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«Nunca se hizo balance de las víctimas de la droga»
SOCIEDAD

«Nunca se hizo balance de las víctimas de la droga»

En 'Las leyes de la frontera' aborda el submundo de marginalidad y violencia de los quinquis en la España de los setenta Javier Cercas Escritor

CÉSAR COCA

Sábado, 13 de octubre 2012, 04:20

Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ha dejado a un lado las maderas nobles del Congreso de los Diputados y las imágenes históricas del golpista Tejero en su tribuna de oradores. En su novela recién publicada ('Las leyes de la frontera', Ed. Mondadori), se introduce en el submundo de un grupo de quinquis de Gerona, en aquella España aún en blanco y negro de la Transición. Un tiempo en que los delincuentes juveniles se elevaron a la categoría de mitos a base de audacia, violencia y drogas. Luego, el país entró a trompicones en la modernidad y el Vaquilla -en quien se inspira el protagonista de la novela- y otros como él cayeron en el olvido. Esta novela recupera la memoria de unos seres condenados que disfrutaron de la fama efímera que dan los periódicos y el cine.

-Ha pasado de los héroes y los traidores de los grandes días de la Transición a los personajes de las fotos en blanco y negro de las páginas de Sucesos de los diarios. ¿Ha sido un gran salto?

-Sí, pero no ha sido algo buscado de forma consciente. Cuando entregué el libro a mis editores me dijeron que parecía la cara B de 'Anatomía de un instante'. Pero para mí las cosas no funcionan así. Cuando estaba buscando documentación para aquel libro en los diarios de la época, veía cómo las páginas de Sucesos estaban protagonizadas por estos chavales.

-Las páginas de los diarios y las carteleras del cine español. Fueron grandes protagonistas de los ochenta.

-Es asombroso el grado de protagonismo que tuvieron durante una década escasa. Fueron mitos, y los mitos responden siempre a necesidades profundas de una sociedad. Los medios crearon ese mito porque la gente lo compraba en esos años de incertidumbre y grandes cambios.

-En 'Anatomía de un instante' usted retrataba a Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado como perdedores. Pero perdedores que están en los libros de Historia. Estos quinquis que ahora retrata han desaparecido incluso de la memoria.

-Es cierto. Estos ni siquiera merecen una nota al pie en los libros de Historia. En su momento se hicieron algunas películas muy taquilleras con sus historias -en general, también muy malas, salvo 'Deprisa deprisa'- y hasta trabajaron en ellas como actores. Pero estaban condenados: en su gran mayoría murieron muy jóvenes y de forma violenta. Luego, el país dio un acelerón y los dejó fuera del mapa. A ellos y a la subcultura que se generó a su alrededor.

Todos muertos

-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre ellos?

-Era consciente de que no se había hecho un balance de ese grupo, de esas figuras que marcaron los ochenta. Pero el detonante fue una exposición que, una vez terminado 'Anatomía de un instante', vi en Barcelona. Allí se recuperaba su mundo y al ver el contenido de la muestra envejecías de golpe: en unas cuantas salas encontrabas 'máquinas del millón', futbolines, discos de Las Grecas... Y muchas fotos de aquellos chicos, todos muertos ya. Chicos de mi edad, con los que me había cruzado en Gerona por la calle. Yo mismo pude haber sido uno de ellos.

-¿Fue eso lo que lo impulsó a escribir?

-Me preguntaba por qué ellos sí y yo no. Ellos murieron por la violencia y la heroína, que fue la guerra de nuestra generación, con la consecuencia posterior del sida. Sí, por eso me puse a escribir. Lo hice para formular esa pregunta de la manera más compleja.

-¿Pregunta o respuesta?

-Preguntas. La primera obligación de un novelista es proteger las preguntas de las respuestas. La novela no tiene derecho a contestar. Es el lector quien, si lo desea, lo hace. En mis libros siempre hay una pregunta de partida porque una novela es una búsqueda, y la respuesta es que no hay respuesta. O si se quiere, es la propia búsqueda.

-Usted habla de fronteras desde el mismo título de la novela. ¿La droga borró en esos años las fronteras, la separación entre la clase media-alta y las capas más bajas de la sociedad?

-Sin duda. Conozco al menos dos casos de personas de clase media-alta que, a causa de la droga, terminaron atracando bancos. La campaña aquella de 'la droga mata' apareció en 1978, cuando todavía no había un gran problema, y el efecto que tuvo fue el contrario: resultó un reclamo. A comienzos de los ochenta, la droga estaba en todas partes. Había muchísimos jóvenes, fruto del 'baby boom' de los sesenta, que no tenían nada que hacer, no tenían ningún horizonte, y la droga arrasó con ellos. Nunca se hizo un balance de víctimas.

