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OPINIÓN

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No comprendo cómo nos domina una generación que no está ni la mitad de preparada que la nuestra

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 31 de octubre 2010, 02:19

EXISTE la teoría, acertada o no, de que cuando algo no funciona es susceptible de sufrir cambios. Ello no implica necesariamente que vaya a mejorar la situación, pero da la sensación de que al producirse dichos cambios al menos nadie puede achacar una cierta pasividad en la búsqueda de la mejoría de los problemas que nos afectan. Pedro de la Rosa, el genial y veterano piloto de Fórmula 1, siempre lo comentaba en las retransmisiones de las carreras: «Si la situación está mal, lo mejor es probar otra cosa totalmente distinta». Y muchas veces al propio De la Rosa o incluso a Alonso le ha salido muy bien. Cualquier entrenador de fútbol, sin ir más lejos, realiza cambios en su equipo cuando va perdiendo un partido.

Algo parecido le ha ocurrido al presidente del Gobierno. «Total, si la cosa no puede ir a peor, cambiemos y a ver qué pasa», da la sensación que ha pensado ZP (lo de ZP sigue haciéndome gracia, parece como si nos refiriéramos a una especie de superhéroe o algo así). El problema es que, como decíamos antes, los cambios no implican necesariamente una mejoría, ni siquiera que tornemos a una situación mejor. Existen cambios que pueden hundirte aún más profundamente de lo que hubieras deseado en un principio. Es aún pronto y, a pesar de los recelos y de los más pesimistas presagios, personalmente considero que habría que dar un voto de confianza a los cambios en el Gobierno, aunque abriéndoles mi corazón les confieso que la mayoría pensamos que estos cambios llegan, como siempre, tarde y mal.

Los jóvenes nos encontramos hoy en la posición más delicada de los últimos tiempos; lo peor del problema es que estamos perdiendo el partido desde hace muchos minutos, y por goleada. Jugamos con uno menos, nuestro delantero centro está lesionado y tenemos al árbitro en contra. Para colmo de males, la pasividad de la afición nos hace sentir que jugamos fuera de casa, aunque lo hacemos en nuestro estadio. Los jóvenes necesitamos cambios. Ansiamos cambios, pero cambios de verdad, y de los que se realizan para mejorar. Cambios que nos devuelvan la ilusión y la confianza perdida en un país que parece renegar de nosotros como lo hacían de sus bastardos los reyes y nobles.

Una joven compañera, rebosante de desencanto e ingenuidad, me comentaba hace unos días que cómo era posible que las cosas estuvieran cada vez más caras y nosotros cada vez cobrásemos menos. La verdad es que al principio me quedé sin palabras. Esa pregunta tan inocente, tan exenta de maldad, puede conseguir que se te salten las lágrimas si uno la medita muy profundamente. «¡No me puedo creer que nos estén haciendo esto!». Me comenta otro amigo, que aunque tiene la suerte de no encontrarse en paro casi le vendría mejor. Dos carrera y no sé cuantos cursos y máster, y tiene un curro de mierda, donde lo explotan con jornadas de 12 horas al día, dirigido para más inri por ceporros de 50 años que, encima de no tener educación ni saber hablar, en vez de tener el graduado escolar tienen una 'etiqueta de anís del mono'.

No comprendo como nos domina una generación que no está ni la mitad de preparada que la nuestra. Aunque es cierto que quizás tengamos algo de culpa, o incluso que nos hayan aconsejado erróneamente. El otro día leí unas declaraciones de Fernando Sánchez Dragó, actualmente muy 'en el candelabro' -que diría la Mazagatos- por el tema de las menores japonesas. El genial escritor, que no quiere decir con esto que no pueda ser un enorme bocazas, nos ponía de tontos a los jóvenes por hipotecarnos de por vida para tener una casa. Vuelvo a insistir que existen casos donde los jóvenes han obrado muy alegremente sin pensar en las consecuencias, pero está claro que no han sido anteriormente bien instruidos. Una persona con unos honorarios de miseria, a saber 700 euros al mes, por poner un ejemplo, no puede comprarse una casa donde le sale a pagar una hipoteca de 1.500 euros mensuales. Pero aunque sea una equivocación del joven, si se la ha comprado es porque un banco le ha dado un crédito a sabiendas de que no podría hacerle frente en un futuro, y todo para quedarse con la casa para la horrorosa especulación de viviendas, que es gran responsable de la situación en la que nos hayamos. Ahora, sin embargo, una pareja joven, en la que ambos son 'mileuristas', no puede comprarse una casa de protección oficial de 60.000 euros porque le niegan una hipoteca que puede pagarse cómodamente a 200 euros al mes. ¿Quién tiene la culpa?

Lo dicho, cambios sin demora, de manera inmediata. Y a mejor. Si no, perderemos el partido o, peor aún, no podremos volver a jugar.

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