![Muere Margaret Thatcher](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/pre2017/multimedia/prensa/noticias/201304/09/fotos/9786903.jpg)
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ÍÑIGO GURRUCHAGA CORRESPONSAL
Martes, 9 de abril 2013, 02:24
Margaret Thatcher, primera ministra británica entre 1979 y 1990, falleció ayer a los 87 años en una suite del Hotel Ritz de Londres como consecuencia de un infarto. Su médico y su asistente personal la acompañaban en la estancia que ocupaba desde diciembre, tras someterse a una leve intervención quirúrgica. Padecía trastornos asociados a la enfermedad de alzhemier, que forzaron su retirada de la vida pública durante más de una década.
La muerte de la primera mujer que llegó a la jefatura de Gobierno en un país desarrollado y que recibió el sobrenombre de la Dama de Hierro tras la victoria británica en la Guerra de las Malvinas y por su carácter firme en las contiendas políticas domésticas o en una escena internacional marcada por la Guerra Fría, se produce en un momento en el que los defensores más convencidos de su legado se sienten marginados en un Ejecutivo formado por la coalición de su Partido Conservador con el Liberal-Demócrata.
Su derrocamiento en noviembre de 1990 tras tres victorias electorales consecutivas, por una conspiración de parlamentarios de su partido insatisfechos por su marginación y por los efectos que tenía en el país un impopular impuesto municipal y su política europea, marcó una profunda división en el seno de los conservadores, que reproduce su percepción en la sociedad británica como la impulsora de medidas contra la equidad o como salvadora de la decadencia económica y del orgullo nacional. Margaret Hilda Roberts nació el 13 de octubre de 1925 en una pequeña localidad de la región de Lincolnshire, Grantham, ciudad mercado de una comarca con agricultura avanzada y minería. Su padre, Alfred, era un próspero propietario de un comercio de ultramarinos, líder de la comunidad metodista local y miembro activo en el consejo municipal como candidato independiente.
Si la verdadera patria de los humanos es su infancia, como escribió el poeta Rilke, la de Margaret Roberts estuvo definida por el contorno de la fe metodista, una variante del cristianismo exigente con la conducta individual y que tuvo una notable influencia en la formación del laborismo. El padre había simpatizado con el tradicional Partido Liberal, que, como la Iglesia metodista, se mostraba crítico con el 'establishment' pero sin llegar a la ruptura de las llamadas 'iglesias bajas'. Alfred Roberts fue desbancado por la primera mayoría laborista en Grantham y desarrolló una personalidad muy crítica con el nuevo colectivismo municipal que afectaba a la vida comercial. Apoyó a candidatos conservadores al Parlamento. Su hija, muy influida por él, abrazó la ética del esfuerzo y del rigor, fue una excelente estudiante y logró una beca para estudiar Químicas en la Universidad de Oxford. Ejerció como asistente de investigación en un laboratorio pero su interés por los asuntos públicos la llevó a presentarse como candidata conservadora en una circunscripción con escasas posibilidades de victoria. Un afiliado diez años mayor que ella, hombre de negocios y árbitro de rugby, que había tenido un fallido matrimonio durante la guerra, en la que fue condecorado por sus servicios en el cuartel general, la llevó en su coche de regreso a su domicilio tras el recuento electoral. Su amistad desembocó en el matrimonio, en 1951, y, siguiendo la costumbre británica, Margaret adoptó el apellido, Thatcher, de su marido, Denis. En 1953 tuvieron gemelos, Mark y Carol. La madre preparaba al mismo tiempo sus exámenes de abogada, plataforma más idónea para la política.
Seis años después entraba en el Parlamento y sirvió en puestos menores de la Administración de Harold Macmillan y, tras seis años en la oposición, como ministra de Educación del Gobierno de Edward Heath. Una reforma en la provisión de leche a los niños en las escuelas -donde los alumnos británicos almuerzan- la señaló como una política dispuesta a recortar el gasto público en un Partido Conservador que ganó la batalla para la entrada en la Comunidad Económica Europea pero donde se resentía la política apaciguadora y las cesiones de Heath a los sindicatos. En torno a Thatcher se creó un grupo intelectualmente seguidor del economista Friedrich Hayek y que tenía al diputado y exministro Keith Joseph como principal referencia. Contra los pronósticos, Thatcher derrotó a Heath en la batalla por el liderazgo del partido y, tras cinco años en la oposición, llegó al 10 de Downing Street después del 'invierno del descontento', en el que se había quebrado el pacto social entre el Gobierno laborista y los sindicatos para la contención salarial.
