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Aquel hombre que nos enseñó los primeros versos
OPINIÓN

Aquel hombre que nos enseñó los primeros versos

JOSÉ JULIÁN BARRIGA BRAVO

Lunes, 15 de febrero 2010, 01:49

SE llamaba don Demetrio y, durante más de cuarenta años, no recordaste ni su apellido ni cualquier otra circunstancia que adornara aquel hecho extraordinario de que un hombre en una ciudad dormida y apagada -como todas las de aquella época- , en años oscuros, casi de posguerra, te enseñara versos de Neruda, de Alberti, de Machado, de Juan Ramón y no los versos de los poetas socialmente correctos.

Aquel hecho asombroso de que un cura, en el viejo caserón de un seminario, en la Plasencia levítica de mediados los años 50 del siglo pasado, recitara y obligara a recitar a un puñado de niños sorprendidos, con entonación, con ánimo, versos de poetas malditos: «Quisiera ser flor de mi pueblo. / Que me paciera una vaca de mi pueblo. / Que me llevara en la oreja / un labriego de mi pueblo.». Aquellos otros: «la tarde se está muriendo / como un hogar humilde que se apaga.». O éstos: «El sol te empuja hacia mí por la espalda / Ven / tú que vienes del alba». Y también: «Estaba echado yo en la tierra, enfrente / del infinito campo de Castilla.» Y aquellas estrofas que se te metieron tan dentro que ya nunca olvidaste: «Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros / cantando. / Y se quedará mi huerto, con su verde árbol.». Son versos que están en la memoria, pero están, además, en un cuaderno manuscrito, de pastas de color teja. Son los versos que nos recitaba don Demetrio en las clases de un internado en el que nos despertamos a la vida, afortunadamente, en compañía de la inteligencia cultivada.

¿Qué hacía un cura en aquella España de redobles militares y de cantares de gesta, en aquella Extremadura, pobre y pacata, en aquella Plasencia, oscura y recoleta, enseñando versos de poetas agnósticos, ateos, víctimas todos ellos del bando que perdió la guerra? ¿Quién era aquel don Demetrio? ¿Qué hacía allí aquel personaje tan raro, tan exótico? Lo recuerdas. Alto, muy alto, negro, como el ciprés del que recitaba unos versos, emocionado, lanzando estrofas, versos, que te obligaba a grabar en la memoria y que nunca jamás olvidaste. Porque eran versos, que, al contrario de aquellos otros tan en boga de poetas costumbristas, tenían sustancia; eran versos de los que fluían percepciones y emociones nuevas, desconocidas, y de aquellos versos de don Demetrio ibas viviendo.

¿Quién era o fue aquel don Demetrio, sin que lograras recordar ni su apellido? Un día dijiste en público que te gustaría saber algo, si es que no hubiera muerto, de aquel personaje. Habían pasado 50 años y tenías delante a un cura que sabía latines y no sólo versos. Le llevabas de regalo una antología y notaste cómo se le encendían los ojillos cuando reparó en que era una primera edición de la de Gerardo Diego. El jueves día 4 de febrero te dejaron un mensaje en el teléfono: «Acaba de morir don Demetrio.» Era el hombre que nos enseñó a centenares de niños extremeños, tal vez millares de niños extremeños, nuestros primeros versos.

Se llamaba Demetrio García Martín. Fue vicario de la diócesis de Plasencia y dicen, ahora que ha muerto, que hombre bueno y trascendente.

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