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BARQUERITO
Lunes, 1 de agosto 2011, 12:17
De traza muy desigual, pero con cuatro toros de volúmenes muy generosos, la corrida de Palha fue tan aparatosa y tan de pelea como suele. Se empleó con más entrega y son que ninguno el segundo de los seis de envío, que llegó a cobrar hasta tres puyazos en un mismo y solo encuentro con el caballo. Y por los tres boquetes sangraba a modo. Pero cortó y derrotó en banderillas. El diámetro de Azpeitia es tan corto que esperar en banderillas no es índice fiable. El toro vino luego a los engaños de largo y con alegría, y con un punto de brusquedad, pero con la codicia y el recorrido propios de la bravura.
Fue el toro de la tarde. Joao Palha cumplió con su costumbre de echar en Azpeitia un toro de los que encienden la traca. En el momento preciso, porque el que sale de segundo es el que más veces vuelca el sentido de una corrida y una tarde.
Luis Bolívar, que lleva matadas unas cuantas corridas de Palha, pareció adivinar lo que el toro traía nada más verlo soltarse y no se escondió: una larga cambiada de rodillas, dos lances de muchos pies pero buen vuelo, chicuelinas cosidas al mismo saludo y, en fin, el jaleo propio.
Buen oficio
De decisión parecida fue la faena, abierta con un tanteo de buen oficio -el toro dejado en los medios- y lograda en serio en dos tandas con la diestra: la toma primera en viaje largo, gobernados los viajes siguientes, las apreturas o estrechuras en que mejor se acomodó el galope algo desordenado del toro. Una sensación de abundancia. Precisos y habilidosos los toques para reclamar y sujetar al toro, y para saberlo esperar y soltar. No hubo apenas toreo con la mano izquierda, y por ella salió escupido el toro cuando apretó. La banda de música estaba de buenas; el ambiente, calentito; y Bolívar se dejó ir hasta en son festero: el pase de las flores para una tanda breve pero sutil; dos molinetes de entrada; el chisporroteo de un final por reolinas y espaldinas. Y un desplante. Y, en la suerte contraria, una estocada tendida pero con muerte.
Lo que encareció la tarde fue una muy distinguida faena de calidad: la de El Fundi al cuarto de corrida, que, apaisado de cuerna, playero, entrado en carnes anchísimo, sacó aire huidizo y corretón, pegó cornadas al aire en los tres primeros viajes, estuvo de partida por irse, y se dolió de blando -o sea, de manso escupido- en un puyazo trasero y hasta cinco picotazos que no llegaron ni a sangrarlo bien porque se iba sin dejarse meter ni las cuerdas. Casi en silencio, El Fundi le había pegado cinco espléndidos lances de brega que corrigieron un vicio mayor: el toro punteaba. Y otro menor: el de soltarse de engaño. Un detalle de nobleza: Fernando Galindo tropezó cuando bregaba antes de varas, cayó inerme y no hizo por él el toro. El Fundi estuvo al quite como una centella.
Toreo a placer
Y, en fin, a su hora la faena, que fue soberbia por todo: sitio, terrenos, tiempos y temple. Para dominar de primeras la incierta inercia del toro, suaves muletazos arrancados con el pico de la muleta, que tuvieron efecto balsámico; y, luego, sujetado, el toro dejó de protestar al sentirse tan toreado, El Fundi se animó con casi un concierto: despacioso, encajado, descargado, puro reposo, toreó a placer, cara y cadenciosamente con la mano izquierda, ligó el farol con el de pecho, se lució en el toreo cambiado de trinchera, se adornó con el molinete gallista -de salida, y no de entrada- y, claro, el toro parecía otro. Era altísimo de cruz. Dio lo mismo: casi al encuentro El Fundi cobró una estocada casi en la yema. La ilusión con que se fue a la cara del toro hasta verlo rodar pareció de torero nuevo. ¡Obra maestra!
La faena de El Fundi le dio aliento al resto de corrida: muy guerrero el quinto toro, de descompuesta aspereza; no tan proceloso el sexto, que, popa inmensa, metió los riñones sin terminar de darse. Bolívar hizo alardes discretos con el quinto.
Paco Ureña, contagiosa ilusión, los nervios sujetos, intenciones puristas, le pegó al sexto en los medios una estocada extraordinaria. Y antes de que estallara toda la fiesta -los toros echaban humo y eso aquí conmueve-, un primero de corrida, amoruchado, apalancado, rebrincado y con genio, y El Fundi lo manejó con voces de autoridad y muletazos de gobierno.
El tercer palha, cinqueño pero el más justo de los seis, acusó los efectos de un puyazo trasero, arreó después y, aunque humilló, fue toro celoso y buscaba al salir de suerte. No sencillo. Le perdió pasos Paco Ureña, pero ni volvió la cara ni se la perdió. Un poco irregular el negocio.
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