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«La única pena es que no puedes vivir decentemente del teatro»
ZONA DE PASO | Francisco Javier Magariño

«La única pena es que no puedes vivir decentemente del teatro»

Desde joven se peleó duramente con la vida para cumplir su aspiración: formarse en la Escuela de Arte Dramático de Madrid

JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ

Sábado, 23 de julio 2011, 13:05

Habla con una voz grave, familiarizada con la cadencia del verso y de la conversación amistosa. Las mañanas las ocupa en su trabajo de laboral fijo en la Subdelegación del Gobierno en Cáceres. Las tardes-noches son de su pasión: el teatro. Actor por encima de todo, desde 1992 dirige también el Festival de Teatro Clásico de Alcántara.

-Se lo habrán preguntado más de una vez, pero ¿para qué sirve el teatro?

-En situaciones absolutamente adormecidas, no sirve para nada. En situaciones de tránsito, de movimiento, de agitación, puede servir incluso para provocar cambios. El teatro ligado a la sociedad del momento puede llegar a producir una revolución, literalmente como si le diésemos la vuelta a un calcetín.

-¿Por qué se hace actor?

-Lo mismo que alguien cuando es niño o jovencito coincide en una pandilla en la que se juega al fútbol, pues de pronto yo me encuentro con una pandilla de amigos que se reúnen para ensayar y poner textos teatrales en escena. Empiezo por amistad con esas ocho o diez personas. Nos metemos en el salón de actos del antiguo edificio de Sindicatos y estando allí descubro que no pasan las horas y que no tengo necesidad de ningún otro tipo de cosas. Por eso llego a la conclusión de que lo mío es formarme, adquirir conocimientos y ser actor.

-¿Quiénes eran los del grupo?

-Pues te podría citar a José María Lopo, Eloísa Marín, Gabriel Tomar, Eduardo Sánchez Corchero y posteriormente, con el grupo Coturnos, Fernando Turégano.

-¿Usted compatibilizó los estudios de arte dramático con otros trabajos?

-Sí, en Madrid. Trabajé de peón de la construcción. Pude hacerlo a través de un primo hermano que trabajaba en una empresa de construcción y me buscó un puesto. Terminabas pronto y te ibas a la escuela. Hice trabajos en albañilería, en calefacción. También estuve cargando camiones en la Martini. Te ibas a las 5 o las 6 de la mañana, cogías dos o tres para empezar a meter cajas en los trailers, liquidabas a las 10 o las 11 de las mañana, te pagaban las doscientas o trescientas pesetas, y hala, después a la Escuela de Arte Dramático.

-Además de visitar las plazas de Cáceres ha actuado en varias de ellas. ¿Qué se siente?

-Sí, desde animaciones en la Plaza Mayor de Cáceres hasta representaciones de obras en San Jorge, San Mateo... Es un poco tópico, pero es real: el hecho de estar en tu casa te obliga en un grado mayor porque es tu gente, son tus paisanos y procuras tener una buena capacidad de comunicación.

-¿Recuerda cuál fue la primera obra en que trabajó?

-Perfectamente. Mi debut como profesional fue en Puertollano con un texto de Martínez Mediero, 'El bebé furioso', con Carmen Rossi, Carmen de la Maza y Pedro Méyer (el que fue locutor y presentador de Televisión), entre otros.

-¿Qué es lo mejor de las giras teatrales por España?

-Lo mejor siempre es la representación. Suponiendo que un viaje haya sido larguísimo por las horas, por los problemas de sueño o por el mal comer por las prisas, todo eso se te olvida cuando llega la representación. Lo mejor es poder participar. Hoy día, con la situación económica que estamos viviendo, lo mejor es organizar una gira, como la que hicimos con 'El hombre almohada', que estuvimos dos temporadas y pico con más de cien representaciones por la región y por ciudades muy importantes de toda España.

-Pero quizás ha dejado de ser una forma de protesta. Ahora es más espectáculo ¿no?

-Es más espectáculo, pero sigue teniendo una parte de cultura. Leía hace poco que se subraya el aspecto cultural y de espectáculo del teatro, pero nos olvidamos que también hay una parte económica, crematística, porque esto también es un negocio y en ese sentido desde luego es más rentable, más inmediato, estar en el callejón, en la plazoleta o delante de la fachada de un edificio.

