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JOSÉ MARÍA FERNÁNDEZ CHAVERO
Domingo, 3 de abril 2011, 02:19
DECIMOS que 'el dinero no hace la felicidad, pero ayuda a conseguirla'. Se mezclan en nuestras cabezas múltiples ideas que dejan entrever sueños e ilusiones aún no cumplidas. No resulta fácil situarse ante el dinero porque, si bien no hace la felicidad, su total ausencia dificulta en demasía el desarrollo normal de la vida.
Abraham Maslow dijo que para alcanzar la felicidad, la plena realización personal, es preciso ir satisfaciendo una serie de necesidades que van escalonadas desde lo fisiológico hasta lo espiritual, pasando por lo afectivo y la propia seguridad. Sabemos, por propia experiencia, lo difícil, por no decir imposible, que resulta estudiar o trabajar cuando se tiene hambre o sueño o frío o una enfermedad.
En todas esas situaciones es imprescindible el dinero; no como algo lujurioso de lo que vanagloriarse ante los demás, sino como medio para poder solventar las necesidades planteadas. El uso que hagamos de él posibilitará a las personas ir subiendo los peldaños en la escalera de la propia existencia y poder acercarse a ese objetivo último de encontrarse realizado como ser en el mundo, en relación consigo mismo, con los demás y con Dios, sea cual sea su nombre. Nos proporcionará el sustento para nuestro cuerpo, la formación intelectual y afectiva, la salud para el enfermo y el consuelo para el que no goza de las mismas capacidades. A esas ventajas debemos aspirar todos, aunque no todos lo lograrán, injusticias de este especie humana.
El dinero es una herramienta de la convivencia humana y es bueno en la medida que la facilita. Desde un punto de vista moral, no tiene valoración, es neutro, no así el uso que se haga de él. Y al igual que el buen manejo nos ayuda a avanzar en el camino de la vida, también su mal uso ha tenido y tiene consecuencias negativas y perjudiciales para la persona, pudiendo modificar el sentido de la felicidad y pasar a convertirse en un sinsentido por la mucha frustración que acarrea. Por el dinero se explota al débil, se vende la propia dignidad, se extorsiona, se engaña y confunde, se comercializan las intimidades físicas y espirituales, se priva de libertad, se invaden países, se maltrata y asesina. Por un puñado de billetes se pierde la confianza de los que un día creyeron en sus buenas intenciones y propósitos y le votaron, de esto tenemos cientos de penosos ejemplos en la política española.
Y qué decir de las muchas familias destrozadas y rotas por herencias mal compartidas, o los amigos perdidos por préstamos no devueltos, o relaciones laborales amañadas por malos gestores y administradores que desembocaron en el despido de los débiles o en el cierre de los pequeños negocios.
El dinero es tan poderoso que marca el signo de las relaciones nacionales e internacionales, las negociaciones entre empresarios y trabajadores y de él es imposible escapar. Estamos dentro de sus tentáculos tentadores y a él se sucumbe con suma facilidad, tanto los de arriba como los de abajo, ya sean de orientaciones políticas mal llamadas conservadoras o progresistas, o residan en el norte o en el sur, sean agnósticos o ateos o creyentes, laicos o religiosos. Es tanto su poder que puede hacer cambiar votos, gustos, perdones, principios, valores, incluso la capacidad de pensar y de querer con tal de obtener sus beneficios. Ahora bien, es la herramienta que tenemos en nuestras relaciones sociales y podemos aprender a utilizarlo de forma que todos podamos beneficiarnos. A eso aspiramos y para ello es imprescindibles contar con buenos administradores de los bienes públicos.
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