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ROCÍO SÁNCHEZ RODRÍGUEZ rosanchez@hoy.es
Domingo, 6 de marzo 2011, 12:51
Para que un extremeño sea exótico se tiene que ir a Tailandia. Allí, el éxito está asegurado. Esa es la explicación para que una banda de folk de Cáceres prácticamente desconocida en Extremadura haya arrasado en este país del sudeste asiático. «Allí somos la 'World Music' (música del mundo)». Ésta es la historia de 'Barrunto Bellota Band', un proyecto que nació en la cocina de una casa antigua del casco histórico cacereño, justo detrás de la Plaza Mayor. Ahora tienen fama internacional. El grupo lo componen cuatro jóvenes artistas que, con sus instrumentos, dominan el idioma universal: la música.
Pedro López, de 24 años y natural de Talarrubias (Badajoz), lleva el acordeón como una extensión de sí mismo. Hace de portavoz, pero él no es el protagonista, al igual que su instrumento. El acordeón marca el tiempo, es el que guía al resto. Él empieza, los demás le siguen. Es la base armónico-rítmica, pero siempre permanece en el fondo, en un modesto segundo plano.
Javier Jiménez tiene 23 años, es de Cáceres y exprime el violín. Él adorna la melodía. Aparenta timidez, pero cuando su instrumento suena, los otros callan, al igual que cuando él habla (no lo hace tanto como Pedro), los demás escuchan atentamente.
La diferencia la pone Eugenio Simoes, de 25 años y nacido en Esparragalejo (Badajoz). Parece serio, no obstante, una vez que se arranca, es el más cercano. Lo mismo ocurre con su aportación, el jembe. «La percusión supone la proximidad con el pueblo, es un timbre mucho más cercano». Y aporta estabilidad.
La banda la completa Tony García, «yo tengo 36, también soy de Cáceres y cuido de todos ellos». Su fuerte es el clarinete. Dicen de él que siempre se convierte en el alma de la fiesta. El clarinete es el rey, «es el que te hace sentir», el que decide si una canción es triste o alegre. El que marca, al fin y al cabo, el estado de ánimo de la melodía.
La relación entre clarinete y violín es muy estrecha. Cuando ambos músicos se miran a los ojos, saben perfectamente lo que uno quiere del otro. Eso les permite improvisar en plena actuación. Tienen diálogos, incluso se gastan 'bromas musicales'.
Para ellos, tocar es como respirar. En cuanto suena la primera nota, es difícil interrumpirlos. «Es que surge la magia», asegura Eugenio, o Geni, como le llaman sus compañeros.
Su estilo folk es ambicioso. Ser extremeños no significa que interpreten ritmos de la tierra. Van mucho más allá. Mezclan la música tradicional de los judíos asquenazíes con acordes balcánicos de la antigua Yugoslavia. «Los asquenazíes -procedentes de Asiria y parte de Turquía- son los que se asentaron en Europa central, por ejemplo, en Polonia y Alemania», explica Pedro. De estos judíos de la diáspora salió el 'klezmer', esto es, ritmos de celebración -de boda, por ejemplo- con mucha expresividad. En ellos, el clarinete es el instrumento estrella.
Su otra fuente de inspiración, los ritmos balcánicos de la antigua Yugoslavia, tienen al artista Goran Bregovic (quien actuó en el Festival de Teatro Clásico de Mérida en 2005) como máximo representante, «aunque nosotros no somos tan cañeros».
¿Cómo terminan unos músicos extremeños triunfando en Tailandia con un cóctel de música judía y balcánica? La historia comienza con Javier, el violinista, quien estuvo mucho tiempo escuchando Radio 3 cuando era pequeño porque una enfermedad le obligó a permanecer en casa sin poder ir al colegio. «Me acuerdo que le daban mucho bombo a un grupo polaco. No era jazz ni nada que se le pareciera, y quise descubrir qué tipo de música era aquella». Su curiosidad le llevó lejos.
