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Silvestre se ha integrado bien en la vida placentina con la ayuda de sus compañeros de equipo. :: ANDY SOLÉ
EXILIADO DEL BASKET
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El mejor baloncestista cubano resalta que no huyó ni por política ni por dinero, sino para progresar como jugador

PPLL

Domingo, 21 de febrero 2010, 09:36

NO termina de acostumbrase al frío. Viene de una tierra sin invierno donde la temperatura no suele bajar de los veinte grados, y aunque el clima en Plasencia no es ni mucho menos duro, ha sido en esta ciudad Extremeña donde ha visto la nieve por primera vez. Georffri Silvestre Hernández, de 30 años, es el mejor jugador de baloncesto de Cuba. Nadie discute eso. Algunos dicen que de los mejores de América Latina. El pasado 15 de diciembre aprovechó un viaje a Gran Canaria con su selección nacional para escaparse de la concentración y, junto a otros tres compatriotas, emprender por las bravas su sueño de jugar en las ligas importantes, una oportunidad a la que nunca tuvo acceso por los cauces administrativos que se consideran normales en la mayoría de los países. Desde el principio de la temporada milita en el Plasencia Ambroz de la LEB Plata, su trampolín para la que, espera Silvestre, sea una exitosa carrera en Europa.

Y no ha comenzado nada mal. Pese a que toda su vida ha practicado un baloncesto muy diferente, casi sin defensas y mucho menos físico que el de este lado del Atlántico, la adaptación está siendo rápida para Georffri. En la primera fase de la competición ha conseguido un promedio de 14,4 puntos y 6,6 rebotes por partido. Es el quinto máximo anotador de la LEB Plata y el octavo mejor jugador con una valoración estadística media de 14,38. Pero aun así avisa: «Aquí en Plasencia todavía no han visto al mejor Georffri, pero lo verán en las próximas semanas».

Pero remontémonos por un momento al 15 de agosto de 2009. Para entender la trascendencia de lo que hicieron aquel día Georffri Silvestre, Georvys Elías, Grismay Pumier y Taylor García es necesario recordar primero que en Cuba no existe el deporte profesional, al menos no como se entiende en el mundo capitalista. Allí un gran jugador de baloncesto, un 'pelotero' de béisbol de máximo nivel o un atleta de élite tienen la misma consideración que cualquier otro trabajador. Cobran en torno a los diez dólares mensuales, y si acaso disponen de algunos pequeños privilegios que el Estado les otorga con cuentagotas por su condición de estrellas. Muchos se frustran. Saben que su talento les permitiría vivir como príncipes en cualquier otro lugar del mundo, y algunos acaban sucumbiendo a la tentación.

La huida

Georffri se puso de acuerdo con su compañero y amigo Georvys Elías. Asegura que no fue premeditado, que lo decidieron cuando ya estaban en España. El caso es que, tras el partido contra los Gasol, Navarro y compañía, abandonaron la concentración con la ayuda de un amigo al que conocieron cuando estudiaba en Cuba y que vive en la localidad grancanaria de Vecindario. Se les unieron en el último momento Grismay Paumier y Taylor García, con los que tenían menos relación. No había ningún plan trazado. Actuaron simplemente movidos por el deseo de quedarse en Europa. Permanecieron unos días escondidos y luego los otros tres se marcharon a Cataluña, pero Georffry se quedó en Canarias y estuvo unas semanas entrenándose con el Tenerife Rural de la LEB Oro de manera más o menos clandestina.

Y ese fue el inicio de su desembarco en Plasencia. El técnico del Tenerife, Iván Déniz, había entrenado tiempo atrás al equipo extremeño, y en cuanto vio jugar al cubano recomendó a la directiva encabezada por Antonio Martín Oncina que se hiciera con sus servicios. Silvestre no tiene más que palabras de elogio para Iván Déniz. «Es una gran persona, y no se qué hubiera hecho sin su ayuda», afirma. El único problema a esas alturas era conseguir el 'transfer', que por supuesto su antiguo equipo no iba a facilitar, pero como era previsible todo se solucionó con la intervención de la FIBA y Silvestre puedo iniciar sin problemas la competición en España.

Las razones de Cuba

¿Por qué el gobierno cubano no permite a sus mejores deportistas abandonar el país en busca de la gloria internacional? Pues por algo parecido a lo que los clubes profesionales de aquí consideran derechos de formación. El sistema es el siguiente: los niños que despuntan en alguna actividad física son llevados primero a las llamadas Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE). Allí disponen de programas específicos de entrenamiento y de una alimentación privilegiada. Un ejemplo: las cartillas estatales de racionamiento conceden a cada niño cubano un vaso de leche diario, pero sólo hasta los ocho años, un límite que no se aplica en estos centros para deportistas. Los mejores pasan más adelante a las Escuelas Superiores para Atletas (ESPA), parecidos a los centros de alto rendimiento de España. De allí han salido campeones y plusmarquistas mundiales como Javier Sotomayor, Iván Pedroso o, más recientemente, Dayron Robles.

