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El timo del timonel
SOCIEDAD

El timo del timonel

Mao preside Tiananmen y sigue siendo el padre de la patria, aunque era un tirano sanguinario. El país, en plena mutación, se ha apuntado a la cultura del pelotazo VIAJE TRANSIBERIANO/CAP. 17 ÍÑIGO DOMÍNGUEZ Mao fue el único millonario de China en su reinado, con 50 villas a su disposición y suministro de jovencitas. Hay casas inmundas donde viven los que curran en los rascacielos. Hay ríos de gente, pero en la plaza siempre queda espacio. Es gigantesca y las personas son insignificantes: ésa es la idea.

PPLL

Viernes, 27 de agosto 2010, 02:04

Una voz orwelliana despierta al viajero a las siete de la mañana. Está bien para meterle en ambiente, porque está en Pekín, en casa de su amigo Ángel. La voz proviene de un megáfono que imparte media hora de consignas. Ivana, la mujer de su amigo, que es un encanto, le explica que es la escuela de al lado mientras toman un café. Ella da clases en una universidad. «Pobrecitos, tienen vidas muy duras», le cuenta. Sus estudiantes son modélicos y se esfuerzan mucho. En la educación hay una competitividad brutal, pues el acceso a las mejores universidades es una de las pocas posibilidades de progreso. Pero la selectividad en un país de 1.300 millones de personas es un drama. Los chicos son martirizados y en los tres años previos no descansan ni un solo día. Si no sacan la nota necesaria su vida ha fracasado. Ese día hay muchos suicidios.

Después Ivana le acompaña a registrarse a la Policía, deber de todo turista al entrar en el país. Van a la comisaría del barrio. Ante los archivadores el viajero imagina que si elige la 'L' y va a la ficha de Li, el vecino del segundo izquierda, equivalente chino de López, puede enterarse de su marca de calzoncillos. El viajero coopera en la gran tradición china del fichaje, que facilitaba la esclavitud y la eliminación de sus ciudadanos. Mao la impuso en 1951 y ataba a cada chino a una residencia y trabajo. Eso sí que es que te hagan fijo. Pero era por su bien. Es el arte retórico comunista de llamar todo al revés, pero sin ironía, como en la novela '1984', donde el Ministerio del Amor se encargaba de las torturas. Se juega mucho con las palabras, y aún lo hacen, porque no se sabe qué es China.

El viajero va a hacer turismo a la plaza de Tiananmen, el espacio abierto más grande del mundo -no, no es San Mamés-. Es lo único que se ve capaz de decirle a un taxista, pero al final tiene que sacar la guía, donde está escrito en chino. «¡Ah, Tiananmen!», le replica en una de las pocas entonaciones que el viajero no había usado. Le deja junto al Parlamento, la Asamblea del Pueblo, otro juego de palabras. El viajero evoca a uno de sus héroes, el hombre de la foto de la revuelta de 1989 que se plantó ante los tanques. Nunca se supo quién era ni qué fue de él. Algún día le harán un monumento, quizá cuando tiren a la basura el retrato que preside la plaza desde la Ciudad Prohibida: es Mao. En el otro extremo está su mausoleo. El viajero va para allá y cuenta diez cámaras en cada farola que vigilan en todas direcciones, como en Gran Hermano.

Hay ríos de gente, pero en la plaza siempre hay espacio. Es gigantesca y las personas son insignificantes. Ésa es la idea. Los chinos en este lugar parecen un pueblo alegre y orgulloso, aunque se ponen serios en las fotos. Cada lugar emblemático es una fila de gente que posa. Los niños llevan banderas. Ya se sabe que los nacionalismos hacen tragar con lo que sea. Rusia y China sólo se sobrellevan así. Es el timo de la banderita. ETA, un engendro leninista-maoísta, también lo usa, como los juegos de palabras. Quieren liberar a su pueblo cuando es su pueblo el que no ve la hora de librarse de ellos.

