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CARLOS BENITO
Lunes, 23 de abril 2012, 02:09
Desde estos tiempos saciados de entretenimiento, resulta difícil concebir lo que significaba la llegada de un teatro ambulante a los pueblos y pequeñas capitales de provincia de los años 40 o 50. Hablamos del siglo pasado, claro, cuando la posguerra había racionado las alegrías e intentaba censurar hasta la imaginación. En aquella España que recreamos inevitablemente en blanco y negro, las carpas de estos espectáculos contenían un derroche de colores y brillos, una especie de paraíso popular que combinaba música, circo, humor y, cómo no, picardía, ese juego de insinuaciones y dobles sentidos que suele servir de escape erótico a las sociedades reprimidas. Allí dentro había mujeres alegremente semidesnudas, envueltas en plumas y lentejuelas, que bailaban sin inhibiciones y se atrevían a provocar al acalorado machito ibérico. Y, de entre todas ellas, un nombre servía para sintetizar aquel mundo de carnalidad y pecado: Manolita Chen, la reina del Teatro Chino, cuya máxima era «piernas, mujeres y cómicos para todos ustedes, simpático público».
Manolita era su nombre: Manuela Fernández Pérez, nacida en abril de 1927 en el barrio madrileño de Puente de Vallecas, hija de un conquense empleado en las gaseosas La Revoltosa y de una gallega que había emigrado de criada a la capital. Pero Chen también era su apellido real, por matrimonio, y ahí está una de las claves de una vida que no tardó en apartarse de todos los cánones de la época. Porque la adolescente Manolita entró a trabajar como bailarina en el mítico Teatro-Circo Price y allí conoció a Chen Tse-Ping, un lanzador de cuchillos chino del que se rumoreó -falsamente- que había matado a su primera mujer en una velada de mala puntería. Chen, a quien rebautizaron castizamente como Chepín, había vivido en Francia y Alemania y formaba parte de la vistosa troupe Chekiang, «los hijos del Celeste Imperio», un conjunto de acróbatas y malabaristas con acompañamiento de música chinesca. En su elenco figuraban fenómenos como Chen Yu-Ping, hermano de Chepín, cuya especialidad era colgarse del pelo: en Valencia todavía habrá quien recuerde aquella vez que hizo su número en lo alto de un edificio de la actual plaza del Ayuntamiento.
Manolita no tardó en enamorarse de Chepín. «Cuando yo vi a ese hombre con ese cuerpo bailando los doce platillos y haciendo juegos orientales, me volví loca. Me encantaba cómo me besaba», recuerda Manolita, que recibirá esta misma tarde en Baza (Granada) el premio 'Toda una vida'. La vedette, un poco olvidada en las últimas décadas, ha sido 'rescatada' para el público por el libro 'El teatro chino de Manolita Chen', un detallado repaso a su trayectoria y al mundo de los teatros portátiles, al que se sumará próximamente un documental rodado por Televisión Española. «Manolita es un mito que en su época provocaba un auténtico paroxismo. Todo el mundo se volcaba, tenían que dar hasta ocho funciones diarias», recuerda el autor del volumen, Juan José Montijano Ruiz, profesor de la Universidad de Granada y especialista en teatro frívolo español.
La llamativa pareja se casó en 1944: él tenía 41 años y ella, 17. La jovencísima bailarina se metamorfoseó en Manolita Chen y se incorporó a la troupe Chekiang, uno de esos nombres fabulosos que convertían los programas de espectáculos de la época en nutritivo alimento para la fantasía: los chinos compartían escenario con los Olwar's, «excéntricos del trapecio»; con los caballos andaluces del profesor señor Manzano, con los siete tigres del Sahara, con los perritos sabios del profesor Sentis, con los «equilibristas antipodistas» del Trío Olimpia, con la bella caballista Adelina, con la muñeca asiática Merceditas Díaz o, en fin, con el eterno Tony Leblanc. Y de ahí surgió en 1950 el Teatro Chino, el gran proyecto empresarial de Chepín, en el que Manolita abandonó las tareas secundarias -como colocarse ante los cuchillos de su marido, un cometido que la aterraba- y ascendió primero a vedette y luego a mito. «Manolita era la locura», resume en el libro Fernando Esteso, uno de los incontables artistas que trabajaron en el espectáculo.
«Yo salía muy guapa y tenía un buen cuerpo. Fui una de las primeras vedettes que se operaron el pecho», explica Manolita, que era una maestra del juego voluptuoso, experta en cargar de tensión sexual sus chotis y sus pasodobles. El Teatro Chino destacó entre su competencia, precisamente, por el atrevimiento a la hora de explotar el erotismo, lo que hizo de su propietario un pionero del destape. «Chen Tse-Ping supo dar ese 'poco más' que el resto no tenía. Frente a las grandes revistas del Lido, trasposición de las que acogían los teatros de Madrid, el Chino siempre iba un poco más allá», describe Montijano Ruiz. Entre sus admiradores se contaba el cómico inglés Benny Hill, uno de los grandes expertos mundiales en el negocio de destapar piel femenina, que en alguna ocasión describió el Teatro Chino como «un espectáculo fabuloso».
Luz roja, medias negras
Los artistas se veían obligados a librar una pelea cabezona con los censores, clasificados en dos tipos: unos reclamaban una función especial para ellos y otros se presentaban de improviso en el espectáculo, aunque era raro que ninguno llegase a ver el show en todo su alcance tentador. Cuando acudían por sorpresa, una bombilla roja alertaba de su presencia y las piernas de las bailarinas se cubrían en un momento de tupidas medias negras. Los censores siempre exigían pezoneras, muslos tapados, incluso prohibían palabras equívocas como 'cachondeo', pero después Chepín se las arreglaba para colar en su programa un 'striptease' de evidentes resonancias lésbicas.
La osadía fue a más con la desaparición de la censura, pero también se diluyó ese contraste marcado entre lo que ocurría al cobijo de la carpa y el resto de la sociedad. Llegó el declive de estos espectáculos, que en el caso de Manolita Chen tuvo un componente inesperado, casi inconcebible si se contempla desde la actualidad. Ya en 1962, un rival celoso de su éxito había creado otro Teatro Chino, obligando a Chepín a rebautizar el suyo con el nombre completo de Teatro Chino Manolita Chen, pero la deslealtad llegó al extremo en los 80, cuando la competencia empezó a anunciar a un travesti como Manolita Cheng. Se trataba de Manuel Saborido, un gaditano que había tenido éxito en el Paralelo barcelonés con el nombre artístico de La Bella Elena, y que en tiempos más recientes ha aparecido profusamente en los medios por su pionera adopción de una niña y por acusaciones de tráfico de drogas. En aquellas noticias se le identificaba siempre como Manolita Chen, famosa artista, y la memoria colectiva acabó combinando ambas identidades en un 'frankenstein' extraño, con la carrera de la auténtica Manolita y la identidad sexual y los problemas con la ley de la falsa.
El Teatro Chino se desmanteló para siempre en 1986, Chepín murió en 1997 y Manolita Chen, la vedette y empresaria que simbolizaba la era dorada de los espectáculos ambulantes, ha quedado como un personaje remoto y confuso, envuelto en injustas sombras. También cuando la carpa se marchaba de una ciudad, con esa facilidad pasmosa de los feriantes para plegar un universo entero en unas pocas horas, quedaba la sensación de que todo había sido un sueño, un espejismo en el descampado.
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