Cuba considera que, después de haberle sufragado durante años una formación de máximo nivel, el deportista ha contraído una deuda moral que no puede ser pisoteada marchándose fuera del país a enriquecerse, y menos aún a nacionalizarse y defender otros colores distintos a los de la Isla. De ahí que se castiguen tan severamente este tipo de 'deserciones'. Pese a todo, durante las tres últimas décadas han sido muchos los deportistas cubanos que han optado por dejar su vida atrás y marcharse en busca de un futuro. El primero fue, en 1980, el campeón mundial de halterofilia Roberto Urrutia, quien al poco tiempo se nacionalizó estadounidense y compitió bajo esa bandera en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Le siguieron muchos otros, centenares, una gran parte de ellos jugadores de béisbol que acudían al olor de los suculentos contratos de las Grandes Ligas norteamericanas. Una de las huidas más sonadas fue la que protagonizaron en diciembre de 2001 seis integrantes de la poderosa selección cubana de voleibol durante un torneo amistoso en Bélgica.

Consecuencias

Los que desertan saben bien lo que les espera. El régimen tomará nota de su 'traición', y seguramente pasarán varios años antes de que vuelvan a ver a los suyos. Y aun así lo peor será el ostracismo. Georffri Silvestre, el mejor baloncestista cubano, no volverá a vestir jamás la camiseta nacional. Pero no sólo eso. También se borrará su pasado. Su nombre será eliminado del palmarés oficial de la selección cubana. Será como si nunca hubiera jugado allí. Al pívot cubano se le diluye la sonrisa de la cara cuando la conversación se desvía hacia estos derroteros. Se le nota que no quiere hablar de ello. Lo único que acierta a mascullar entre dientes es que la suya no ha sido una acción por motivos políticos. Ni siquiera económicos, pese a que en Plasencia gana 250 veces más que en la Isla. «Yo lo único que quiero es progresar en el baloncesto, porque me veo capaz de jugar en algún equipo importante de Europa, y no hay otro motivo para estar aquí», asegura. Está convencido de que le quedan al menos «seis o siete años» de rendir a buen nivel.

Por eso le molesta que desde los distintos frentes se intente utilizar su caso para hacer política, algo por otra parte inevitable. Él no se considera símbolo de nada ni representante de nadie. «No me gusta que me utilicen», afirma. Tras conocerse su abandono de la concentración del equipo nacional, medios cubanos airearon que Silvestre había participado apenas tres meses antes de su escapada en un acto de apoyo a la Revolución celebrado en la localidad de Ciego de Ávila. Él no lo niega, pero lo matiza. «Yo estuve allí como representante del equipo nacional, y en Cuba este tipo de actos públicos tienen un significado más social que político».

Consciente de que él no puede regresar a casa, ni siquiera de visita, intentará que sea su familia la que se venga a vivir a Europa. Quiere traerse a su mujer y a sus dos hijas, de seis años y 16 meses, pero antes de empezar con los trámites prefiere esperar a que termine de asentarse toda la polvareda que se organizó con su 'deserción'. De momento tiene que conformarse con hablar con ellos por teléfono, algo que consigue sólo muy de vez en cuando.

Él dice que está muy a gusto en Plasencia, que su trabajo en el equipo de baloncesto no le deja demasiado tiempo para pensar. De hecho desmiente la imagen que muchos tienen de los deportistas profesionales como privilegiados que acuden a entrenar un par de horas al día y el resto del tiempo lo tienen libre para hacer lo que les venga en gana. «Tenemos un entrenador muy exigente que no nos da descanso», bromea.

Buenos mimbres

La relación con el resto del equipo es buena, en especial con su compañero de piso, el cacereño Loren zo Díaz. Es una plantilla muy joven en la que él ejerce a menudo de veterano. «Son chavales muy ambiciosos, y a veces se frustran cuando ven que no les salen las cosas como quieren», asegura. Sobre las posibilidades de optar al ascenso a la LEB Oro, cree que «están ahí», aunque a su juicio quizás el equipo no está del todo maduro. «Son jugadores de mucha calidad, y creo que con un par de años jugando juntos podrían ser de los mejores de la categoría».

El buen rendimiento de Silvestre en la liga ha atraido la atención de varios equipos de LEB Oro. El está covencido de que tiene suficiente nivel, y no sería nada raro verle la próxima temporada integrado en la segunda división del baloncesto español. Pero ahora está concentrado en volcar todo su talento en el club que se arriesgó a darle su primera oportunidad en Europa, y todo lo demás se encuentra en manos de su representante. No descarta tampoco dar el salto a algún otro país europeo. Está abieto a todas las posibilidades que le permitan progresar y escalar lo más alto posible en los años de baloncesto que le quedan.

Pero mientras llega ese momento Georffri Silvestre seguirá paseando su sonrisa por las calle dePlasencia y derrochando calidad por las canchas de la LEB Plata. Y aunque ya hemos dicho que prefiere no hablar del tema, se aprecia en sus ojos un destello de algo parecido a la esperanza cuando se le comenta la posibilidad, remota, de que las cosas puedan cambiar en Cuba antes de que él se retire del baloncesto, de que un día alguna autoridad deportiva de la Isla descuelgue un teléfono para pedirle que vuelva a vestir de nuevo la camiseta de la selección nacional.

Hoy por hoy es un sueño imposible. Los minúsculos gestos de apertura del régimen no dan de momento para tanto, pero nunca se sabe. Mientras, el nombre de Georffri Silvestre comienza sonar con fuerza en la megafonía de las canchas de baloncesto españolas.

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