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ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 6 de junio 2010, 02:12
QUIEN suscribe ha leído varios cientos de libros y cómics. No sé si me atrevería a contarlos por miles, en todo caso, nunca lo había pensado antes y no es dato de importancia para el tema que nos atañe. Conste en acta que considero a los segundos, los cómics (inclúyanse toda suerte de publicaciones a las que no se la llamen libros, como tebeos, revistas infantiles, etcétera) tan importantes como a los primeros, se pongan los más críticos como se pongan. Tan importante es para el desarrollo de una mente joven, sana y libre leer 'El Quijote' (que debería ser obligatorio para todo español), 'La isla del tesoro' (obligatorio para cualquier niño a partir de 8 años) o 'El perfume' (mi manera de entender y disfrutar los olores cambió, para siempre, tras su lectura), como 'Mortadelo', 'Zipi y Zape' o 'Astérix'. Qué voy a decir a estas alturas que no haya dicho ya de mi opinión sobre los cómics de 'Tintín', verdaderas obras de arte en todos los aspectos. Como ya comenté en otro artículo, está claro que sin todos ellos, libros y cómics, es posible que mi formación, mi comportamiento, mi educación, mi imaginación, mis sueños, mi sentido del humor o mi manera de ver las cosas no fueran las que son a día de hoy.
Asaltan los recuerdos de volúmenes y tomos a mi cabeza tras mi asistencia a la última Feria del Libro de Badajoz. No podía perderme la presentación de 'Relumbres de Espejuelos', de mi admirado profesor y amigo don Manuel Pecellín Lancharro. Me acerqué a Plaza de San Antón con tiempo suficiente para dar una vuelta por los puestos. Tras el cariñoso saludo de don Manuel y una breve conversación con Alfonso, el fotógrafo de HOY, me dispuse a rebuscar entre los puestos algún pequeño tesoro o joya que sumar a mi más que decente biblioteca. Sí, no han entendido mal, les hablo de tesoros. Entre los libros podemos encontrarnos oro, plata, diamantes y toda clase de piedras preciosas, metafóricamente hablando por supuesto. Un servidor no acude a la feria del libro buscando novedades. ¿Para qué? Cuando alguna obra de actualidad me interesa, no tengo más que acudir a cualquiera de las excelentes librerías o centros comerciales de los que disponemos en Badajoz, donde vivo, leo y escribo, para hacerme con ella, y seguramente a un buen precio. A mi menda, lo que le atrae de verdad y lo que le interesa es encontrar entre otras maravillas libros descatalogados o de autores desconocidos, cómics antiguos, viejos álbumes de la infancia, vetustas revistas, clásicos con características desconocidas, curiosas ilustraciones o, quizás, los primeros libros de autores extremeños. En definitiva, cualquier cosa que no pueda comprar cualquier otro día en una librería común.
Me vienen a la memoria recuerdos de una de las primeras ferias del libro en Badajoz, instalada en el Paseo de San Francisco. Mis padres siempre me llevaban de la mano para que la viera y a mi me encantaba, pues sabía que no acabaría el día sin un nuevo libro o cómic para mi colección. Recuerdo que mi padre encontró allí una de las joyas de las que les hablo. Se trataba ni más ni menos que de una edición rarísima de 'La venganza de Don Mendo'. Era bastante más pequeña que una edición de bolsillo, pero con unas geniales ilustraciones que la hicieron presa del deseo de mi señor padre, que además la compró por dos duros. Era el único ejemplar. Cuando varios de sus amigos la vieron se tiraron de cabeza a encontrar otra, pero no tuvieron suerte. Cuando éramos pequeños a mis hermanas y a mi nos encantaba leerla, y aprendernos de memoria sus desternillantes versos: «Siempre fuisteis enigmático / y epigramático y ático / y gramático y simbólico, / y aunque os escucho flemático / sabed que a mi lo hiperbólico / no me resulta simpático. / Habladme claro, Marqués, / que en esta cárcel sombría / cualquier claridad de día / consuelo y alivio es». ¡Pedro Muñoz Seca era un genio! Me sé estos versos de memoria desde los siete u ocho años, y si no se lo creen les reto a que me los pregunten en cualquier momento. Y no sólo este pasaje, sino muchos más. El caso es que, probablemente, nuestro desconocimiento y nuestra desconsiderada mente infantil no nos hizo caer en la cuenta de que por el mal uso, estábamos estropeando una pequeña joya y, finalmente, la acabamos destrozando como niños que éramos.
He buscado durante años y años aquella edición, pero nunca he encontrado nada igual. Y un año más se me acabó la Feria del Libro de Badajoz sin poder reportarle a mi padre aquella joya, aquel tesoro que sus imberbes larvas mancillaron, pero que al menos aprendieron a amar y a disfrutar como pocas cosas. Sí amigos, los libros pueden ser tesoros, tesoros de papel. Nunca desprecien un libro, sea el que sea, por muy vulgar que pueda parecer. Cuando un árbol muere es conducido a los infiernos de un libro, con toda dignidad, pero hay hombres que al morir no son capaces de hallar un infierno desocupado. Se lo garantizo.
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