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LORENZO SILVA
Martes, 4 de enero 2011, 01:24
AHORA que parecen haberse enfriado un poco las primeras cóleras y los primeros entusiasmos, quizá sea el momento de enviar un mensaje a un colectivo que en toda actividad humana, nos guste o no, acaba siendo crucial. Me refiero a los beneficiarios. Y en particular, a los beneficiarios del actual régimen de desprotección prácticamente absoluta de la propiedad intelectual en España, situación de facto que la acaso mal llamada y después de todo infortunada 'ley Sinde' pretendía corregir.
Sin duda hay más, pero estoy pensando sobre todo en dos: quienes tienen barra libre para acceder a la creación ajena, de la que disfrutan, y quienes sobre esta situación han convertido en rentable negocio la provisión de servicios de Internet de banda ancha, gracias al estímulo que supone recibir en el paquete una taquilla ilimitada, discoteca infinita y biblioteca universal.
Hasta ahora, unos y otros han venido a aliarse con quienes se dedicaban a una actividad dudosamente generadora de la riqueza de la que aquí se trata. Es decir: copistas, enlazadores y alojadores de contenidos que actúan de forma notoria y deliberada contra la voluntad y los derechos de los creadores de esos contenidos. Esta alianza ha traído consigo el enfrentamiento con quienes producen la riqueza que estos beneficiarios aprovechan y por tanto desean: los creadores y la industria cultural.
Bien es verdad que entre estos últimos ha habido reacciones desproporcionadas e incluso poco inteligentes. Y por lo que toca a la industria, algún elemento parasitario puede luchar por defender su porción de tarta y no un valor añadido. Pero ignorar que los creadores, y sobre todo los excelentes, son los que hacen que exista la cultura que merece la pena consumir, y que muchos de los que trabajan en esa industria han aportado verdadero valor a lo largo de los siglos, es actitud que no se compadece con un mínimo sentido de la lógica y de la realidad.
Quizá ha llegado la hora de que los beneficiarios revisen sus alianzas. Que en lugar de alinearse con quienes se lucran y medran sin crear ni aportar nada, en una estrategia que lleva inscrita su fecha de caducidad, y con ella el deterioro del producto, para los consumidores, y la caída de su rentabilidad, para quienes hoy le hacen de porteadores contra la voluntad de sus dueños, piensen si no será más sensato tratar de acercar posturas con quienes viven para ofrecerles eso que gratifica su ocio, conforta su espíritu y genera, de paso, riqueza y empleo. Pueden estar seguros de que del lado de los creadores hay gente dispuesta a hacer apuestas para favorecer la circulación asequible y legal de sus obras. Que ya hizo alguna, y hará más, y mejor orientadas. Pero en esta partida todo el mundo tiene que mover ficha. Si no, ténganlo por cierto, perderemos todos.
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