'Quercus Klezmer', su disco
Más tarde, cuando ya tuvo claro que la música sería su forma de vida, conoció a Pedro en un concierto de klezmer en la calle. No hizo falta mucho tiempo para que empezaran a tocar juntos (de eso hace cinco años) y a descubrir esa magia de la que habla Geni. Él, al igual que Tony, se incorporó al grupo en 2009, cuando Barrunto Bellota Band lanzó su primer y único disco: 'Quercus Klezmer'. «Grabar un disco en condiciones puede llegar a los 10.000 euros, por lo que tuvimos que pedir muchos favores a los amigos porque no nos podíamos permitir una cantidad así. Nos aprovechamos de la gente que conocemos, si no, hubiera sido imposible. Por ejemplo, nos dejaron una casa de pueblo antigua con una acústica especial», recuerda Pedro.
El pasado año ganaron el premio nacional Injuve (Instituto de la Juventud) en la categoría de interpretación popular. Y este reconocimiento les abrió la puerta al éxito. «Además de la dotación económica, 3.000 euros, te proporciona muchos contactos».
Gracias al Injuve pudieron tocar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde demostraron que su directo no deja indiferente a nadie. Después han actuado en varios festivales de música folk de España, como el de Segovia, el más antiguo de todos. «Todo esto sin dar muchos conciertos en Extremadura», apunta Javier. Sólo han estado una vez en el Play! de Cáceres.
Pero, sin duda, Tailandia ha supuesto el paso definitivo. «Tocar allí también ha sido por el Injuve. La propia embajada de Tailandia fue la que pidió referencias sobre posibles grupos para actuar en el país asiático. Y como nosotros habíamos ganado el certamen, nos recomendaron».
El único problema es que al premio del Instituto de la Juventud sólo se presentaron Pedro, el acordeonista, y Javier, el violinista. Por lo que sólo han podido viajar ellos dos «porque decían que no había más presupuesto». Aún así, los cuatro lo viven de la misma manera y sienten el mismo éxito.
Su actuación en Tailandia les ha consagrado como artistas punteros en su categoría. Han cautivado al público y han logrado titulares como 'Tailandeses se deleitan con el virtuosismo de Barrunto Bellota y su música klezmer'. Volvieron hace un par de semanas y aún les dura la sonrisa de satisfacción.
Pedro cuenta la experiencia: «Hemos estado en dos festivales: uno en la capital, en Bangkok, y otro en el sur. Al primero vino gente más joven, pero el del sur era como una feria y acudía la familia entera, desde el abuelo hasta el nieto». Y añade: «Nos hemos sentido muy queridos. Y en cuanto a la seguridad, yo en España nunca me atrevería a dejar el acordeón en el 'backstage' (detrás del escenario) y allí he sentido que nadie me lo robaría».
Lo único que les ha chocado de Tailandia es que el público no suele aplaudir. «Me llevé dos semanas preocupado porque imagínate lo que es terminar un concierto y que nadie aplauda. Pensábamos que no habíamos gustado, pero después nos dimos cuenta que lo de aplaudir es una costumbre muy occidental, que allí tienen más reparo a la hora de expresar las emociones. Aún así, hubo un día, en el sur, que nos aplaudieron un montón y nos emocionamos mucho por lo que suponía», continua Pedro. «Yo creo que se sorprendieron porque allí no están acostumbrados a música dura en el sentido de exprimir los instrumentos al máximo, nosotros sudamos mucho en el escenario y lo vivimos todo mucho. Allí todo es más liviano. De todas formas, allí somos lo exótico, igual que a nosotros nos gusta, por ejemplo, lo africano». La exaltación que han sentido sobre los escenarios tailandeses les ha servido para reafirmar su vocación y lo que quieren en la vida: ser músicos. Actualmente lo consiguen dando clases y tocando con varios grupos. Pero cuando se reúnen los cuatro, el resultado es único. Se sienten ellos mismos, y eso les hace sacar lo mejor de cada instrumento.
Viven con la pena de no ser profetas en su tierra, sobre todo porque tuvieron una época muy regionalista. De ahí, el nombre del grupo. «Barrunto es una palabra muy de nuestros abuelos. Es muy típico escuchar: 'barrunto que va a llover'. Y 'Bellota Band' está directamente relacionado con Extremadura».
Tras saborear la fama internacional, tienen claro que las oportunidades están ahí fuera. En su nidito del casco histórico de Cáceres ensayan una media de 20 horas semanales y siguen acudiendo a festivales que se celebran en distintos puntos de España. Pero ya aspiran a mucho más. Quieren volver a ser exóticos.
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