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A. GILGADO
Martes, 9 de abril 2013, 11:58
El entramado de parcelas y casas dispersas en el Rincón de Caya tardará en recobrar la normalidad. Ayer a mediodía, José Trejo, Juan Espino y José María Carrasco esperaban en el camino enterrado hasta hace dos días por la lluvia a que llegaran los camiones de grava. Han estado una semana aislados, entrando y saliendo a sus parcelas con una barca que se fabricaron para salvar el cauce del río. Ahora toca volver a reparar el hueco que se ha llevado por delante la avenida y pagar entre todos las horas de trabajo de la excavadora y el importe de los camiones que descargan tierra en el relleno.
Todavía no han echado cuentas, pero más que el camino, lo que realmente preocupa a los propietarios de los terrenos son las casi 50 hectáreas de regadío que han perdido. Juan Espino vive del cultivo de maíz y este año, viendo cómo ha quedado su parcela, ni tan siquiera podrá plantar una hilera. En los cincuenta años que lleva su familia conviviendo con crecidas, nunca se han enfrentado a una situación como la de ahora. Antes, recuerda, el agua abarcaba también sus terrenos, pero entonces apenas causaba daño en los cultivos porque no llevaba corriente, se embalsaba. Su versión histórica la comparte José Trejo, uno de los vecinos más veteranos. Lleva en el Rincón de Caya más de 50 años, llegó con los primeros pobladores y desde siempre ha vivido de lo que saca del regadío.
Espino, Trejo y el resto de propietarios ven en la gravera que funciona desde hace diez años por encima de sus tierras como la responsable de la nueva situación.
Según sus quejas, los trabajos de la planta han rebajado el terreno, desecho taludes y enterrado acequias hasta variar el cauce del Guadiana. La corriente pasa por donde antes se estancaba y la fuerza lava las zonas de cultivos de la que viven diez familias. Además de esta gravera, en el Rincón de Caya también tiene autorización otra planta que extrae áridos de la ribera del Guadiana.
Las molestias, según explican los agricultores, vienen de la primera porque trabaja entre viviendas y pacerlas de maíz, mientras que la segunda opera ya en la cola final y los desniveles que deja en el terreno no perjudican a ningún propietario posterior. La convivencia entre los cultivos de maíz y la extracción industrial se han ido complicando en los últimos años. Los agricultores se siguen preguntando cómo Confederación ha podido autorizar al propietario de la finca este uso y consentir que se derribe una acequia que ellos utilizaban para riego. Para Jose María Carrasco, otro veterano vecino, tampoco hay muchas dudas.
Dice que después de cincuenta años, los problemas se han agudizado con la llegada de las maquinarías y pone como ejemplo que en la crecida famosa de 1997 el Guadiana llevaba en este punto bastante más agua que estos días y entonces las parcelas agrícolas no sufrieron daños. Ahora, como sus vecinos, también trata de volver a la normalidad. En pocos días decidirá si finalmente planta maíz o los costes en preparar el terreno le compensa dejarlos yermos. En la misma tesitura se encuentran los hermanos. Tienen una finca alquilada a la que no saben si podrán sacar provecho.
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