-Es que ahora los chavales en vez de reunirse para hacer una obra de teatro se reúnen para hacer un vídeo y colgarlo en Youtube. ¿No retrocede el teatro?

-Yo entiendo que no. El teatro ocurre en carne y hueso. Aunque se repita, la función en sí es como una corrida de toros, un hecho que nace y muere en ese momento. Ninguna reproducción es igual a otra.

-Usted ha sido un director de festival continuo y un actor intermitente. ¿Se ve así?

-No. Mi idea era verme como actor. Lo que ocurre es que la vida del actor, como la de cualquier profesión independiente, no es nada fácil. Entonces, bueno, digamos que vía teatro o vía actor, un día se te presenta la oportunidad de convertirte en director o en programador de un festival. Es algo que te sigue vinculando al teatro y eso es lo que me animó a continuar, porque no perdía mi contacto con la escena.

-¿Cuántos años lleva dirigiendo el Festival de Alcántara?

-Me da un poco de vergüenza decirlo: desde el año 1992. Pero que quede claro que a lo largo de toda la trayectoria, por diversas circunstancias, yo he puesto, incluso recientemente -y por favor, que se entienda esto- el 'cargo a disposición'. Porque entendía que habría momentos que sí, momentos que no era necesario o a lo mejor había alguien que pensaba que debía venir otro. Y hasta ahí. Punto. Se me dijo: «No, continúa, tú sigue trabajando, sigue trabajando», y mientras se me pida y pueda echar una mano, pues yo trabajo.

-¿El cambio de signo político tras las últimas elecciones cree que puede afectar a la continuidad del Festival de Alcántara?

-No. Estoy convencido que no. Es que es un festival que lleva 28 años. Ahora bien, que alguien entienda que se le puede dar otro enfoque o que puede haber otro concepto de dirección o de director, pues qué duda cabe. Pero por lo que significa no para la población de Alcántara, sino para toda la comunidad extremeña. Creo que no hay ningún riesgo porque no existe un evento similar.

-¿Cuantas obras ve al cabo del año?

-[Risas]. No todas las que quisiera, pero bastantes. Del Festival de Alcántara, por ejemplo, el noventa por ciento del programa, porque es mi obligación. Alguna a lo mejor no es imprescindible verla porque te envían un vídeo con toda la función en tiempo real. Pero para programar hay que valorar también otros factores como el reparto, la producción, la propuesta de autor, son muchas variables las que intervienen. En número, no sé, unas 15 o 20 obras.

-¿Y a la vista de su experiencia, dónde hay que tener más mano izquierda, sobre el escenario o tratando con la administración?

-[Risas]. Tratando con la administración. Porque hablar con el productor o distribuidor del espectáculo se limita a valorar el momento económico, el reparto, la compañía, si el título ha pasado por otros escenarios, etcétera. Sin embargo, a la administración le tienes que 'vender' y que justificar el proyecto completo.

-¿Es verdad que los actores son caprichosos?

-Es cierto que en general los actores y las actrices son, somos caprichosos. Y a veces piden cosas ligadas a la 'pose'. Parece que la altura de tu estatus 'te obliga a'. Por ejemplo, que el camerino no puede tener unas dimensiones 'menores de' o que entre las dos flores que tiene que haber una debe ser un geranio, por ejemplo, y no puede ser de color rosa ni puede ser de color amarillo... Sigue habiendo ese tipo de cosas, ese tipo de obsesiones y condicionantes.

-Imagine que no tuviera problemas de financiación. ¿Qué programaría?

-Hombre, yo seguiría programando teatro. Por ejemplo algo que en el Festival de Alcántara, por su filosofía cuesta un poco: lo relacionado con el mundo iberoamericano o con Portugal. Si hubiese dinero se podría financiar el vuelo, la compañía y todo eso que vale una pasta.

-¿Cree que Badajoz ha sido más teatrera que Cáceres?

-Creo que ha habido un momento en que se dio esa paradoja, pero me parece que empieza a ser un poco leyenda. Sí es verdad que en los años sesenta, setenta, Badajoz desarrolla mucho el aspecto dramático a partir del Aula Torres Naharro, de la Semana de Teatro, que llega a ser nacional e internacional, el contar con Mérida también es un escaparate impresionante... y es verdad que en Cáceres, por razones físicas, se pierde el único teatro como tal que era el Gran Teatro, sin embargo había cuatro o cinco salas de cine y el teatro queda algo adormecido.

