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SOCIEDAD

Los alegres exiliados

Casa con jardín, ópera, restaurantes, camareros y fiestas por 550 euros al mes... En una comunidad de Rumanía. Así han escapado once españoles de la crisis y el desánimo en nuestro país

FRANCISCO APAOLAZA

Domingo, 23 de septiembre 2012, 14:42

Son once. Once españoles. Con 550 euros al mes viven como marqueses. Pagan el alquiler de una casa con jardín, la comida a mesa puesta en pensión completa, la limpieza del hogar y el servicio médico. Ese dinero también les da para organizar salidas al campo o pegarse un homenaje gastronómico en un restaurante cuando les apetece, ir a la ópera o a conciertos de música clásica... en Rumanía. Está lejos, pero es barato y agradable. «Esto en España sería, obviamente, imposible», se excusan. No se trata de un caso de ingeniería financiera, sino de la aventura de un ramillete de españoles que hartos de la crisis y de una vida cada día más cara y atosigante, han decidido hacer las maletas e irse con su alegría a otra parte. Como esos alemanes que eligen nuestro país, pero por motivos bien diferentes: aquí el 'sol y playa' sería algo así como 'paisaje y cultura'.

En Rumanía han creado una comunidad abierta y flexible en la que comparten todo. Hay profesores universitarios, agentes inmobiliarios, jubilados, pintores... «En España ha ido todo tan mal y aquí se está tan bien...». Habla Francesc González, un viudo barcelonés de 52 años, uno de los felices 'exiliados' de la crisis que hasta anteayer era promotor inmobiliario. Hace tres años que perdió a su mujer, así que sin un futuro profesional claro ni otros lazos que le ataran a su vida anterior, zarpó rumbo Villa Europa, su nueva 'casa' en Vama (Rumanía). «Estuve un tiempo pensando si dar este paso y finalmente lo hice. Ahora estoy aquí unos nueve meses al año».

Responde por Skype. Al otro lado de la ventana la tarde está nublada y oscurece sobre un jardín bucólico en el que hay carros antiguos de madera, mesas, tumbonas y un pequeño quiosco. La Residencia Villa Europa, que ellos han bautizado como «el oasis», está formada por cuatro edificios, una parcela enorme y una casa común con 2.200 metros cuadrados y doce habitaciones, además de salones, comedor ...

Hasta hace nada, era un hotel que había construido un madrileño, Fernando Espiñeira, de 49 años, aficionado a decir eso de «aquí me quedo» y luego hacer las maletas y largarse y volver a decir «aquí me quedo». Su vida es un carrusel. Hace 23 años, salió de la capital hacia Miami. Entonces trabajaba de agente cultural, vinculado sobre todo con la ópera, pero que quería tiempo para ser escritor: «Tener propiedades y alquilarlas me resultaba la manera más fácil de escribir, que era mi verdadera pasión». Llegó a ser dueño de 88 viviendas en la capital de Florida. Pero un buen día se fue «a dar una vuelta» y pasó por Nueva York, Buenos Aires, Hungría... Y después, Rumanía. Con esa facilidad suya para echar y levantar el ancla, en 2003 invirtió su dinero en este gran hotel en Vama, en la región de Bucovina, una amable alfombra verde de colinas, «que no tiene nada que ver con el concepto que se tiene de este país», del que los españoles conocemos, como mucho, que por allí está el castillo de Vlad Tepes, el Conde Drácula.

De clientes a amigos

El hotel marchaba como debía hasta que llegó la crisis económica y se quedó vacío. «Durante todo ese tiempo hicimos muchos amigos españoles que venían y que repetían una y otra vez. Nos convertimos casi en una familia, así que decidimos vivir como tal. No en un hotel, sino en nuestra casa». Aquello sucedió hace un año. Ahora, cada uno va a su aire, pero se organizan para hacer planes juntos. Las sobremesas de la cena tienen fama de ser largas y divertidas.

¿Cómo es un día en su vida? Uno al azar. Entre las nueve y las nueve y media, desayuno en la zona común. Una hora más tarde, curso de iniciación a la ópera (esta semana, 'La flauta mágica' de Mozart y varias versiones comparadas). Después, visita a las fiestas de la ciudad, comida en un restaurante (entre 3 y 5 euros por barba) y vuelta a casa. El que quiera puede ir al concierto semanal por 2 euros. Para rematar la jugada, si alguien no come en la casa, se le restan 7 euros de la factura mensual.

Para conseguir llevar el proyecto adelante, Espiñeira tiene a siete personas contratadas en la residencia entre cocineros, limpiadoras y demás personal. Asegura que no hay suspicacias, pero que si alguien quiere echarle un ojo a las cuentas, estas son públicas: «Solo se saca dinero para mantener el patrimonio, pero aquí no hay ganancias».

Las reglas son flexibles, pero tienen un fin claro: «Aquí queremos gente educada, culta y amable, personas civilizadas que sepan vivir en comunidad y que no le falten al prójimo. No queremos gente que venga a contarnos sus penas. Venimos de vuelta de muchas tonterías. Queremos pasarlo bien. Nos gusta la inteligencia y hemos descubierto que las cosas sencillas son las mejores. Podemos definirnos como un club de gente dispuesta a pasarlo bien», ilustra Espiñeira. El líder del grupo advierte, por si acaso, que no se trata de un geriátrico: «Por ahora todos son independientes, tanto económica como físicamente».

«Me decían loca»

Auxi García Martín, profesora de la Universidad de Salamanca, se fue en 2005 a descubrir Rumanía en autobús y conoció el hotel de Fernando. Le gustó tanto que se compró una casa por 14.000 euros (dos plantas, 200 metros cuadrados de vivienda en 400 de parcela). «Soy muy romántica y me enamoré de esto. La gente me decía que estaba loca, pero aquí me he quedado». Ella es parte de esa comunidad. Va y viene a España y durante el tiempo que pasa en Vama se dedica a estudiar y explicar las maravillas del arte de los Monasterios Pintados de Bucovina, una de las joyas de la zona. «La imagen de Rumanía es espantosa en España. Tienen fama de ladrones, de gente que vive de pedir... ¡Nada más lejos de la realidad!».

Espiñeira asegura que él, aunque es el propietario de la casa, es «uno más» en las decisiones del grupo, que se rige por consulta popular. Hasta ahora, ninguno de los huéspedes de Villa Europa ha llegado a las manos ni a nada parecido. Antes de entrar, tienen que aprobar el 'examen'. Regularmente, el grupo invita a personas interesadas a pasar una semana con ellos, y para continuar deben recibir el visto bueno de todos. Si las cosas van mal, también está pensado: «Si alguien no cuadra o hay problemas, aquí no echamos a nadie a la calle; pero si el grupo no está a gusto con esa persona, le invitará amablemente a seguir su camino».

Cada vez son más los que han hecho suya esa sentencia del actor Antonio Gamero que decía que «como fuera de casa no se está en ninguna parte». Para los próximos tres años, Espiñeira ha programado otras tres comunidades de 20 personas en un radio de 15 kilómetros. «Cuantos más seamos, mejor lo pasaremos».

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