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TOROS

Fin del ciclo de Encastes Minoritarios en Las Ventas

Tres votos para un bravo 'pablorromero' y siete en blanco sentencian en negativo el final de la aventura torista en Madrid

BARQUERITO

Lunes, 1 de octubre 2012, 02:09

La novillada final del ciclo de Encastes Minoritarios fue un concurso de ganaderías. Un jurado de diez miembros dejó desierto el premio por mayoría: siete votos en blanco y tres para el novillo de Partido de Resina que abrió festejo por mayor antigüedad del hierro -el de Pablo Romero- y fue, con mucha diferencia, el mejor de los seis en liza.

Seis en liza que a la hora de la verdad se quedaron en cuatro: el tercero de la partida, de los Herederos de Alonso Moreno, muy marcadamente en el tipo de Urcola, de gloriosas hechuras, se derrumbó inexplicablemente, rodó antes de varas y volvió a rodar después de un solo puyazo, y lo devolvieron; el quinto, un jabonero veragüeño de Aurelio Hernando, se rompió una mano después de mucho corretear sin fijarse, y también fue devuelto a corrales.

El pablorromero de Partido de Resina se empleó en tres varas, excesivamente severa la primera, galopó con buen compás, fue pronto, tuvo fijeza y buen son. Un par de claudicaciones fueron desdoro menor. Las hechuras fueron soberbias: cortas manos, quilla, las carnes justas, caribello, la cabecita propia de su encaste. Novillo de gran nobleza. Lindas embestidas en la media altura, serios viajes por abajo también. Se llamaba Pandero II. Tal vez pueda verse de cuatreño un Pandero I. El novillo de El Jaral de la Mira entró en concurso como sustituto de uno anunciado de Barcial del que no pudo disponerse. Si el concurso se hubiera resuelto en puntos, este de El Jaral, de procedencia Ibán pero embastecido remate, habría sido segundo del campeonato: cabalgó y no galopó al caballo y apretó debajo, se movió con cierta desgana -la boca abierta, los bofes fuera- y, aunque muy a su aire, fue de embestidas claras; el santacoloma de Javier Buendía, que ha refundado una ganadería nueva con una reserva de Bucaré, enterró los pitones en la arena y salió batido de dos varas, pero se estiró con buen aire y metió la cara. Tuvo más nobleza que poder.

El de Coquilla de Sánchez Arjona, fuera de tipo, descarado, alto de agujas, fue de pobre nota. Deslumbrado o distraído, escarbador, derrengado desriñonado, dolidísimo en banderillas, arreó trompazos y cabezazos, reculó, se agarró al piso. Y, en fin, los dos sobreros, convidados de piedra, no entraron en concurso. No valió un duro el de Casasola, muy mugidor, y se dejó bien el jabonero de Hernando.

El concurso como tal no se atuvo a ley del todo: la presencia de dos caballos de pica contradecía la norma básica de la competición, que exige un solo caballo en escena y la presencia mínima de un lidiador y un ayudante; en la boca de dos burladeros asomaron durante el tercio de varas tres monosabios, que distrajeron. Y un público más ruidoso de lo que conviene a un concurso. Pese a no entrar en concurso, los dos sobreros se pretendieron lidiar como si lo hicieran. La fiesta fue sumamente farragosa y larga: más de dos horas y media. El tiempo sin emoción fue lastre pesadísimo.

El cartel fue, por lo demás, precario. Oficio y soltura de Miguelín Hernández, que se anuncia Miguelín, de Aranjuez; capaz de componer muletazos sueltos con el que fue al cabo lote más propicio; decisión aparatosa, aire aceptable con el capote del toledano -de Yeles- Raúl Rivera, que se echó adelante pero no llegó a templarse en serio y que mató con verdad al quinto; y paciencia resignada y valerosa del más bisoño de la terna, Alberto Escobar, que bailó con la más fea sin que se le fueran los pies. Dignamente.

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