BEBE

No encontraréis en esta columna alusión alguna a los comentarios que estos últimos días llenan las redes sociales, enjuiciando toda una trayectoria artística por una respuesta a una periodista. Ya los hice y enredados quedaron. Lo que os voy a contar tiene que ver con su música y mis recuerdos.

La primera imagen es de una Bebe que salía del instituto Zurbarán cargando con su guitarra, yendo a «La cabeza del toro» donde los rockeros «Inlavables» vaticinaban que la Niña prometía.

Y prometió que lo intentaría. Madrid, estudiar, currar, escuela de teatro, esta maqueta no vale nada, papelito de guardia civil, muchas discográficas que cierran sus puertas hasta que una la abre al éxito.

Segundo recuerdo, Ibiza, miles de personas coreando su nombre, cantando sus temas, y yo sin palabras. Ninguna mujer, cantante, se había atrevido antes a gritarles a los hombres malos que no se mata a quien se quiere. Ni a las mujeres que el mundo es solo para nosotras cuando lo descubrimos. Que nuestras llanuras, esas que se juntan con el cielo, son únicas para descansar. Y que no tenemos que llorar más, sino buscarnos y encontrarnos en esa isla particular que cada uno encuentra en sus propios trozos de recuerdos. Sí, le da igual lo que de ella quieran pensar, porque lo que desea es que se escuche su música.

De manera que siéntate en un lugar soleado de diciembre, ese que da gustito cuando el sol calienta tu espalda y pon sus canciones, sin interferencias. Si te reconoces en la chica del Sur que no le importó que su chico fuera del Norte, si te fuiste para volver siendo tú mismo, si tuviste un mar, unos pinos, entonces te habrás dejado K.E.R.E.R, y te importará un carajo lo que digan los críticos.

Mi último recuerdo, compartido con todos los amigos de Badajoz que fuimos a Lisboa en el puente constitucional, un teatro lleno y sus ultimas canciones. El resto de recuerdos, solo nuestros.