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¿Qué ha pasado hoy, 9 de marzo, en Extremadura?
A la izquierda, Adrián González, exalcalde de Plasenzuela. A la derecha, Paqui Iglesias, la nueva regidora. :: LORENZO CORDERO
Ascenso y caída de Plasenzuela
REGIONAL

Ascenso y caída de Plasenzuela

Deuda y corrupción han hecho que el municipio pase de ser una fábrica de empleos a no tener dinero para pagar la luz de la biblioteca municipal La dimisión de su alcalde, un ganadero metido a político, es el penúltimo episodio en la convulsa historia política reciente del pueblo

PPLL

Jueves, 12 de julio 2012, 02:12

Adrián González López, nacido en Cáceres hace 48 años pero «de Plasenzuela de toda la vida», casado, padre de tres hijos, ganadero con pinta de ganadero, es el primer alcalde español que se declara públicamente vencido por la crisis y la corrupción.

La deuda municipal, la presión, el hastío, la familia y las noches de insomnio le han llevado a tirar la toalla, un gesto inusual que ayer tomó sello de oficialidad, con la celebración de un pleno que reunió en el pueblo a más periodistas de los que han parado allí desde que el municipio existe.

El episodio de ayer tarde, la despedida del alcalde, es el último capítulo, el final más o menos anunciado de una historia que parece novelada pero es tan verídica como que Plasenzuela (507 habitantes censados, a 38 kilómetros de Cáceres en dirección a Trujillo) identifica al mayor caso de corrupción política que se conoce en Extremadura. Entre administración, particulares y bancos o cajas, el Ayuntamiento debe más de 3,2 millones de euros. Es decir, que si se hiciera una colecta ciudadana, tocarían a más de 6.000 euros por vecino. En cifras redondas, el Consistorio adeuda dos millones de euros a la Seguridad Social, 200.000 euros a Hacienda y 660.000 a entidades financieras.

En concreto, tiene un crédito con Caja de Extremadura, otro con el Banco Santander y un tercero con La Caixa. La puntilla, lo que ha terminado de convencer a Adrián González para bajar los brazos, son los 378.000 euros que debía a proveedores, y que tras el plan aprobado por el Gobierno, ahora debe pagar al Estado. En un plazo de diez años y a un interés del 5,9 por ciento, o sea, unos 4.000 euros al mes, añadidos a los 10.5000 que ya salen de los bolsillos municipales cada mes para ir saldando la deuda contraída.

Tal es la situación que a día de hoy, al Ayuntamiento solo le quedan tres propiedades que no están hipotecadas o embargadas: el edificio consistorial, el cementerio y la casa de cultura. En ella está la biblioteca, con sus ordenadores inutilizados porque no hay dinero para pagar la luz.

Un panorama ante el que Adrián, más acostumbrado a las faenas del campo que a ir descubriendo facturas por los cajones, se declara impotente. «Es una presión tremenda. Estoy muy cansado, muy agobiado», acierta a decir el hombre, que presentó su renuncia el 3 de julio y ha seguido ejerciendo en funciones hasta las ocho de la tarde de ayer, cuando cedió su puesto a Paqui Iglesias, del PP.

«Le hago la ola»

«Si consigue levantar lo que hay en este Ayuntamiento, yo le hago la ola», dice Adrián, que se ha quitado de encima el lastre que le había cambiado la vida. «Llevo cinco años sin salir del pueblo más que para ir a Mérida, a Cáceres o a Madrid, a reuniones, a papeleos, en cinco años no he pisado la playa», asegura un hombre atribulado, que se expresa con la campechanía propia de quien es: un ganadero metido a político.

«El campo es mi verdadera profesión», reconoce el ya exalcalde, que tiene una finca de cuatro hectáreas en el pueblo. Allí atiende a 260 cabras de ordeño. Ellas son las que le obligan a seguir idéntica rutina de lunes a domingo desde hace décadas. «Me levanto a las seis, voy a atender a las cabras y luego al Ayuntamiento -relata-, y algunos días, si estamos en temporada alta o tengo que hacer algún viaje para algún asunto del pueblo, me levanto a las tres de la mañana, voy a poner a los animales la máquina de ordeñar y luego cojo el coche».

