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Fátima Carnedero, junto al mostrador de su negocio en Carolina Coronado. :: C. M.
Las tiendas de barrio solo logran sobrevivir con el 'horario chino'
BADAJOZ

Las tiendas de barrio solo logran sobrevivir con el 'horario chino'

Abren todos los días del año desde primera hora de la mañana hasta casi la medianoche

ANTONIO GILGADO

Sábado, 19 de noviembre 2011, 01:30

Fátima Carnedero, María García y Manuela Martín no hablan chino, no les gusta la comida china y nunca se han sentido atraídas por la cultura del gigante asiático, pero, sin saberlo, han adaptado sus negocios al que llevan los empresarios chinos, especializados en alargar los horarios comerciales hasta convertir la tienda en algo casi permanentemente abierto.

Sus maratonianas jornadas detrás del mostrador es la única alternativa que tienen para sobrevivir. Los alquileres, los impuestos y el escaso margen de beneficio que dejan los artículos que venden sólo se puede remontar a base de acumular horas y horas. Empiezan por la mañana vendiendo bollycaos y zumos a los niños que van al colegio y terminan a media noche con las litronas o las barras de pan para los más rezagado a la hora de cenar.

Cuando María dice que pasa en su tienda todo el día no incurre en ninguna exageración. Su negocio de San Roque abre de nueve de la mañana a once de la noche y despacha desde yogures o fruta hasta pizzas congeladas. No tiene tiempo para ir a comer a casa, así que su hija se encarga de acercarle algo para picar detrás del mostrador.

En realidad estos supermercados de salón no tienen un horario fijo, pero quienes los regentan tratan de sacar provecho cuando cierran las grandes superficies. Les compensa, por ejemplo, abrir los domingos porque ese día nadie va al supermercado y el que necesita algo se ajusta a lo que ofrecen tiendas como la de María. Solo vende una marca de leche, pero si alguien no tiene para desayunar, puede perfectamente hacer acopio de dulces, cruasanes y pan de molde.

Lo mismo ocurre a partir de las nueve de la noche los días de diario. A esa hora se convierten en el socorrido punto de venta para la cena. María cuenta que en verano le pueden dar las doce cerrando las puertas de su local. A esa hora todavía se venden algunas litronas y helados.

Ahora anda preocupada por los efectos del traslado del mercadillo de los domingos. Por su puerta pasaban muchos compradores que iban hasta Suerte de Saavedra, pero desde que se trasladó al Nevero, sus ventas de domingo han caído en más de 200 euros. Todo un zarpazo en su línea de flotación porque las cuentas andan ya de por si muy ajustadas y tropiezos como este pueden pueden dar la puntilla.

Cuando empieza sumar sus gastos fijos al mes - 600 euros de alquiler, 400 de autónomo, luz, agua, liquidación de IVA- y de media le salen más de 1.500 euros, se entiende por qué le influye tanto que ahora los domingos la gente vaya en coche al El Nevero.

A pesar de todos los problemas, al final de mes le quedarán poco más de 600 euros de beneficio. Estos seiscientos euros se han ganado trabajando doce horas durante todos los días. Prefiere no calcular a cuánto le sale cada hora que pasa en la tienda porque le resultaría demasiado deprimente y ahora precisamente no anda sobradas de ánimo para seguir. El balance personal tiene ya tiene mucho borrones. Cuenta que no pudo estar con su hija cuando nació su nieto, que apenas ve a su familia o que cuando tiene algún conocido enfermo no puede visitarlo. Su último día libre fue en la comunión de su nieto hace ya dos años.

Además de aprovechar la horquilla vacía que dejan los grandes supermercados, este tipo de establecimientos también se adaptan a las peculiaridades del barrio donde se instalan. Aprovechan el tirón de un colegio cercano, de una academia o de un gimnasio por público que arrastran.

Ocho años

Manuela Martín lleva ocho años con su ultramarino de poco más de cuarenta metros cuadrados en la plaza de San Andrés. Ella cierra a mediodía, pero abre de ocho y media a tres y de seis a diez. Por la mañana madruga porque tiene cerca un colegio y en el paso de los niños siempre se venden algunos zumos y dulces. A mediodía aguanta hasta las tres y media porque a las sabe que muchos clientes salen de trabajar a las dos y a esa hora todavía no han comprado el pan.

Sus cuentas son igualmente ajustadas y sabe que cerrando a las dos y a las ocho por la tarde y no abriendo los domingos, terminaría abandonando la aventura.

Como todos, también han notado el desplome del consumo por la crisis. Dice que quien antes se llevaba dos «bollycaos» ahora se lleva uno y los niños ya no tienen tanto dinero para gastar en chucherías.

En ocho años tampoco ha tenido ni un solo día libre y como le ocurre a María, también necesita echar mano de su hija para que le sustituya cuando tiene que cumplir con alguna obligación.

Sus cuentas son igualmente escasas. El año pasado tuvo que despedir a una chica que tenía contratada a media jornada porque ya no podía seguir pagando un sueldo. Su secreto pasa por tener tener mucha variedad de artículos. Además del pan, en sus estanterías hay dulces caseros, bollería industrial, legumbres, embutidos, detergentes y hasta una máquina de tabaco que ha tenido que precintar porque la nueva normativa le impide expenderlo en el mismo espacio que los alimentos. Todavía le dura el enfado porque se tuvo que gastar más de 600 euros en el mando para restringir el acceso a los menores y a los pocos meses le comunicaran que ya no podía seguir vendiendo.

Su cuenta de gastos no envidia a las de su compañera de San Roque. Paga 300 euros más IVA de alquiler, otros tantos de seguridad social por autónomo y a esto hay que sumar la luz y el agua, que en algunos casos, por los motores de los frigoríficos y el aire acondicionado, pueden llegar a los 500 euros.

«Sobrevivir ya es un milagro», sentencia cuando termina de echar la cuenta. Lo mismo opina Fátima Carnedero. Su negocio se encuentra en Carolina Coronado y tiene el mismo horario. Fátima dice que si le saliera un trabajo cerraba la tienda porque le saldría más rentable. Ella ha reconvertido su tienda en una bocadillería donde también se pueden pedir perritos calientes. Se trata de sobrevivir.

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