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J. R. ALONSO DE LA TORRE
Miércoles, 22 de diciembre 2010, 01:41
Estoy convencido de que la lotería no existe. La lotería, en realidad, es un sonsonete que, al acabarse, da paso a unos tipos bebiendo cava y dando gritos en una calle de un pueblo de Valencia. Desde 1986, escribo una columna el día de la lotería. Al principio me esforzaba por ser original, pero pronto aprendí que daba lo mismo. Las columnas que glosan la lotería son otro sonsonete. La gente las lee como quien escucha el canto monocorde de los niños de San Ildefonso o la retahíla de gastos (para la hipoteca, para un viaje, para los hijos, para tapar huecos) que salmodian los premiados de ese pueblo de Valencia donde ha habido ese año una riada, un terremoto o una explosión terrible. Hoy miércoles, da gusto pasear por las calles y escuchar cómo llega desde las cafeterías la monótona jaculatoria lotera, solo alterada por las subidas de tono de los gordos y semigordos. El soniquete de la lotería es la canción más triste y aburrida que conozco, pero también la que más reconforta. La escuchas y te sientes bien, te avisa de que todo sigue su curso convenientemente, de que no hay alteraciones visibles ni sustos desagradables. La lotería es la mejor explicación de la Navidad: la abordas con escepticismo y con varios propósitos de enmienda, pero siempre acabas sucumbiendo a la fuerza de la costumbre, a la magia del sonsonete y compras décimos, y comes turrón duro, y cenas con las cuñadas, y bebes más de la cuenta, pero luego, a la hora de la verdad, parece que la felicidad solo es cosa de un pueblo de Valencia.
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