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ENRIQUE FALCÓ
Domingo, 1 de mayo 2011, 02:22
HOY cumplo 33 años. Lo primero que me viene a la cabeza cuando cumplo años es el sabor de los enormes y deliciosos caramelos de Almendralejo, que eran mis predilectos cuando era chico y los que siempre me gustaba llevar a mi escuela para repartir con los compañeros de clase como era costumbre. Nunca el mismo día de mi cumpleaños claro, sino el día antes, pues puedo presumir de no haber asistido jamás a clase en mi onomástica, al coincidir dicha jornada con la festividad del 'día del trabajo'. Pero a pesar de añorar el sabor de los caramelos o incluso de los mejores regalos recibidos, apenas consigo recordar algunos matices del olor a mi cumpleaños.
Sé que puede parecerles una tontería pero nada más lejos de la realidad. Los olores, las esencias y los perfumes siempre han jugado un importante papel en mi vida y estoy convencido de que, aunque no se lo hayan planteado nunca, en las suyas también. Y el hecho de ir olvidando poco a poco algunos de estos olores no puede sino mostrarme la idea de una pequeña gota de vida que se escapa de mi memoria, como si un trocito de mis recuerdos se volatizara para siempre como polvo en la lluvia.
No sabría explicar muy bien a qué olía mi cumpleaños cuando era niño. Quizás a una especie de día de sol y colonias de baño de niños chicos, mezclado con el olor de los típicos sándwiches de 'foagrás' o jamón de York y queso y coca-cola. Rezumaba también a alegría, a alboroto, a día sin clases y a juguetes nuevos. De cualquier forma, era excitante y maravilloso; del mismo modo que también lo era el olor de la noche anterior a la llegada de los Reyes Magos, que desgraciadamente olvidé para siempre hace ya muchos años.
Algunos olores se hallan tan presentes en mis sentidos que probablemente no los olvidaré nunca, como el olor a tinta de periódico, que trae a mi memoria miles de mañanas impregnadas de café con leche y mantequilla caliente previas a las clases de colegio o universidad. El olor a la tinta mezclado con el papel caliente huele en mi cabeza como en la antigua rotativa de HOY y evoca bonitos sentimientos, como las amistades que allí hice y las largas y hasta divertidas jornadas de trabajo. Cuando alguna mañana madrugo y hecho mano a algún tomate para prepararme una extremeña (para otros, una catalana) a mi cabeza arriban viejos recuerdos de la fábrica tomatera de 'Conesa', en donde pasé todo un duro verano trabajando a destajo y ganando una pasta gansa que agradecí durante mucho tiempo. Aún a día de hoy, reconozco perfectamente el olor de la casa de mis padres aunque hace ya algunos años que no viva allí, así como el olor de prácticamente toda mi familia y amigos, sin tener nada que ver el perfume que utilicen en cada momento. No sabría explicar muy bien por qué, pero la mezcla de alquitrán caliente me recuerda al Paseo Marítimo de Cádiz, donde disfruté tantos veraneos de pequeño. El olor a los viejos cromos de Panini me hacen viajar a los veranos de México 86 e Italia 90 y, aún a día de hoy, soy capaz de detectar en cualquier mujer el perfume que utilizó mi novia aquella primera vez que salimos.
Los olores se transforman en imágenes, que pueden vislumbrarse en nuestra cabeza cual fotografías o postales, en elegante blanco y negro o en el más llamativo y vivo de los colores. Además se les suma la capacidad de denotar y connotar todo tipo de sensaciones, así como de unificar aún mayor número de recuerdos. Un olor puede llevarte a una época de tu vida, donde recuerdes otro olor que te conducirá inevitablemente a otro importante momento. Cuando disfruto especialmente de una fragancia, o cuando ésta es causa de maravillosos recuerdos, me gusta inspirar fuerte y llenar mis pulmones, dejar que se apodere de mí y que inunde mis sentidos y mi corazón. Hoy desgraciadamente y por más que lo intento no huele a cumpleaños y estoy triste, porque es probable que jamás vuelva a oler.
Hay tantos olores que persigo en mi vida que por unos momentos me siento como Jean-Baptiste Grenoulle en el maravilloso 'El Perfume', de Patrichk Suskind. Todos anhelamos el olor de la felicidad, del dinero, del placer y, sobre todo, el olor del amor. Posiblemente, todas estas cosas con las que soñamos huelan a bellos días de primavera inundados de sol, o a campos de fresas, o a cesta de frutas frescas. A gasolina súper, a chocolate blanco, a una galleta mojada en leche o a vino tinto joven antes de ser embotellado. Huimos por contra del olor a miseria y al más duro de los fracasos, del hedor de la infelicidad, que apesta como a estiércol mojado, mezclado con barro en una oscura noche lluviosa. Los olores levantan pasiones y despiertan los sentidos. ¿O acaso ustedes nunca se enamoraron de una maravillosa fragancia antes que de una bella imagen? Los olores, en definitiva, son parte de nuestras vidas, y uno no puede dejar de pensar que olvidándolos, nos olvidamos también de una pequeña parte de nosotros.
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