A. García Calderón

El abogado Antonio García Calderón, mi tío, murió ayer. Un infarto le arrebató la vida a un hombre que la vivía tan intensamente como los partidos de su adorado Barça. Era mi padrino y siempre le tuve un cariño especial. Se parecía a mi padre, Enrique García Calderón, por el timbre de voz y un carácter que, cuando lo sacaba a relucir, hacía temblar hasta los cimientos. Como mi padre, me inculcó la importancia de la lectura y me prestaba sus cómics de Tintín. Recuerdo que, a pesar de que siempre lo intentó, nunca consiguió hacerme del Barça. Le pedí un traje de futbolista siendo un mocoso, y me regaló la equipación azulgrana. Y años después, una camiseta clavadita a la del gran portero azulgrana de los 80, Urruticoechea. Lamentablemente, al igual que con parte de mi familia paterna, en los últimos años no hemos estado tan unidos como debiéramos, y la distancia ha sido la tónica que ha ido marcando el paso de los últimos años, mas el distanciamiento no borró el cariño y respeto que sentía por él. Siempre le recordaré como hombre enérgico, sonriente, con su característica forma de andar y de hablar, en el quiosco de San Francisco, apremiándome mientras caminaba de la mano con mi prima Coro: «¡Vamos ahijado, que te invito a un bocata de calamares y una coca cola!» Y mi prima y yo tan felices. ¡Te recordaré siempre tío Antonio!