De esas 260 cabras que no entienden de horarios laborales ni pagas extras de Navidad ni días de asuntos propios ni 'moscosos', obtiene la materia prima que vende a una quesería de Botija. Lo que gana en ese negocio, más el rendimiento de «algunas vacas» y los 900 euros mensuales que afirma tener como sueldo de alcalde constituyen su salario. «Ahora -apunta-, al dejarlo, tendré que buscarme la vida: en la construcción o en lo que sea». Es decir, le toca volver a lo que hizo durante aquellos cinco años de juventud en los que vivió en Madrid. Allí trabajó en una fábrica de cristales y en una constructora, hasta que volvió a su pueblo y acabó metiéndose en política. Le reclutó José Villegas, alcalde socialista de Plasenzuela de 1997 a 2008, y actualmente pendiente de juicio.

Según la investigación realizada por la Brigada de Delitos Económicos y Monetarios de la Policía Nacional, ayudada por la comisaría de Cáceres, lo que Villegas hacía en su pueblo no figurará en los manuales de ingeniería de la corrupción política. Los agentes constataron que el Ayuntamiento contrataba y pagaba la Seguridad Social a vecinos que no trabajaban en nada, para así poder cobrar después el paro o una pensión de jubilación.

Está por demostrar lo que se sospecha: que a cambio, algunos 'tololos' -como suelen llamarse a sí mismo los plasenzuelanos- daban dinero al Ayuntamiento, que ya había cogido la costumbre de no pagar la Seguridad Social. Hace dos años y medio, la directora del INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social) en la provincia de Cáceres declaró públicamente que les había sorprendida «el anormal volumen de cuotas» que debía pagar el Consistorio, con un número de funcionarios municipales del todo impropio para un pueblo de medio millar de habitantes.

Al conocerse el caso, más de uno encontró explicación al milagro de Plasenzuela, que durante años fue conocido como el pueblo sin paro (la tasa de desempleo era de un raquítico cuatro por ciento a finales de los noventa). El ayuntamiento ejemplar, el espejo en el que debían mirarse otros municipios, resultaba ser una patraña.

Fue de los primeros en Extremadura que tuvo residencia de ancianos municipal. Y se colgó el cartel de pionero con varias iniciativas empresariales de las que hoy no queda huella. Cinco vecinos trabajaban en la granja avícola 'La huella verde', en la que había 5.000 gallinas que ponían 4.000 huevos diarios. El Ayuntamiento abrió una guardería pública, formó a ocho trabajadores para que constituyeran una cooperativa alfarera e impulsó otra textil, en la que quince mujeres surtían de ropa a varias empresas, entre ellas El Corte Inglés.

Los vecinos empezaron a olerse algo raro a inicios del año 2008, cuando dimitieron dos concejales del PSOE, las siglas del alcalde, que meses más tarde también se marchó, obligado por la dirección del partido. Adrián González, que abandonó el PSOE y formó una agrupación electoral independiente, cuenta que al poco de sustituir a Villegas empezó a ver cosas tan raras que acabó denunciando el asunto ante la Fiscalía. Se topó con una factura telefónica de 1.157 euros en llamadas a Brasil. Y con unos extraños pagos a la médico y la enfermera del centro de salud, que reconocieron ante el juez que el Ayuntamiento les pagaba cada mes -según quedó acreditado, al menos de 1997 a 2007- por cuidar de la salud de los ancianos de la residencia.

Denuncia, trampa, corrupción, juzgado, dimisión. Hace tiempo que estas palabras forman parte de las conversaciones de bar en Plasenzuela. La última vez que se habló del pueblo para bien fue porque unos investigadores localizaron por allí una extraordinaria población de alacranes Bhutus Ibericus, una especie muy difícil de hallar en España. Aquello fue en el año 2005. Desde entonces, lo único noticioso que ha aparecido en el pueblo son facturas. Que le pregunten a Adrián.

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