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BARQUERITO
Lunes, 25 de marzo 2013, 09:51
La resolución de Gallo, la entrega de Nazaré, el aire cabal de Urdiales, una corrida más desigual de lo previsto y una tarde de perros. Se puso a llover con más o menos ganas en cuanto se soltó el tercero de la tarde -un colorado calcetero, algo carivaco, estrecho y alto- y ya no paró. Una manta inclemente de agua durante la lidia del quinto, el menos propicio de los cuatro torrestrellas.
Frío, humedad, desbandada en los tendidos cuando se cerraron los cielos y ese ambiente algo hirsuto de Madrid. «¡Empezamos bien.!», sentenció uno al aparecer el primer toro de la temporada en Madrid. Jabonero, bastote, las manos por delante, una vuelta de campana, los pitones escobillados, dos puyazos, un quite de Gallo por chicuelinas -tarjeta de visita-, a la espera pero hilo en banderillas y un muy desigual y caprichoso son en la muleta, porque tomaba el primer viaje sin duelo pero al tercero se vencía, se acostaba, se metía o se quedaba debajo.
Antes de romper a llover, sopló y molestó el viento. Perjudicado, por tanto, Diego Urdiales, compuesto, tenso cuando se paró el toro y tal vez desanimado por dos circunstancias: el viento, fatal para quienes gastan engaños tan pequeños -la muleta mínima del torero de Arnedo- y ese toro tan de más a menos, y no habiendo sido el más gran cosa. Tres pinchazos, un descabello, un aviso.
Luego, por su orden y en contraclima, salieron tres toros de muy aceptable condición y muy distintos entre sí. Un segundo de Torrestrella colorado girón, de morro chato y muchas carnes que berreó como un poseso pero se empleó con nobleza y no tanta calidad; un tercero, de Torrestrella también, que fue de menos a más y quiso por la mano izquierda con claridad; y un formidable cuarto de Torrealta, cinqueño, 647 kilos, corto de manos, ventrudo, fantástica culata y grandes aires. El toro de la tarde.
Solo que un ligero descuido dejó al toro arrancarse al caballo de la puerta recién salidos los dos de picar, derribó estrepitosamente y en son de bravo y fue, aunque noble, gran gallo de pelea. Un final rajadito, y con eso no se contaba, pero la lluvia impuso una faena abierta en pausas forzadas y a Urdiales, que manejó la cosa con seguridad y entereza, le costó romperse con el toro. Tanto toro en tromba no cabía en una muleta tan chica, ni daba de sí más el brazo. No se descubrió el toro, cuatro golpes de descabello tras una corta tendenciosa y sonaron dos avisos. Gallo anduvo listo, firme y sereno con el segundo de la tarde. Encaje vertical en el saludo al lance y, luego, entre tablas y rayas, frente a la Puerta de Madrid, un trasteo de buen pulso, bien ligado, siempre por la mano diestra, que de tanda en tanda -y fueron cinco- ganó en autoridad y vuelo. En un solo terreno la faena toda, armónica, bien rematada. El toro se acabó saliendo suelto: un desarme que Gallo convirtió en un desplante. Hubo runrún de asentimiento. Falló la espada: dos pinchazos por fuera, una estocada, un descabello.
Nazaré se descaró sin espera con el tercero. Puesto desde el primer viaje, le aguantó dos apretones y lo empezó a llevar bien toreado con la izquierda. Ajuste, mano baja, limpieza. Buen trabajo bajo la lluvia. Una estocada en el rincón. No cundió la petición de oreja. Por la lluvia. Y dos toros últimos sin mayor gloria: un quinto torrestrella perfectamente informal -pero Gallo brindó al público- y un grandísimo sexto, de Torrealta, que galopó de salida pero tuvo su guasa: cabezazos, taponazos, acostones, una pizca de violencia. Gallo cumplió sin alardes, Nazaré sufrió algo más.
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