordar que 80.000 especies vegetales están en peligro en el mundo.
Como la mayoría de los chavales de los años 70, Magdalena se enamoró de los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, pero de adulto, al revés de lo que hicieron la mayoría de aquellos niños, él no abandonó su pasión. Gracias al entorno privilegiado en el que creció, la verde Asturias, fue conociendo diferentes especies y aunque pronto descubrió que si quería dedicarse a las plantas iba a encontrar muchas dificultades, perseveró, tomó el camino más difícil y acabó aprobando las exigentes pruebas de los Jardines Botánicos de Kew. Desde allí, y viajando por todo el planeta, ha podido seguir la evolución de la flora y ha tratado de divulgar su valor y sus secretos.
Magdalena enumera algunas de las plantas que están en peligro de extinción: la 'ramosmania rodriguessi', de la que consiguió un esqueje en Mauricio y a la que tuvo que aplicar técnicas experimentales para que pudiera sobrevivir; la 'proposis limensis', unos arbustos que están a punto de desaparecer en Perú; o el nenúfar africano, con el que creció en Asturias y que cada día corre más peligro por su incapacidad para absorber el CO2 de la atmósfera.
Precisamente España es uno de los casos más tristes en cuanto a conservación del medio natural. Durante siglos, los robles y las hayas, las especies autóctonas, ocuparon el norte de la península. «Pero con Franco -cuenta Magdalena- todo cambió». «En los años 60 todo se llenó de eucaliptos, una monoespecie no nativa y pirófila, que ella misma utiliza el fuego como estrategia para sobrevivir porque su semilla y su fruto no se queman. Estas especies evolucionaron en Australia, donde los aborígenes prendieron durante siglos fuego a los bosques. Y se plantaron en España. ¿Nadie se dio cuenta de que tenía muchas contraindicaciones?», se pregunta el autor.
La respuesta, como en casi todo, está en el dinero. «Si quieres plantar algo y ganar dinero en doce años, planta eucaliptos. Si quieres plantar algo y ganar dinero en 40 o 50 años, planta otras especies», explica Magdalena. España escogió lo primero y todos los veranos paga las consecuencias, con especial virulencia en algunas ocasiones, como el año pasado.
Y ante esta situación, ¿qué hacer? «Lo más básico -cuenta- es proteger lo más importante que tenemos, Doñana y los parques nacionales». Pero después, el botánico aboga por que cada uno, desde su profesión, haga su pequeña aportación. «Los profesores pueden educar a los escolares en el amor a la naturaleza; los banqueros pueden invertir en compañías ecológicas; el transporte puede cambiar; y en casa, las familias pueden disfrutar de los documentales de naturaleza». Magdalena cree que los grandes divulgadores, como Félix Rodríguez de la Fuente, Jane Goodall o David Attenborough, no han encontrado relevo en las nuevas generaciones de realizadores. «A veces pensamos que las plantas no son tan espectaculares como los animales porque no se mueven. Pero un 'timelapse' de un vegetal puede ser mucho más bonito que las persecuciones, ya muy vistas, de leones y ñús».
Magdalena ha conocido al príncipe Carlos de Inglaterra, un ecologista amante de las plantas que le preguntó si alguna vez podría hacer una visita privada a los Jardines Botánicos de Kew. «Me sorprendió que sus manos eran duras, como de haber trabajado con instrumentos de jardín», explica. En Reino Unido, del príncipe abajo, la jardinería es una religión que además mueve millones de libras. «Es una forma de patrimonio nacional. Deberíamos hacer lo mismo en España con nuestro medio ambiente», sostiene.
Y un último consejo: «Hablar a las plantas es bueno. Se pueden tener conversaciones telepáticas o reales, eso da igual. Pero hay que preguntarles qué les pasa, cómo están, si necesitan agua, qué es ese punto que les ha salido... Tener una conversación con una planta mejora nuestras dotes de observación y nos ayudan a pensar de otra forma».
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