La descripción de la decadencia británica que inspiraba a este grupo conservador se basaba en el rechazo de una economía con grandes empresas absorbidas por el Estado cuando producían pérdidas, con alta inflación que parecía endémica, un Gobierno que tenía que pedir socorro al FMI ante repetidas crisis en torno a la libra y en la que percibían una deriva nihilista en la cultura.
Consagración doméstica
En sus primeros años de mandato, la política de austeridad convirtió a Thatcher en la primer ministro más impopular desde la invención de los sondeos. Altos tipos de interés (17%) y recortes presupuestarios provocaron un aumento de un millón de personas en el desempleo... Voces críticas de su Gobierno y su partido de aquellos a los que ella llamó 'húmedos' fueron acalladas en el congreso de 1980, cuando pronuncia una de sus frases memorables: «La señora no va a retroceder». La invasión de las Malvinas por la Junta Militar argentina era un reto al Gobierno en su momento de máxima debilidad, pero la victoria fue una consagración doméstica de Thatcher, que arrolló al dubitativo laborismo, escorado a la izquierda tras la derrota de 1979. La victoria abrumadora en 1982 creó una líder política ya segura del correcto curso de sus acciones.
El político que más contribuyó a su derrocamiento, Michael Heseltine, había iniciado en 1980 la privatización de viviendas municipales, que tuvo consecuencias profundas en la sociedad, al emerger una clase de obreros propietarios que sería el principal activo político y electoral de sus mandatos. En el segundo, las privatizaciones de empresas públicas se convertirían en su política más imitada en el mundo. Las de British Telecom o British Petroleum fueron grandes eventos sociales, con compras de acciones por personas que no las habían tenido antes y vivían la euforia de un 'capitalismo popular', alentado por la transformación electrónica de los mercados bursátiles.
Thatcher estaba entrando ya en el planeta de los grandes líderes británicos del siglo XX. Había destruido al sindicato minero en una larga contienda a la que no habían sobrevivido otros jefes de Gobierno, sostenido el pulso a la huelga de hambre de los presos del IRA y también el pulso de los unionistas norirlandeses, aliados frecuentemente necesarios en el Parlamento, tras su firma del Acuerdo Anglo-Irlandés con el Gobierno de Dublín, en 1985.
Su tercer mandato estuvo marcado por la división y la caída doméstica, y por su gran victoria internacional. La caída del 'telón de acero', el desmoronamiento de una Unión Soviética incapaz de seguir la carrera armamentística de Ronald Reagan, apoyado siempre por su más firme aliada, le permitió visitar Moscú para negociar con Gorbachov los términos de una transición hacia un tiempo de mayor entendimiento. Pero había introducido un impuesto municipal descabellado, el 'poll-tax', aplicable por igual a todos los residentes sin relación con su renta, el tamaño o la calidad de su vivienda. Y, tras su discurso en Brujas, crítico con la deriva de la CEE, con la que se había enfrentado por la contribución británica emergió un euroescepticismo estridente.
«No quiero que te hagan daño». En el interior del 10 de Downing Street, la leyenda decía que Margaret preparaba cada mañana el desayuno a Denis, convertido en su caricatura en un simpático dipsómano que, entre gintonic y gintonic, vivía asombrado de la furia de su mujer y aterrorizado por las fechorías de su hijo Mark. Pero esa frase que Denis le dijo en la noche del 27 de noviembre de 1990 transformó a la líder herida por la revuelta de sus escaños y que aún quería resistir en la mujer que abandonó su puesto con lágrimas mientras las tropas preparaban la derrota de Irak en Kuwait.
Tras la gloria, la rápida desintegración. Sus amigos decían que estaba ida, ensimismada en su recreación del pasado. Denis murió en 2003 y se acabó la vida social con copiosa bebida. Su último tiempo es el de la reconciliación con su hija Carol, con quien había tenido, como con su madre y su hermana, una relación tensa. Siempre le habían atraído, además de su marido, los hombres peligrosos, los ministros Cecil Parkinson, Iain Aitken, el propio Tim Bell. Algunos le fueron fieles hasta su último día. Otro amigo leal, el exdirector del Daily Telegraph, Charles Moore, no entra en esa categoría. Ha preparado durante años, con acceso ilimitado a ella, a amigos y colaboradores, a sus papeles, la biografía que se publicará tras su muerte, y que establecerá la versión canónica de su vida y trayectoria.
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