El viajero hace la cola del mausoleo, pero un cartel advierte de que no se puede entrar sin documento de identidad ni con cámara. Su caso es al revés: no tiene documentación y lleva cámara. Nadie le pide el DNI, pero en el detector de metales le paran por la cámara. Adolescentes de uniforme, muy amables, le explican que debe dejarla a un amigo. Pero el viajero no tiene amigos, al menos a mano. Entonces le indican que vaya a un guardarropa ahí al lado. En Tiananmen eso quiere decir a diez minutos. El viajero corre porque van a cerrar el mausoleo. Pero cuando llega al guardarropa ha cerrado. Rendirse sería lo razonable, pero decide verificar la rigidez china. Vuelve a la entrada y la discusión se atasca hasta que sucede lo inesperado. Los chicos se miran y bajando la voz le sugieren que esconda la cámara. Y le dejan entrar. El viajero está asombrado. Esto con Mao no pasaba. China ha cambiado.

Entra en un gran vestíbulo con flores, con una estatua del gordo. Luego pasa a una sala oscura con un gran cubo de cristal, custodiado por dos guardias inmóviles, donde reposa Mao o su muñeco, tapadito con la bandera roja. La visión es rápida, porque no se puede parar. Pero se entra en una gran tienda turística donde se puede estar todo el tiempo que se quiera. Qué recuerdos: llaveros de Mao, relojes de Mao, bolígrafos de Mao y pulseras, colgantes... Quincalla desde 15 yuanes a una estatuilla de 998, con el clásico truco capitalista para que no parezca que se pagan mil.

El viajero reflexiona sobre el gran hombre, el Cuatro Veces Grande, el Gran Timonel. No era grande, era grandísimo, un Grandísimo Hijo de Puta. No se dice mucho, la verdad, vete a saber por qué. Hace memoria y cree que nunca ha estado tan cerca de un asesino de ese calibre. Bueno, en Moscú, con Stalin, junto a la momia de Lenin. Vaya dos polos de negatividad del viaje. De momia a momia y tiro porque me toca. ¿Qué se dirán Mao y Stalin en el infierno? Quizá comparten habitación para la eternidad como castigo, pues no se soportaban, y deben respirar sus egos pestilentes. Los amantes del género de terror pasarán más miedo que con Stephen King si leen la demoledora biografía de Mao de Jung Chang y Jon Halliday. Con que sea cierto la mitad ya es bastante. Retratan un auténtico monstruo y le atribuyen unos 70 millones de muertos. Uno descubre otras cosas curiosas: en Yanan, base comunista durante una década, el tirano hacía las reuniones en la catedral de la Virgen de Begoña, confiscada a franciscanos españoles. Allí forjó Mao el culto a su personalidad. El Gran Salto Adelante fue en realidad la Brutal Regresión al Medievo y se pueden imaginar de qué iba la Revolución Cultural. Si se hubiera llamado Plan de Exterminio Masivo quizá hubiera consistido en abrir teatros y subvencionar acróbatas de circo. Paul Theroux, en su libro sobre viajes en tren en China, cita uno de esa época: la línea de la muerte. Era un puente de la vía donde había suicidios diarios, porque entonces no había edificios altos para tirarse. Aún así muchos europeos inteligentes levitaban con Mao en los sesenta, incluso personalidades preclaras como Federico Jiménez Losantos. Siguiendo la retórica comunista ahora es exactamente lo contrario.

