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SERGIO LORENZO
Miércoles, 17 de abril 2013, 10:34
Hace un mes se extendió el rumor de que Eusebio el Batería, el famoso personaje de Cáceres, se había muerto. A las tres y media de la tarde este redactor tuvo que ir a su casa, en el número 9 de la calle Calaff esperando encontrarse en su puerta unas flores o una esquela. En su lugar encontré el balcón llenó de banderolas de UGT que había cogido en la última manifestación. «Está bien, hace media hora estaba por la calle, con su carrito», afirmó un vecino.
Al día siguiente le vimos por Cánovas con el carrito que llenaba de cosas que acumulaba en su casa. En una mano llevaba una pistola plateada de juguete con la que disparaba tras hacerla girar torpemente sobre un dedo. En la cabeza un sombrero de vaquero. Aún hacía frío y la cara la tenía tapada por un verdugo de niño de color verde oscuro. En el tejido dado de si por el uso, se adivina algo de barba. «Eusebio es la primera vez que te veo con barba. ¿Estás bien?». «Sí. Estoy con la diabetes y tomo las pastillas. No me afeito porque no me funcionan las cuchillas». Mientras disparaba a gente que le sonreía se quejaba de cuando le entraban en su casa por orden judicial, y le tiraban toneladas de basura. «Me tiran todo, también los dos carnés de músico que tenía. ¿Tú podrías hacerme otros carnés?». Al despedirnos recomendándole que se cuidara, se volvió a girar como siempre para decir en voz alta: «¡A ver cuándo me consigues un contrato para tocar!».
Ayer por la tarde volvió a correr el rumor. A las siete y media fuimos a su casa y en el trayecto se oía como la gente corría la voz: «Se ha muerto Eusebio», «se ha muerto el Batería».
Al llegar a su calle, un coche de la policía local y otro de la policía nacional. Ante su puerta, un bulto humano tapado con papel dorado y aluminio. Había un grupo de 15 vecinos, acercándose al redactor el que hacía un mes había desmentido su muerte, «por desgracia, ahora sí está muerto». Eusebio Martínez Nuñez, más conocido como Eusebio el Batería, murió ayer a las seis y cuarto de la tarde en las escaleras de su casa, de un infarto, cuando su amigo José Fernández, un joven que vive a su lado, le insistía para llevarle a que le viera un médico en el hospital.
Eusebio era desconfiado y tenía mucha amistad con el vecino que tenía llave de su casa y se preocupaba cuando no le veía salir alegre a la calle, la mayoría de las veces silbando, con una vara en una mano y en la otra el carrito de la compra.
Últimamente los vecinos estaban preocupados porque le habían visto quejarse de dolor en el estómago, y un día salió a la calle sin zapatos. El pasado jueves Juan Carlos Fernández Rincón, que junto con Fernando Jiménez Berrocal están preparando un libro sobre él, le llevó a la clínica de la Ronda de San Francisco.
Ayer Juan Carlos Fernández se lo encontró muerto cuando fue a verle alrededor de las seis y media. Avisó a sus dos hermanos mayores, que llegaron enseguida. Uno de ellos, militar retirado, vive en Valdefuentes, estando también el hermano maestro que reside en Madrid, ya que estaba visitando a su hermano al haberse operado su cuñada. En el grupo también se encontraban tres concejales: Pedro Muriel, Jorge Carrasco y María Teresa González. A las 20.25 horas operarios del tanatorio introdujeron el cadáver en una furgoneta oscura.
Eusebio era natural de Salvatierra de Santiago, en donde nació hace 69 años. El próximo 3 de septiembre iba a cumplir los 70, edad que no aparentaba porque no tenía arrugas en la cara. Sus padres eran de Plasenzuela y ejercieron de maestros. El padre, con su primer mujer tuvo a los dos hermanos de Eusebio. Enviudó y se casó otra vez, naciendo él. Los vecinos se acuerdan del padre, siempre leyendo, y de la madre que tocaba el acordeón. En Valdefuentes está enterrado el padre y la madre en Cáceres. Ayer los hermanos decidieron sepultar los restos de Eusebio en Valdefuentes. Hoy se dará una misa en el tanatorio San Pedro de Alcántara y luego el cuerpo será incinerado.
Eusebio llevaba viviendo en Cáceres desde los 26 años. Han sido 43 los años que ha alegrado las calles de Cáceres con sus bromas, con su manera de chistar a las mujeres e incluso con alguna actuación con una de sus baterías, últimamente en despedidas de soltero en las que cobraba 60 euros. Su madre se murió con 65 años y al dejarle solo se agudizó su mal de Diógenes. Tenía una pensión de unos 600 euros y en su casa, que ahora está otra vez llena de cosas inútiles, veía una televisión vieja que se empieza a oír algo a la media hora de estar encendida y sólo se ve Antena 3. Con el dinero que se lograra vendiendo su libro homenaje, pensaban comprarle una tele nueva. «Te has enterado de que me van a hacer un libro», decía ilusionado hace sólo unos días.
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