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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Domingo, 5 de agosto 2012, 12:21
Hermann Hesse murió hace medio siglo, el 9 de agosto de 1962, en su casa de Montagnola, la villa suiza donde pasó la segunda mitad de su vida. Tenía 85 años. El escritor fue enterrado en el cementerio de San Abbondio, cerca de la tumba de su amigo y biógrafo Hugo Ball. Su lápida es una sencilla losa de piedra oculta por un manto de flores. Hesse había ganado el Nobel de Literatura en 1946 y había influido decisivamente en las letras alemanas de entreguerras. Su ascendente tenía que ver con lo puramente artístico -se le consideraba un maestro del idioma- y también una referencia moral. Hesse comenzó representando la ruptura de los jóvenes con las férreas estructuras de la Alemania imperial y terminó erigiéndose en un solitario símbolo de la Alemania contraria al nazismo.
Humanista, crítico con el devenir de la civilización occidental y profundamente espiritual, Hesse defendió la concordia entre los pueblos mientras la vieja Europa decidía añadirle nuevas significaciones a la idea de matanza. «No reniego del patriotismo», dijo en una ocasión, «pero primeramente soy un ser humano, y cuando ambas cosas son incompatibles, siempre le doy la razón al ser humano».
Tras la Segunda Guerra Mundial, su figura se agigantó. Junto a intelectuales como Thomas Mann o Bertold Brecht, pasó a representar esa otra Alemania que también había sido aplastada por el nazismo: la Alemania de la cultura, la belleza y cierta ensoñación intimista y romántica.
Thomas Mann, que influyó notablemente para que le otorgasen a Hesse el Premio Nobel, quiso ver en su amigo una oportunidad de que el mundo, a la hora de pensar en un alemán, se olvidase de Göring y recordase al Hermann correcto: «Porque no hay nada más alemán que el poeta Herman Hesse y la obra de su vida; nada más alemán en el sentido antiguo, alegre, libre y espiritual, a lo que el calificativo de alemán debe su mejor fama y la simpatía de la humanidad».
Vietnam
Sin embargo, la fama de Hesse se hizo realmente planetaria tras su muerte, cuando la juventud de los años sesenta adoptó libros como 'Siddarha' y 'El lobo estepario' como guías de viaje. No deja de ser llamativo que Hesse -un austero hombre de letras alemán educado en la época del káiser Guillermo- pasase a ser un ídolo de la contracultura. A favor de Hesse hay que decir que en la puerta de su casa de Montagnola había un cartel que prohibía las visitas y que en su día calificó el Premio Nobel como «un jaleo tremendo». Su salto al estrellato literario, además de póstumo, fue bastante involuntario.
Sucedió, además, de un modo repentino y en un país lejano, los Estados Unidos, donde ni siquiera el Nobel le había convertido en un autor popular.
En 1962 el 'New York Times' publicó un artículo sobre la muerte de Hesse en el que calificaba sus libros como «inaccesibles» para el público americano. Se sabe que por entonces Henry Miller intentaba sin éxito que alguna editorial americana editase con interés y rigor los libros del alemán. Siete años después, la edición de bolsillo de 'El lobo estepario' estaba vendiendo en los Estados Unidos trescientos mil ejemplares mensuales.
La chispa que encendió el polvorín de la devoción por Hesse fue la guerra de Vietnam. La juventud americana encontró en el escritor alemán un referente honesto que se había opuesto a las dos guerras mundiales y había buscado en Oriente una respuesta al agresivo materialismo occidental. Podríamos decir que Hesse se convirtió en un cómplice y en un argumento de autoridad para una generación que quemaba sus cartillas militares, se manifestaba en el Capitolio y se rebelaba contra el orden establecido en la Universidad de Berkeley.
Fue en Berkeley donde se fundó por ejemplo la famosa compañía teatral 'Magic Theatre', el grupo para el que escribiría Sam Shepard. Pues bien, aquellos jóvenes actores escogieron el nombre del grupo a partir de uno de los escenarios en los que transcurre 'El lobo estepario'. Y lo hicieron reunidos en un bar del campus que se llamaba 'El lobo estepario'.
Es tan solo una anécdota, pero sirve para hacerse una idea de la presencia de Hesse en la vida cotidiana de aquellos jóvenes de finales de los sesenta, una generación que adoraba al Che, escuchaba a Dylan y leía los libros de Herman Hesse hasta convertirlo en el autor alemán más traducido desde los Hermanos Grimm.
Ese éxito global y apabullante ha llegado hasta nuestros días. Se calcula que hoy los libros de Hesse están traducidos a más de sesenta idiomas y que sus ventas superan los cien millones de ejemplares. Su editorial alemana, Suhrkamp, dice vender treinta mil ejemplares de sus libros al mes. Es el récord de un catálogo en el que están superventas como Isabel Allende.
En una encuesta reciente, Hesse fue elegido por los lectores alemanes como el cuarto escritor nacional más significativo del siglo XX, por detrás de Thomas Mann, Bertold Brecht y Günther Grass.
Individualismo
Sin embargo, ¿quién lee hoy a Herman Hesse? Los chicos de los sesenta peinan canas y no sería extraño que sus nietos adolescentes reconozcan antes en 'Siddartha' un libro sobre el que hacer un trabajo escolar que un texto contracultural. Al menos, en Europa. Sí parece que en Estados Unidos y en Asia la vigencia del alemán permanece prácticamente intocable. En cualquier caso, puede que el secreto estribe en que siempre habrá un muchacho que encuentre en uno de sus libros el cobijo necesario en los tiempos del paso a la edad adulta.
Porque, además de por su misticismo orientalizante y por su profundo compromiso ético, la obra de Hesse sigue teniendo interés por ser la de un rabioso individualista que busca un lugar en el mundo donde ser feliz, lejos de la influencia de la sociedad. El gran tema de su literatura es la crisis personal y su herramienta narrativa más afilada es la búsqueda sin red de la propia identidad. Son temas eternos que parecen ligados a la adolescencia, y no sería extraño que la mayoría de los lectores de Hesse sellasen entonces pactos duraderos con su obra.
Es innegable que la obra de Hesse conserva y amplifica esa valentía y esa sinceridad que parecen emparentadas con la juventud. «Desde mis trece años tuve claro que quería ser escritor o nada en absoluto», escribió en su 'Breve biografía'. Y por esa razón escapó del seminario en el que sus padres -dos severos cristianos pietistas- le habían obligado a ingresar. Fue el comienzo de un camino solitario y radical. Otro de los grandes temas de Hesse es el de la construcción de la propia vida y la propia personalidad. ¿Qué son 'Siddartha', 'El lobo estepario' o 'Peter Camenzid' sino novelas de formación?. Suele hablarse de Hesse como de un místico y quizá sea un error. Tal vez no esté ahí el secreto de su largo y sorprendente éxito. Lo supo ver Hugo Ball, que le conoció bien y, antes que como un sabio, lo describió como «el último caballero de la estirpe esplendorosa del Romanticismo».
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