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ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 3 de octubre 2010, 02:18
LA música es algo maravilloso. Una magia que transcurre mucho más allá de la fantasía, donde poderosos magos y maliciosos brujos agitan sus varitas mágicas para llevar a cabo la ejecución de dudosos y perversos conjuros y filtros de amor.
Más que como magia, que también, deberíamos definir el arte de la música como un lenguaje; para un servidor, como el mejor de los lenguajes. Y es que la música es un elemento de comunicación tan vivo, transparente, tan sencillo y tan poderoso, que uno no puede más que dejarse llevar por sus encantos y deleitarse a diario con los sentimientos que transmite. ¿No es eso de alguna forma lenguaje?
El jueves tuve el privilegio, el honor y la increíble satisfacción de asistir al concierto que el grupo irlandés U2 ofreció en el estadio de La Cartuja, en Sevilla. Mi menda fue uno de los 80.000 privilegiados que nos dejamos embaucar por la puesta en escena, el montaje, el colorido y la magia de uno de los mejores grupos de la historia de la música. Tras pasear un rato por los aledaños del estadio, al pisar la pista de La Cartuja me dio por pensar en la fuerza que nos había arrastrado a tantos miles de personas, tan distintas, hacia ese lugar. Aunque la media de edad de los espectadores quizás fuera más adulta que en otro tipo de conciertos, con público más adolescente -no era habitual ver a menores de 25- sí que puedo afirmar que deambulaban por el estadio personas de todas las edades. No podemos olvidar que U2 era ya un gran grupo, que se desmarcó del resto de los colegas, a principio de los años 80, con álbumes tan celebrados como 'Boy' (1980), 'October' (1981) y 'War' (1983). Ahora bien, es increíble que las 80.000 personas que llenábamos el estadio tuviéramos un nexo en común; 80.000 personas de diferente raza, religión, con diferencias sociales, diferente lengua, ideales políticos o manera de pensar. El nexo era nuestra particular predilección por la música que hacen cuatro artistas irlandeses, que a todos tienen que transmitirnos cosas muy parecidas, porque en el caso contrario no se explica que pongan a tantísima gente de acuerdo.
La música es un sentimiento tan grande que suscita estas situaciones mágicas. Por supuesto que el montaje de Bono y los suyos es espectacular, y ni que decir tiene que aunque haya quien no sienta especial devoción por U2, aún no existe nadie que ponga en duda la exitosa puesta en escena de sus espectaculares conciertos. A mí, toda la parafernalia de las luces, la proyección de imágenes y demás, aunque las agradezco y me gustaron mucho, no me importaron tanto como la música. No podemos olvidarnos que después de todo U2, no es más que un grupo de música, cuatro amigos, cuatro músicos que un buen día se juntaron y se dispusieron a escribir para la historia una de sus páginas más significativas. Para mí, el concierto del jueves también hubiera sido realmente un sueño si los irlandeses hubieran tocado en una pequeña sala con capacidad para 50 personas, porque lo que realmente sabe hacer bien U2 es tocar y sonar como nadie.
Desgraciadamente hay pocos grupos como U2 en directo y en estudio, y casi ninguno con esa facilidad para transmitir tantas sensaciones. Pero la música está muy por encima de todos los que nos dejamos engatusar por sus mágicas artes. Todo esto me hace pensar que nuestro mundo sería un lugar mejor si hubiera más músicos que políticos, más conciertos que mítines, más canciones que bombas. Pero no nos dejemos engatusar una vez más por la deliciosa música, el mejor lenguaje, y volvamos al mundo real. Seguro que más de uno de ustedes estuvo codo a codo con mi menda, cantando cada canción, flipando con cada redoble de Larry Mullen (ya saben que lo considero el mejor batería del mundo), dando buena fe de que Adam Clayton por fin ha aprendido a tocar el bajo. Y comprobando una vez más que no hace falta ser un virtuoso para sacar un sonido maravilloso a una guitarra eléctrica. 'The Edge' continúa manteniendo con sus envolventes guitarras la esencia del sonido U2. De Bono poco más puede decirse, salvo que continúa siendo Bono, que viene de bueno, bonísimo, que diría su homólogo Joaquín Reyes en Muchachada Nui.
De siempre se ha dicho que el circo es el mayor espectáculo del mundo. Corroboremos la afirmación por aquello de no estropear la magia y pongamos la puntilla certificando que el concierto de U2, del pasado 30 de septiembre, fue un circo fantástico. El concierto estaba fijado en principio para el 29, y durante horas su celebración corrió serio peligro. Menos mal, que otro circo, el de los sindicatos, no se cargó uno de los mayores espectáculos que presenciaré en mi vida, y que mis retinas conservarán intacto su recuerdo hasta el lejanísimo día de mi muerte.
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