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CELESTINO J. VINAGRE
Sábado, 13 de agosto 2011, 02:56
Como en una sala de cine, al más puro sistema Cinemascope. Con la palabra relegada a un protagonismo secundario en beneficio de una escenografía que habla y una tragedia más luctuosa que nunca. Un reparto bueno pero que mejorará seguramente con el paso de las funciones y una Blanca Portillo descomunal en sólo ocho minutos de interpretación que reviven el montaje. Este es el resumen de 'Antígona', el imperecedero texto de Sófocles que el mexicano Mauricio García Lozano, con versión de Ernesto Caballero, ha moldeado como apuesta más sugerente de un Festival en el que su directora deja el despacho para bajar a la arena, como actriz, en un sublime ejercicio de solvencia profesional y desagravio hacia su papel de gestora de la cita grecolatina.
En la memoria del espectador esta Antígona de tumbas metafóricas y de agua, de tenebrosidad luminosa y músicas de bandas sonoras dejará un poso de historia apocalíptica bien resuelta, impactante por momentos, demasiado barroca en otros, en los que los personajes (Antígona, su hermana Ismene, Creonte el gobernante y el viejo adivino- hechicero Tiresias) se reinterpretan al servicio de un juego plástico de uno de los directores latinoamericanos con mayor predicamento en la actualidad.
García Lozano ha oscultado cada rincón del Teatro emeritense para obtener su lado perfecto, su luz en plena noche y para hacer del simbolismo algo habitual y no ocasional durante todo el montaje, con la ayuda inestimable de los dos coros, masculino y femenino.
Actores
Hace todo eso, y lo hace bien, respetando y aprovechando el monumento, aunque más de uno agradecería disfrutar durante más tiempo de la magia de la palabra, de su belleza en lugar de la hermosura de la puesta en escena, y del dominio de la interpretación porque, sobre todo en la primera parte del montaje, los actores resultan absorbidos por la plasticidad. Tanto que pareciera que García Lozano se ha desfondado en todos los aspectos de su propuesta menos en el interpretativo. Por decirlo de manera coloquial, en el terreno actoral se ha dejado ir, no se ha implicado tanto.
Así se percibió durante el estreno de 'Antígona', ante 2.600 espectadores, en una noche en la que las piedras del Teatro Romano hervían mientras, en el escenario, los actores trataban de lograr el equilibrio entre lo que deseaba su director y lo que les pedía el cuerpo. La vasca Marta Etura, con un Goya en su mochila, convence en su papel de heroína rebelde, a pesar de que su fragilidad física indica que, en cualquier momento, va a ser engullida por las circunstancias.
Mientras, el extremeño Antonio Gil, afincado en Londres y que trabaja con directores como Peter Brook, asume con brillantez el papel de un Creonte intransigente y atormentado. Y otro autóctono, Alberto Amarilla, se muestra muy aseado en su debú en Mérida.
Con todo, el sentido plástico del montaje de Lozano casi coloca en segundo plano el trabajo de los actores hasta que llega Tiresias de Mérida. Así se puede llamar a una Blanca Portillo extraordinaria en un papel breve pero clave desde el punto de vista del significado de la obra como desde la valoración global del reparto. Con tanta rabia como dureza, con una facilidad pasmosa, la actriz-directora del Festival hasta noviembre, se da un gustazo profesional y se lo brinda al público.
Es algo que permanecerá en el recuerdo de esta Antígona explosiva, angustiosa, hecha a base de luz e imágenes, gestual y sonoramente sobrecogedora que enseña el rostro peliculero del Teatro Romano.
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