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BORJA OLAIZOLA
Miércoles, 4 de abril 2012, 02:13
Muy complicado. Esa es la respuesta que dan los especialistas a la pregunta de si creen que será posible localizar a los autores del fuego que el fin de semana ha devorado un millar de hectáreas de arbolado del parque natural de As Fragas do Eume, en A Coruña. O de los dieciséis incendios que han quemado el interior de Cantabria o de los más de sesenta registrados en Asturias. No es que los expertos conozcan más detalles que los investigadores que buscan pistas sobre los terrenos calcinados, sino que son conscientes de las limitaciones que existen a la hora de poner nombre y apellido a los incendios forestales. Según datos de Ecologistas en Acción, el 95% de ellos tiene su origen en causas humanas, pero sólo el 0,1% de sus responsables acaba siendo juzgado. «Demostrar ante un tribunal la autoría de un fuego es tremendamente difícil, entre otras cosas porque las llamas se suelen llevar por delante la mayor parte de las pruebas», reflexiona Pablo Gárriz, presidente de la Asociación Española de la Lucha Contra el Fuego (Aself), que agrupa a profesionales de los servicios de extinción de incendios del país.
Pese a la mala racha del primer trimestre de 2012, propiciada por un invierno excepcionalmente seco, los montes españoles están más a salvo que nunca de las llamas. Un informe de Greenpeace del pasado mes de agosto hablaba de un descenso del número de incendios y de las superficies quemadas. La organización ecologista, por lo común muy crítica, reconocía que «el trabajo de varias décadas contra el fuego ha dado sus frutos». Citaba en concreto medidas como la creación de la Fiscalía de Medio Ambiente, la reforma del Código Penal que contempla penas de hasta 20 años de prisión por incendio forestal o la modificación de la Ley de Montes que impide recalificaciones de los terrenos quemados en 30 años. «En los cinco últimos años ha bajado la cifra de incendios y eso indica que vamos en el buen camino», opina Miguel Ángel Soto, de Bosques de Greenpeace.
Pero el fuego sigue causando estragos en la foresta, especialmente en Galicia, donde se localizan más de la mitad de los 18.000 incendios que se contabilizan anualmente en España. «Es una comunidad donde el fuego ha sido históricamente un recurso más para expresar reticencias o, simple y llanamente, como instrumento de presión», reflexiona el técnico de Greenpeace. Nadie se atreve aún a aventurar una hipótesis más o menos sólida sobre lo ocurrido el fin de semana en el parque natural de As Fragas, aunque se han abierto paso especulaciones en la línea de que podría ser una maniobra para explotar una mina situada en las lindes de la zona protegida o una simple 'protesta' de alguien en desacuerdo con la protección que tiene el área.
Fuego por amor
Si algo le han enseñado a Pablo Gárriz sus dos décadas de lucha contra el fuego es que las especulaciones conducen a un callejón sin salida. Y adorna su reflexión con un ejemplo singular: «Hubo un tiempo en que en Tarragona se producían incendios con una regularidad que hacía pensar que eran provocados. Unos decían que si era para propiciar una recalificación y otros hablaban de una venganza, pero cuando se detuvo al culpable se demostró que todo era mucho más simple: se trataba del amante de la mujer de un bombero que formaba parte de un retén de voluntarios y cada vez que quería estar con ella provocaba un fuego para quitarse del medio al marido».
La mayor parte de los incendios se producen por razones menos ardientes. Un informe de Ecologistas en Acción las reparte de la siguiente forma: quemas agrícolas (21,5%), quemas para la obtención de pasto (16,3%), quemas de matorral (3,7%) y fuegos producidos por motores o máquinas (3,2%). En la parte de abajo de la lista aparecen los pirómanos, personas que padecen una alteración mental y a los que se atribuye el 3% de los incendios forestales. La piromanía es una dolencia que tiene su propio diagnóstico y que los especialistas incluyen entre los trastornos del control de los impulsos. «Es una patología muy poco frecuente, en una línea similar a la cleptomanía o la ludopatía, que suele aparecer asociada a otros trastornos como el alcoholismo», detalla el psiquiatra Imanol Querejeta. El especialista explica que los pirómanos se sienten fascinados por los incendios. «El fuego les pone tanto que uno de sus rasgos más característicos es que ayuden a apagar los incendios que ellos mismos provocan o que incluso tengan trabajos relacionados con los bomberos».
La frontera entre el auténtico pirómano y el incendiario no está clara, entre otras cosas porque la mayor parte de los que son capturados con el mechero en la mano alegan que padecen trastornos psicológicos para aminorar posibles consecuencias penales. «No hay tantos pirómanos como se podría deducir de la estadística de incendios intencionados», concluye un informe que hizo Greenpeace en 2007 trazando un perfil de los que queman el bosque en España. «Una parte importante de los incendios atribuidos a pirómanos -aclara el estudio- son en realidad obra de individuos con comportamientos asociales y conflictivos que tienen antecedentes delictivos. Lo que les mueve no es un trastorno mental, sino que utilizan el fuego para una mezcla de venganza, rabia o llamada de atención».
A los especialistas, en realidad, sólo les viene a la memoria un caso que encajaría de lleno en lo que los manuales de psiquiatría definen como pirómano. Lo recuerda Pablo Gárriz, que además de presidente de los bomberos españoles es director de emergencias de Ibiza y Formentera. «Se trataba de un chaval de Ibiza que solía avisar a los bomberos cuando había un incendio y que luego siempre les echaba una mano en las labores de extinción. Un día les condujo al foco de uno de los fuegos más importantes de la isla y eso despertó las sospechas de la Guardia Civil, a la que terminó confesando que lo había provocado él. Un tribunal de menores le condenó por indicación del psiquiatra que le trataba entonces a colaborar como miembro de un retén forestal en las tareas de extinción de incendios».
El episodio ocurrió a mediados de la década de los ochenta y el menor, de 17 años, no tardó en ser bautizado como 'Pepito el Pirómano'. «Estaba solo en casa escuchando discos cuando me vino la idea, me fui al monte y le pegué fuego», explicó en su día a los agentes que investigaron el caso. En declaraciones a los periodistas también confesó: «Lo pasé muy mal y al final les dije todo porque no podía aguantar más. Esto es como una droga; te empiezas a pinchar y ya no puedes estar sin ello». Pepito, que en realidad se llama José Ferrer, está hoy plenamente rehabilitado y sigue colaborando como voluntario con la agrupación de Protección Civil de su pueblo.
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