-¿En qué le ha limitado ser funcionario?

-En la capacidad de formación, sobre todo. El actor no debe limitarse solo al momento de la representación. Por ejemplo, los ensayos tienes que hacerlos en función de un horario limitado y no digamos nada ya a la hora de formarte o de viajar para ver determinada obra o espectáculo.

-¿Tiene algún hobby, alguna afición, al margen del teatro?

-No colecciono sellos ni mariposas, y deporte no practico ninguno, salvo caminar. No he sido futbolista, no soy tenista... Pero me defino como un hombre de tertulia. La tertulia me encanta. Y sinceramente, una buena mesa o una buena barra de bar, me encantan. Estar un rato tomando un buen vinito o un aperitivo y charlando de teatro o de fútbol, por ejemplo.

-¿Qué opina de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura?

-En su momento y en las circunstancias de nuestra región, me pareció un proyecto arriesgado. Creo que tiene que existir. Yo me tuve que ir a Madrid, con un esfuerzo tremendo, para formarme. Afortunadamente, ahora si puedes desarrollar los estudios o la formación en tu ciudad, pues menos gastos que tienes. Lo que ocurre es que nada es fácil. Una ESAD, como cualquier facultad o cualquier escuela, implica una dotación importante de fondos y una dotación importante de profesorado que proponga un contenido, un programa, atractivo y que sea rentable. No porque la ESAD tenga que ganar dinero sino porque es más interesante tener un aula con 25 alumnos que con tres. Nos llamó la atención cuando se instaló en Olivenza. Supongo que por razones estratégicas, políticas, no sé, por lo que fuese... Pero es que estaba más cerca del posible alumno portugués que del posible alumno no digo ya cacereño, sino de Navalmoral, de Plasencia o incluso de Badajoz.

-¿El Max ha sido el premio más importante de su carrera?

-Físicamente, desde luego. Hay otros premios que no se materializan, que son personales. Pero qué duda cabe, además es el único que he obtenido y fue colectivo. Fue una sorpresa muy agradable. La verdad es que el trabajo estaba muy currado. Fue 'premio revelación' por la forma en que la compañía y la comunidad que lo estaba presentando asumieron la responsabilidad de ese montaje. La escenografía, la dirección, la luminotecnia, el trabajo actoral eran perfectos, o casi perfectos.

-¿Cree que le ha ganado la partida a la vida? ¿Se arrepiente de muchas cosas?

-No. La única pena es que no puedes vivir, no digo en plan mansión, sino decentemente del teatro. Y sobre todo cuando formas parte de una familia. Pero en un porcentaje importante considero que sí le he ganado la partida a la vida; es decir, he estado haciendo lo que he querido cuando he podido, cuando me han dejado, pero qué duda cabe, eso no tiene precio: ese público aplaudiendo, esas luces encendiéndose, esos movimientos de actores... esa crítica recomendando la obra, es algo que no ocurre todos los días.

-¿Dejaría que un hijo suyo se dedicara al teatro?

-Sí.

-¿Y a la política?

-También. [Risas]. Hombre, son decisiones muy personales. Le preguntaría por qué, si lo tiene claro... Creo que es algo que se va descubriendo con el tiempo. Si se descubre el teatro como yo lo descubrí con la pandilla y se siente muy solidario, muy participativo y asiste a ponencias, pues no tendría inconveniente.

-Dígame una obra literaria que le haya impresionado.

-Lo último que he leído es un texto teatral, además de un autor extremeño, Miguel Murillo, que estuvo programado en la edición correspondiente del festival y es la versión que él ha hecho de 'Solo Hamlet solo'. Y llevado a la escena, porque tuve oportunidad de verlo, el final del texto era todavía más impresionante.

-¿Y una película?

-Pues cualquiera de las últimas de Clint Eastwood como director, por ejemplo, 'Sin perdón'.

-¿Qué le parece la moda de los monólogos de humor?

-Para que haya un hecho teatral es imprescindible que haya un conflicto al estilo clásico, con planteamiento, nudo y desenlace. Y el monologo no lo plantea. Lo que entiendo es que dada la situación del cómico, es una vía más para vivir o subsistir. Lo que pasa es que siempre a esa persona de los monólogos se le ha llamado cómico o humorista, más que actor. Creo que el monólogo es una variable que empieza a estar un poco saturada, algo cargante. Aunque hay auténticos especialistas.

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