-La droga unió entonces a las clases sociales. Pero en Cataluña había otra división de la que habla en su novela: los autóctonos y los charnegos. ¿Qué ha pasado con la barrera entre ambos grupos?

-En muy gran medida, tampoco existe. La palabra charnego ya ni siquiera se usa, y eso es un triunfo. La distinción entre dos comunidades casi no se encuentra en Cataluña, aunque algunos quieren atizarla y eso es peligroso.

Aureola de héroes

-¿No teme que su libro contribuya a dar una aureola de romanticismo a toda una generación de delincuencia juvenil, como se dice que ha ocurrido con la Mafia tras tantas novelas y películas?

-El arte explora los bordes, y el gran arte es peligroso. Nos compadecemos y sentimos piedad por Michael Corleone, que es un criminal. Y cuando Raskolnikov mata a una vieja, estamos con él. El arte nos obliga a comprender lo más bestial, nos obliga a explorar los confines de lo humano. Comprender es lo contrario a justificar. El problema es que Hitler era humano, y que ETA tenía atractivo para los jóvenes. Y hay que entenderlo para combatirlo. Comprender es el primer paso para terminar con algo.

-¿Se pueden novelar los delitos económicos y los asaltos a chalés por parte de grupos con formación militar? Eso es lo que hay ahora en vez de delincuencia juvenil.

-La literatura es una cuestión de forma, así que se puede novelar todo, incluso una estafa financiera. Hay un amigo que me dice que siempre escribo 'El hombre que mató a Liberty Valance'.

- ¿Y eso le gusta?

- Este libro, como otros míos, es un western. Crecí viendo películas del Oeste en el cine y en la televisión. John Ford se presentaba diciendo que hacía westerns. A mí me gustaría decir lo mismo: soy Javier Cercas y me dedico al western. Estos chicos, estos quinquis de mi novela, son forajidos, con el atractivo que ello tiene: sus códigos, su particular ética. En los temas que hoy son noticia, los delitos económicos por ejemplo, no hay persecuciones a toda velocidad, pero pueden ser atractivos. Y desde luego valen para reflexionar sobre la ley.

-Además de ese tono de western, sus libros tienen en común la presencia de un narrador interpuesto. ¿Es una especie de marca de agua de su literatura?

-Es cierto, aparece un narrador que no se identifica con el autor, pero también sucede que a veces el narrador se involucra. En 'Anatomía de un instante', por ejemplo, lo hacía al contar la muerte de su padre. La ética de un escritor exige que si la pregunta que plantea en un libro es distinta a la del anterior, su formulación sea distinta.

Regreso a la ficción

-La tentación estará en repetir la fórmula.

-Claro, no es fácil tras un éxito anterior. Aquí hay algunas similitudes con 'Soldados de Salamina': gentes que escriben buscando una verdad histórica que al final se les escapa de las manos. Eso pasa siempre en mis libros, porque el personaje histórico es una excusa: ni Sánchez-Mazas era el protagonista de 'Soldados de Salamina' ni el Zarco lo es de 'Las leyes de la frontera'. Yo me planteo un libro y al final me sale otro. Escribir es un trabajo de indagación, de espeleología. Vas encontrando cosas a medida que escribes y resultan ser las buenas.

-¿Se ha sentido más libre escribiendo sobre personajes de ficción, aunque el escenario y el fondo de la trama sean reales, que sobre otros llamados Suárez, Carrillo o Gutiérrez Mellado?

-Muchísimo más libre. He recuperado la libertad de la ficción. En 'Anatomía de un instante' había imaginación, como la hay en la ciencia, pero no invención. Aquí en cambio, aunque la libertad nunca es total, he podido ponerme mis propias reglas. Lo mío siempre ha sido la ficción.

-Pese a las magníficas críticas de su libro sobre el 23-F.

-Aquello fue un ejercicio contra natura. Por eso tenía urgencia de volver a la ficción. Además, para publicar un libro con frecuencia hago dos. Antes de este escribí una especie de ensayo sobre los delincuentes juveniles de los setenta y los ochenta. Cuando lo acabé me di cuenta de que no podía ser así, que tenía que trabajar con la ficción pura hasta donde fuera posible. Y eso es 'Las leyes de la frontera'.

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