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OPINIÓN

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Señal inequívoca de buena educación es saber responder a los insultos sin rebajarse a la vulgaridad de quien te ofende

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 17 de julio 2011, 02:09

LOS insultos son las palabras españolas que antes aprenden los extranjeros. Y no por azar. Tiene su explicación. Algunos insultos hispanos gozan de una belleza semántica que atrae. Su sonoridad es, en ocasiones, como poesía de Bécquer para los oídos. No teman los alarmistas, ni se ilusionen los traviesos. Nada más lejos de mi intención que hacer un inventario de palabras vulgares. Se habla mucho de insultos estos días en HOY.es, la web de este diario. La diarrea vocal de algunos usuarios, con insultos hacia articulistas, blogueros y entre los propios usuarios, han llevado a la dirección a tomar la medida de obligar a quienes quieran opinar a registrarse previamente, dejando constancia para ello de un email válido, con lo que el medio digital podrá dar un toque de atención o bien anunciar la imposibilidad de volver a comentar a quien insista en insultar o faltar al respeto a cualquiera. El origen del problema está en la falta de cultura del personal, que por no saber, ni siquiera tiene capacidad para insultar de manera educada e incluso divertida.

Los insultos más bellos o divertidos no son necesariamente aquellos a la postre más escandalosos, sino los que hieren de manera más refinada y provocan las carcajadas de la concurrencia por su originalidad y finura. Los insultos están a la orden del día, y forman parte de nuestra cultura y manera de comunicarnos. No hemos de olvidar que algunos de ellos (el que hace referencia por ejemplo a las santas madres o al macho de la cabra) tornan del insulto a la adulación y la exaltación de las virtudes del receptor, sin olvidar que han perdido a día de hoy el significado que tuvieron en su origen, transformando el vocablo en una definición negativa o positiva según se insulte o se adule.

El insulto no ha de ser siempre un signo de vulgaridad. Existen ocasiones en las que una persona requiere una definición no proclive a palabras más rebuscadas. Un insulto bien dicho, en su momento justo y oportuno, puede llegar a alcanzar la belleza de la rotundidad, siempre claro está que uno no sienta vergüenza ni tapujo alguno por la oportunidad del momento. Se puede y se debe ser correcto también en el insulto. De esto sabía mucho el maestro don Francisco de Quevedo, quien le dedicó a su archienemigo Luis de Góngora aquellos célebres versos 'Érase un hombre a una nariz pegado.' para decirle que tenía una tocha considerable.

Señal inequívoca de buena educación es saber responder a los insultos sin rebajarse a la vulgaridad de quien te ofende. Palabras como cretino, merluzo, o qué sé yo... 'robacebollas', pueden ser tan hirientes como las más fuertes, manteniendo además la dignidad impoluta. Aún recuerdo una historieta de mis entrañables Zipi y Zape donde su némesis 'Peloto' les inquiría de esta guisa: ¡Gaznápiro! ¡Mameluco! ¡Así se insulta sí señor! Bien es cierto que los gemelos se las hicieron tragar, literalmente, pero eso es otra divertida historia. Insultar con finura y elegancia es todo un arte del que algunos hacen bandera. He presenciado intercambios de venablos comparables a cualquier espectáculo susceptible de cobrar entrada. Así, frases como «tu presencia entre nosotros es una clara prueba de que realmente Dios tiene sentido del humor» o «tienes menos luces que un cayuco» han conseguido disparar la risa y el jolgorio bastante más que los insultos a los que estamos acostumbrados a diario. No se puede hablar de insultos sin recurrir, claro está, a mi personajes favorito del universo Tintín, el capitán Haddock, con quien me une cierto matiz visceral amén de nuestra pasión por el Loch Lomond, el más dorado y exquisito de los licores de malta. El viejo capitán sigue instruyendo a día de hoy a millones de lectores con una inagotable lista de originales insultos entre los que destacaría por ejemplo 'bebe sin sed', 'vendedores de alfombras', 'ametrallador con babero', 'piratas de carnaval' y, sobe todo, mi favorito 'especie de Bachibozuk', francamente desternillante y genial. El insulto en ocasiones puede ser necesario, oportuno, analgésico, sedativo, descriptivo y desahogante. Intentemos también que sea reflexivo, atractivo, divertido y sobre todo original. Claro que para ello hay que tener tres dedos de frente, y que me lleven los demonios si el 90% de los que insultan en HOY.es no ostentan dos medallas, una por tontos y otra por si se les pierde. Qué gran verdad es aquella de que no ofende quien quiere, sino quien puede. ¡Que el diablo me confunda si miento! Y a los que insultan que tomen buena nota. ¡A ver si nos vamos enterando!

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