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ANTONIO J. ARMERO
Miércoles, 28 de julio 2010, 04:18
Que levante la mano el barrio de la ciudad que no tenga entre sus calles algún ejemplo claro de vandalismo. Ahí va una pincelada: bancos rotos en el parque de El Cachón, señales arrancadas en el paseo fluvial, pintadas en algunos tramos de la muralla, papeleras varias abolladas o directamente destrozadas en distintas calles del centro urbano, juegos infantiles echados a perder en más de un parque, ramas dobladas en los setos que separan la carretera de la acera en la travesía de la carretera N-630, las famosas isletas promocionales del Centro Comercial Abierto con algunas de sus letras hechas añicos, algunos de los carteles indicativos de senderos en el monte público de Valcorchero - ¿el día del Puerto, quizás?-, los focos de suelo en la plaza de Torre Lucía con el cristal roto y convertidos en mini contenedores para la basura, los aparatos de gimnasia de La Isla, farolas sin bombilla aquí y allá...
La lista es más larga. Y en ella hay sitio para casi cualquier sitio de la ciudad. Algo, por otro lado, que comparten todas las ciudades, al margen de su tamaño. No es el vandalismo una particularidad placentina, sino más bien algo que la equipara con otros municipios de un tamaño parecido o mayor.
Un llamamiento público
Pero no por esto el problema deja de serlo. Bien lo sabe Blas Raimundo, concejal de Obras, que no hay día en el que algún trabajador municipal no le de la noticia de alguna nueva gamberrada sin gracia. «Sufrimos bastante el vandalismo», resume el edil, que ya no encuentra más mecanismo de defensa que apelar a la sensatez. «Me gustaría hacer un llamamiento público -propone-, sobre todo a los jóvenes, para que sean conscientes del daño que hacen».
Ese castigo al que alude el concejal tiene cifras: cien mil euros al año. Es, aproximadamente, lo que se gastó el gobierno local a lo largo del pasado ejercicio en reparar lo que otros destrozan. Esa conducta, la vandálica, está castigada. Porque destrozar el mobiliario urbano está tipificado como una conducta multada, pero son contadas las ocasiones en las que es posible poner nombre y apellidos al autor. Lo habitual es que el gamberro con un sentido del humor distorsionado permanezca en el anonimato, porque bien se guarda de que no le miran más ojos que los que él quiere que le admiren.
Entre las fechas favoritas de los vándalos están las celebraciones, y en el último mes ha habido varias, todas relacionadas con los éxitos futboleros de la selección española, que han dejado su rastro en el mobiliario urbano. Entre los últimos daños, los que sufrieron los servicios de El Berrocal durante las ferias de junio, o el parque de la urbanización Río Jerte, destrozado a las pocas horas de su inauguración.
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