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TANIA AGÚNDEZ
Sábado, 25 de junio 2011, 11:16
Nació en Jaén, es misionero Claretiano y ha pasado los últimos 22 años de su vida en Argentina. Manuel Pliego, el hermano Manolo para sus amigos, optó por cruzar el charco e instalarse en La Quiaca (Argentina) para impulsar el desarrollo de las comunidades indígenas y ayudar a combatir la trata y el tráfico de menores que se da en la frontera con Bolivia. Afirma que ha sido la mejor decisión que ha tomado y la que le ha cambiado la vida. «Nací de nuevo», indica tras visitar la ciudad de Badajoz para explicar a los alumnos de los colegios Los Glacis y Segura Covarsí cómo viven los niños en América Latina.
-¿Qué ocurre en la frontera entre Bolivia y Argentina?
-El problema en esta zona es que nos dimos cuenta de que diariamente pasaban muchos menores de edad de Bolivia a Argentina. De hecho, está constatado que ingresan en este último país entre 9.000 a 16.000 niños al año. Al ser menores de edad deben viajar con autorizaciones. El problema es que detrás de estos casos existe una trama de corrupción que facilita este paso. Una pasarela que lleva a los pequeños a la explotación sexual, el trabajo infantil o, incluso, sospechamos que los utilizan para el tráfico de órganos.
-¿Cómo lo descubrieron?
-Vimos que muchos niños de la zona no tenían documentos de identidad.
-¿De qué modo han luchado para acabar con estas prácticas?
-Hemos exigido a ambos estados que resuelvan las lagunas jurídicas que existen en torno a este tema y se han comprometido a hacerlo, pero aún estamos esperando. Hemos habilitado en la zona donde yo trabajaba un refugio para atender a las víctimas, hemos instalado en la frontera un punto de información para sensibilizar a la población y hemos tratado el asunto con docentes de los centros escolares y con los propios niños. También hemos capacitado a los profesores en la prevención del tráfico y la trata, y hemos llevado a cabo múltiples acciones para concienciar a los jóvenes. De hecho, los escolares han abordado esta problemática a través de una publicación que recoge juegos y actividades didácticas. Nuestro compromiso es la defensa de los niños y garantizar su bienestar.
-Además de esta cuestión, durante su estancia en Argentina ha trabajado en otros ámbitos.
-A mi llegada trabajé en un proyecto de desarrollo y mejora de la ganadería en comunidades indígenas. Después me centré en la formación de animadores de comunidades.
-Queda mucho por hacer, ¿no?
-Quedan muchos cambios por hacer para garantizar la dignidad de los personas. Hay leyes que deben modificarse. En España, por ejemplo, tampoco está todo resuelto. Soy un convencido de los derechos humanos. Precisamente, estos derechos han nacido para defendernos del Estado, porque es el que los vulnera. Hay que seguir luchando para hacer un mundo más justo y equitativo en el que las personas vivan con la dignidad que se merecen.
-¿Continuará su lucha?
-Sí, pero desde otro lugar. Ahora me voy a Haití. Estuve en este país antes del terremoto y me encontraba muy motivado para viajar allí. Después del terremoto me he motivado aún más. Hay muchas cosas por hacer, aunque echaré de menos a los claretianos de Humahuaca. Por allí han pasado muchos misioneros extremeños, entre ellos el padre Alonso Sánchez Matamoro, que sigue allí y es de Almendralejo.
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