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:: FRANCISCO APAOLAZA
Jueves, 27 de septiembre 2012, 15:06
A eso de las diez de la noche del martes, Madrid era una selva. La convocatoria del 25-S en Neptuno ardía ya en un infierno de carreras, piedras, pelotas de goma y cohetes que rodaban Paseo del Prado abajo como un tsunami de violencia. El suelo de la acera frente a la cafetería Prado estaba sembrado de zapatos perdidos y cristales rotos y un poco más allá, varios periodistas arrastraban a un fotógrafo alcanzado por una pelota de goma... La historia del hombre del día nace de las propias raíces del caos. En ese momento de extrema confusión, con una masa de gentes asustadas entrando en tromba por la puerta del bar seguidos por la Policía, él salió al dintel del local y con una determinación inusitada, consiguió parar la carga: «¡Por mi vida que no vais a pasar. Esto va a ser una masacre. Está lleno de gente inocente!», gritó. Delante de las porras, abrió el compás de sus pantalones negros, sacó pecho, ocupó el espacio de la puerta con los brazos en cruz y vio a los antidisturbios alejarse camino de Atocha. Dos minutos después, con las lágrimas sobre las mejillas, la respiración cortada y la barbilla temblando en justa mezcla de nervios, miedo y rabia, solo acertaba a balbucear: «Alberto Casillas... Me llamo Alberto Casillas». Doce horas después era el 'héroe' del día y su fotografía volaba por las redes sociales.
El fotógrafo Javier Julio (@javijuliophoto) compartió la escena y ayer por la mañana, la imagen de Alberto era el retrato de la resistencia a las fuerzas del orden. Casi nadie sabía quién era el hostelero salvador. De hecho, la confusión del momento lo identificó erróneamente como el dueño de un bar rogando que los manifestantes no tiraran piedras contra su establecimiento. Pero ni el bar era suyo ni sus ruegos se dirigían a esos destinatarios.
Hasta ayer, Alberto Casillas era un camarero nacido en Madrid en 1963 que vota al PP, que ha trabajado durante toda su vida en la hostelería y que ha pasado 25 años en Venezuela. Allí conoció a su mujer con la que ha tenido dos hijos, una estudiante de Periodismo y el otro, de Criminología. Ayer le llamó para contarle los mensajes que había recibido y que le decían «el pedazo de padre» que tiene. Ahí a Alberto se le quiebra la voz. También le pasa cuando relata cómo «tíos enormes de gimnasio» se han acercado al bar a darle las gracias. Por la entrada del establecimiento, cuajada de fotos de huevos fritos y filetes, no dejan de pasar gentes que le dan una palmada en la espalda o un abrazo. «No soy un héroe, fue un acto humano; cualquier ciudadano hubiera hecho lo mismo».
La mañana de ayer la pasó hablando con los medios y narrando la secuencia de los hechos. «Durante todo el día entraron clientes que venían a las protestas. Yo creía que era una manifestación pacífica, hasta que pasó lo que pasó». A las siete de la tarde comenzaron los amagos de carreras. A unos 200 metros de allí, un grupo de violentos sumados a la convocatoria Rodea el Congreso arrancaban parte del vallado que protegía las cortes. En adelante, Neptuno se sembraría de heridos (más de 60). Alrededor de las diez de la noche, la Policía comenzó a disolver la manifestación en varias direcciones, entre ellas, el bar en el que trabaja Alberto. «Don Amadeo Prado [el dueño del establecimiento] había dicho que no se cerraba, que allí se atendería a todo el mundo», explica.
¿Qué es lo que vio que le hizo actuar de esa manera?
A las 21:30 me subí a una marquesina y vi lo que pasaba. Yo nací en el 63 y no he visto estas cargas ni con Franco. Corrían cientos de personas entre los que había jóvenes, viejos, paralíticos, una embarazada... Si eran violentos, ¿dónde habían dejado los palos y los cócteles molotov? Corrían como liebres. Esa gente que yo vi no era violenta. Créame que la actuación policial que yo vi fue absolutamente desproporcionada».
Después, todo sucedió muy rápido en una secuencia confusa. Casillas vio cómo «pegaban» a un joven, bajó al bar y vio entrar una masa de gente. «Sentí el miedo de esas personas. Solo eran gente asustada. Fuera escuché a la Policía decir que iban a entrar a detener. Me abrí paso entre la gente y les dije que allí no entraban». También pidió que no tiraran objetos, pues desde el otro lado de la calle, un grupo de manifestantes lanzaban piedras. Fueron testigos de las pedradas el letrero de la cafetería y el pecho de Alberto. «Me duele, pero ni me enteré».
Después de la refriega, cuando las cargas se trasladaron a los andenes de la estación de Atocha y la calma volvió al Paseo del Prado, anunció a los allí presentes que, dado lo ocurrido, no se serviría más en esa barra. No hubo protestas. El centenar de clientes rompió en una sonora ovación.
Siendo votante del Partido Popular, ¿qué le diría a Rajoy?
Don Mariano, yo voté por usted, no por esta forma de gobernar. No me gustan los gobiernos que se esconden detrás de la Policía y en sus palacios.
«Vi el terror en sus ojos»
En la acera del Paseo del Prado, a pocos metros de la famosa tienda de souvenirs de Toledo en la que fueron acorralados una docena de antidisturbios bajo una lluvia de piedras, Madrid ha recuperado su taquicardia habitual de turistas y de taxis. En esa tranquilidad frenética, a Casillas un inesperado orador le da para hacer un análisis político y social. «Yo he visto las caras de miedo de la gente en el bar. He visto el terror en sus ojos y el Gobierno debería darse cuenta de que hasta la rata, que es el animal más huidizo, salta y ataca si se la acorrala. Tienen que ser conscientes de que esas caras de miedo mañana pueden ser de venganza».
Los viandantes que conocen la historia lo acribillan a fotos con sus teléfonos durante la entrevista. «Es curioso que lo que yo he hecho sea la noticia cuando debiera ser lo normal. Esto demuestra a lo que hemos llegado en España». Tampoco le tiene miedo a la fama: «Si me tienen que detener, asumiré mis responsabilidades, no pasa nada. Iré detenido, pero eso vale por uno solo de los besos que me han dado».
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