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Estanque junto a la ermita (del año 1841) de Villa del Arco. :: L.C.
El Arquillo vive una segunda juventud
REGIONAL

El Arquillo vive una segunda juventud

La pedanía, en la que solo duerme a diario un matrimonio, luce calles nuevas y ya tiene dos alojamientos rurales

A.J.A.

Domingo, 6 de marzo 2011, 11:32

Probablemente suene a metáfora caduca o a poesía de baratija, pero es realismo puro. Un día de diario, a la una y media de la tarde, sentado en la plaza del Olmo de El Arquillo, lo único que se oyen son los pájaros y a una oveja balando.

Nada que ver con el paisaje del 13 de julio del año 2006 por la tarde, cuando solo se escuchaban sirenas, voces y motores de camiones; solo se veía gente uniformada corriendo de aquí para allá; solo olía a humo y solo se veían llamas rojas, naranjas y amarillas. El incendio del verano de 2006 tardó 25 horas en ser sofocado, y en ese tiempo fue capaz de llenar de cenizas 1.923 hectáreas, muchas de ellas al norte, sur, este y oeste de El Arquillo, como todos llaman a Villa del Arco, pedanía de Cañaveral.

Cuatro años y medio después de la tarde del fuego, el pueblo vive una segunda juventud. Mantiene su curioso cementerio con tres nichos encalados y la inscripción 'ET RS 1907' sobre la puerta de hierro. Pero está mucho más limpio que antes. Al lado sigue estando la ermita, más blanca que hace un par de años. El agua sigue corriendo calle abajo, por un lateral, pero tiene más caudal. Y permanecen Julián Cornelio y su mujer como los únicos habitantes fijos de este recuerdo de pueblo que empieza a filtrear con el turismo rural.

Al albergue rural de dos habitaciones que ya había se ha sumado la posada con tres dormitorios que acaba de construir el Ayuntamiento, y que está a punto de abrir. Se ha renovado el empedrado de algunas calles, y ya es posible ir a pie desde la pedanía hasta Cañaveral, a través del 'camino de los bolos', que se ha revestido de hormigón. «El Arquillo está precioso, lo único que falta son farolas en la subida y el depósito del agua», resume Emilio Durán, alcalde de Cañaveral.

Está de acuerdo Julián Orovengüa, que tiene una casa en la pedanía a la que va los fines de semana, a disfrutar de un lugar tranquilo, a juntarse con la familia y los otros vecinos de fin de semana (en total, entre quince y veinte personas cada sábado y domingo) y a acicalar el huerto que se acaba de comprar. «El pueblo ha mejorado bastante, y hay planes de futuro para seguir mejorando», cuenta él. «El Arquillo -resume- es la prueba de que puede haber un pueblo en mitad de la naturaleza, como los ha habido durante siglos, y que no solo no dañe el paisaje, sino que lo enriquezca». Y además, lanza otro apunte que hace sonreír a los enamorados de El Arquillo. «Últimamente he visto algo que no había visto antes -cuenta Orovengüa-: vienen extranjeros, sobre todo franceses, ingleses, holandeses y belgas, se adentran en la sierra, sacan sus prismáticos y cámaras y miran a los pájaros y sacan fotos. Es el mejor turismo que puede tener El Arquillo».

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