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JOSÉ MANUEL MARTÍN
Sábado, 21 de agosto 2010, 02:36
Las 12.00 horas y sigue sonando la música de forma ininterrumpida. La orilla del embalse Gabriel y Galán se ha convertido en una fiesta.
Ha sido el lugar elegido por un inmenso grupo de personas para acampar. Más de doscientas caravanas están aparcadas en un terreno no apto para ello, por lo que se encuentran en situación ilegal. Sus ocupantes llevan allí más de diez días y no tienen pensado moverse por el momento. Las opiniones de los vecinos de las localidades más próximas son muy diversas. Algunos, los menos, se quejan del ruido que generan, sobre todo por el alto volumen de la música. «Llevamos varios días sin dormir», dice Antonio Gil, vecino de pantano de Gabriel y Galán. Sin embargo, hosteleros y dueños de negocios en la zona están contentos de que se revitalice el entorno.
La tranquilidad de la zona se ha visto alterada por esta inesperada visita. Los campistas están en un terreno que no dispone de las condiciones necesarias para acampar, carece de agua potable y no tiene zonas de aseo. Pero eso no supone un problema para ellos, su ritmo de vida es muy diferente al convencional y parece que no necesitan gozar de las comodidades indispensables para la mayoría de las personas.
Paseando por la zona se descubre a personas de todo tipo, hay naturistas, que muestran sus cuerpos desnudos sin ningún pudor -aunque son minoría-. Los hay que siguen de fiesta desde la noche anterior, otros muchos están dormidos a la sombra de los vehículos y hay quienes ya se han levantado para empezar a hacer la comida. Las edades tampoco son una seña de identidad colectiva. Es cierto que predomina la gente joven, pero no hay una tipología concreta. Matrimonios de cuarenta años se mezclan con chicos de apenas dieciocho y entre medias un amplio abanico.
Es un modo de vida alternativo, su concepto del ocio veraniego no se ajusta a las vacaciones de sol y playa o montaña que entienden la mayoría de los mortales. La fiesta es constante, en ningún momento del día para la música. Sólo salen de 'su camping' para aprovisionarse de agua potable, tabaco y comida, el resto del tiempo lo pasan allí. Tienen improvisadas tiendas, en las que se vende cerveza, chapas o café. Incluso uno de los chicos más jóvenes cocina pasta y tiene un cartel en el que anuncia los precios de sus platos, para todos aquellos que quieran aproximarse a comer allí. Junto a él hay una chica que ofrece diferentes tipos de té, «todos naturales», explica. También hay pancartas que anuncian la venta de sustancias ilegales y el consumo de drogas se realiza sin tapujos de ningún tipo. Los porros pasan de mano en mano frente a la cámara de nuestro fotógrafo.
Los propietarios de los establecimientos de las localidades próximas al pantano están encantados con ellos. «Han dinamizado la zona, además no dan ningún problema, son muy educados y dejan dinero aquí», explica José Carlos, propietario del bar La Presa, «por mí que se queden mucho tiempo», apostilla. Problemas de limpieza de la orilla tampoco están existiendo. Se puede observar a varias personas recogiendo basura y no hay desperdicios en el suelo. Sin embargo, no todas las opiniones son tan favorables. Algunos vecinos se quejan del ruido y de las condiciones de insalubridad que hay cerca del pantano, «la gente que venía a pescar o a pasar el día cerca del agua ya no viene», dice Antonio, un vecino de Pantano de Gabriel y Galán.
No hay denuncias
Las autoridades reconocen que se encuentran en un terreno en el que no se puede acampar. La zona en la que se encuentran acampados es propiedad de la Confederación Hidrográfica del Tajo. Fuentes de la Subdelegación del Gobierno afirman que «no hay denuncia por parte de la Confederación, por lo tanto nosotros no podemos hacer nada». Fernando Solís se desplazó personalmente a la zona y constató con los vecinos la situación de los campistas. Las mismas fuentes, destacan «la buena educación de las personas que están acampadas», del mismo modo que reconocen que «se tomarán las medidas oportunas en caso de que sea necesario, pero de momento no hay desorden público ni problemas de seguridad ciudadana».
La suciedad originada, que podría ser uno de los inconvenientes de la acampada, es recogida por los campistas. Se han habilitado contenedores y son ellos mismos los que se encargan de ayudar al servicio de recogida de basura. Durante los primeros días de su estancia «no tenían lugares donde arrojar sus desperdicios y cuando les llevaron los contenedores fueron los primeros en ayudar al chico del camión», dice José Carlos.
Irene es una de las personas que están allí, es italiana e insistió mucho en este tema. «La suciedad que provocamos la limpiamos», dice, «además no creo que molestemos a nadie estando aquí, es un terreno que no se utiliza para ningún fin y al que nosotros le damos uso».
Reconocen la ilegalidad de su situación, «la policía ha venido en varias ocasiones y supongo que nos terminarán echando», dice alguno de los más jóvenes. Hay quien va más lejos y define su estado como de alegalidad. Es Sergio, que ronda la treintena. «Yo llegué ayer y tengo pensado quedarme unos días, pero si me echan me iré». Otros no son tan pacíficos «me tendrán que llevar a la fuerza», dice un chico en evidente estado de embriaguez.
Este tipo de eventos se concentran en la época estival. Algunos de los acampados llevan recorriendo lugares de España y Portugal durante varios meses, por lo que ya se conocen los unos a los otros. «Se puede decir que viajamos juntos, nos conectamos vía teléfono móvil y así sabemos donde se dirige la mayoría del grupo», nos cuentan. En los lugares a los que llegan se les une gente de la zona, con lo que el grupo va creciendo permanentemente. Se crea así un conjunto heterogéneo formado por personas de diversas nacionalidades. Abundan italianos, franceses, alemanes y, evidentemente, españoles.
Que abandonen o no las inmediaciones del Embalse Gabriel y Galán depende de las autoridades. Cualquiera que sea la solución será aplaudida por unos y criticada por otros.
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