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ALBERTO GARCÍA DE FRUTOS agfrutos@hoy.es
Jueves, 28 de octubre 2010, 14:36
Si Manuel García hubiera sufrido un infarto en Extremadura, probablemente, ahora no sería un ex futbolista. Dicho así suena crudo, pero la realidad suele serlo. Primero, porque el infarto que sufrió el pasado domingo el jugador del Salamanca hubiera acabado con la vida de cualquiera que no estuviera muy cerca de un equipo médico que consiguiera resucitarle; y segundo, porque sólo en los campos de Primera y Segunda, de los que no hay por aquí, los desfribiladores son obligatorios. Por ejemplo, hay equipos de Segunda como el Recre que tienen hasta cinco repartidos entre sus instalaciones.
En Segunda B, lo obligado es la presencia de un médico, y en Tercera, ni eso. La protección del resto del fútbol queda en manos de los clubes y la buena fortuna. Cierto es que en muchos encuentros Cruz Roja o DYA hacen de ángeles de la guarda, pero sus ambulancias llegan a una pequeña parte de los campos de juego de nuestra región.
Hay desfribiladores en centros comerciales, restaurantes, polideportivos, y hasta en los coches patrulla, pero lo cierto es que su elevado coste y la necesidad de que los manejen personal cualificado impiden su generalización. En Almendralejo, por ejemplo, hace año y medio la oposición se quejaba de que nadie sabía utilizar el desfibrilador del Tomás de la Hera.
El primero que llegó a una instalación deportiva en Extremadura fue el que desde el 2003 vigila los latidos de los usuarios de El Cuartillo de Cáceres. Los 2.140 euros que costó por entonces los puso la Diputación cacereña, la misma que se encarga de su mantenimiento y de la formación de los encargados de usarlo. Hoy pueden costar entre 1.000 y 6.000 euros.
El desfibrilador por su cuenta no salva vidas. Aunque los automáticos y semiautomáticos pueden ser utilizados por personas sin formación, lo cierto es que sólo son útiles en caso de fibrilación ventricular, que hay que saber identificar, y sin combinar con otras técnicas su capacidad milagrosa se reduce. En el polideportivo de La Granadilla de Badajoz también hay uno, y en breve lo habrá en el Nuevo Vivero, pero hasta que no llegue la ley que regule su instalación, su presencia en los espacios públicos es testimonial y depende del interés que muestre la administración de turno.
Aunque no todo son ausencias. En los campos en los que vean una ambulancia de la Cruz Roja o de DYA, allí habrá un desfribilador y alguien que sabe utilizarlo. Los clubes, de cualquier categoría, pueden acudir a estas dos instituciones para prevenir riesgos. Los de Almendralejo, Badajoz, Jerez, Fregenal, Jaraíz de la Vera o Valencia de Alcántara son algunos de los clubes que acuden a Cruz Roja, mientras que DYA está presente en el Príncipe Felipe con el Cacereño y en el Multiusos con el Cáceres 2016 y la AD Cáceres.
Cruz Roja lleva a los campos una ambulancia medicalizable, que no medicalizada, perfectamente equipada y varios grupos de voluntarios que se encargan de velar tanto de los incidentes en el terreno de juego como entre el público. El problema es que esa dotación tiene un coste para los equipos que ronda los 150 euros. Una cifra de la que muchos no disponen. En algunos casos, las cuentas se saldan con la celebración de un partido benéfico en el que lo recaudado va destinado a pagar los servicios de Cruz Roja. Cuando se quiere, se puede. Pero lo normal es que en la mayoría de campos no haya una ambulancia.
La temporada pasada, la Federación Balear de Fútbol repartió, con patrocinio privado, una 'máquina milagro' para cada equipo del archipiélago. La Extremeña está estudiando actualmente el coste de imitar esa iniciativa. Una experiencia pionera que no tardó en dar fruto. En diciembre, un juvenil del C. E. Santanyí sufrió un infarto en un entrenamiento del que salió gracias al desfribilador. Posteriormente, se le diagnosticó una malformación congénita que fue lo que le provocó la parada, pero lo cierto es que fue la máquina la que permitió que el chico llegará al hospital.
En nuestra región, los esfuerzos federativos han sido más modestos en la inversión, aunque ambiciosos en su extensión. La temporada pasada, por ejemplo, La Extremeña formó a todos los árbitros de las categorías inferiores en técnicas de resucitación y les enseñó a utilizar el tubo de Guedel, otra herramienta milagrosa que afortunadamente ya es fácil encontrar en cualquier botiquín. Algunos clubes también se han preocupado de que sus técnicos aprendan a utilizarlo, y de hecho hoy se puede decir que en todas las bandas extremeñas hay alguien que en un momento concreto puede utilizar el famoso tubito para así evitar que tenga que ser alguien del público el que se tiré al césped para salvar la vida de algún jugador, lo que ya ha pasado.
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