Pajares y Esteso

Mao fue el único millonario de China en su reinado, un estalinismo extremo que duró hasta 1976, con 50 villas a su disposición y suministro de jovencitas para fornicar. Pero ahora, tras cierta autocrítica del personaje, crece una nueva clase media en torno al partido y con los pelotazos hay nuevos ricos. Ángel le lleva por la tarde a verlos. Van con las bicis entre gente sentada en la calle fumando, jugando al mahjong o charlando en sillas. En Pekín aún quedan rincones humanos. Hay otros inhumanos, como las casas inmundas donde viven los que curran en los rascacielos que surgen en viejos callejones. Llegan a la escalinata de uno imponente, con una decoración de mosaico griego. Ahí aparcan la bici, aunque queda mejor si a uno le deja el chófer en la puerta. Es un gran club de lujo de relax. Vamos, un puticlub, pero pensado para pasar el día dentro. En una planta hay piscinas, saunas y demás. En otras, bar, restaurantes, peluquería, de todo. Luego, si uno quiere una señorita, va al último piso. El club también es para mujeres, que tienen su propia zona y su ascensor. Es mejor que un hotel y no está mal visto. Según un sondeo oficial, las prostitutas están mejor valoradas que los políticos.

En recepción pagan una entrada que da derecho a 16 horas y unas chancletas por 116 yuanes. Son trece euros, el sueldo de casi una semana, con doce horas por jornada, de un empleado de Foxconn, la empresa que monta el iPad y otros cacharros molones para Apple, Dell o Nokia. Hasta que los trabajadores empezaron a suicidarse, y cuando iban por la docena se lo subieron. Al menos la fábrica tiene un edificio alto, algo se avanza en favor del proletariado. El salario mínimo chino en las regiones más pobres es de 770 yuanes al mes (88 euros) y hay fábricas como cárceles, con cientos de miles de personas que viven dentro como en una ciudad. Y encima agradecidos, porque ahora les va bien. China y las empresas capitalistas se entienden de maravilla: les han pasado la masa esclavizada y ellos la siguen explotando, pero ahora es por nuestro bien, para que los occidentales tengamos cosas baratas. Mientras se desnuda en el vestuario, el viajero piensa que tendría que coger su iPhone, que encima es carísimo, y estamparlo contra la pared. Pero ya se ha perdido la fe en los actos individuales (no como el chico del tanque) y los colectivos no se los cree nadie o necesitan espónsor. Al viajero y su amigo les dan una pulserita con número y salen en pelotas a explorar las instalaciones. Parecen Pajares y Esteso.

Hay una piscina con pantallas gigantes para ver la tele. También unos pocos nuevos ricos, vegetando como en éxtasis, en una sauna. Pero Ángel se pasa echando agua a las piedritas incandescentes y empieza a salir humo. Salen atropelladamente tosiendo, como cuando echan gases lacrimógenos en las películas. Luego se tumban en la piscina y se ven en un espejo del techo, tan blancurrios y tirillas que les da la risa. Qué divertido es hacer el ganso con los amigos. Luego, para moverse por el edificio, les dan un pijama indescriptible, como el tapizado de un sillón de los setenta. Suben al siguiente piso, un restaurante con bufet. Van a otra planta, una sala en penumbra con medio centenar de butacones ergonómicos, cada uno con almohada, manta y una tele. Hay nuevos ricos que hibernan en la oscuridad. El viajero y su amigo se tumban y se divierten curioseando en los canales chinos. Aparece un presentador de deportes gordito y con gafas. Ángel le cuenta que, antes de los Juegos Olímpicos, la mujer del locutor salió en un programa y delante de toda China, unos cientos de millones de espectadores, berreó que estaba harta de él porque era un golfo y un putero. Se cortó la emisión y el tipo desapareció. Volvió para el Mundial. En eso llega un camarero que les ofrece un masaje y luego una paja. Hace expresivamente la mímica correspondiente. Les da la risa y piden una cerveza. Pero al abrirla el tapón sale disparado y le da a una lámpara. Sus risotadas rompen un poco la atmósfera. Se está muy a gusto en la oscuridad, ajeno al fragor de la calle, que te pone el pelo pastoso. Salen muy relajados, como ricos del partido. Pagan la cuenta con billetes que tienen el careto de Mao.

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